Intentaremos hacer una breve síntesis de los grandes temas desarrollados por Jung en su larga y fructífera vida profesional.
Los Sueños.
Desde muy pequeño se sintió atraído e impresionado por sus sueños y fantasías, en los cuales intuyó un trasfondo muy especial.
El primer sueño que recuerda una persona, según opinión de Jung, representa en forma simbólica la esencia de una vida entera o el primer sector de la misma. A las manifestaciones externas de su vida las consideraba determinantes, sólo cuando coincidían con manifestaciones internas relacionadas con la evolución.
Los sueños contienen una alusión, bajo forma simbólica, que predicen tendencias evolutivas. De esto resulta la dirección que debe tomar la psicoterapia. Ella debe derivarse de los sueños del paciente. Este es el motivo por el cual en la psicoterapia junguiana no puede haber una técnica o método, sino que se debe intentar comprender cada caso en particular, tomando en consideración los sueños. Según como sean ellos, hay que observar las correspondientes tendencias energéticas, curativas y evolutivas, para reforzarlas con una participación consciente y promoverlas con la finalidad de que prevalezcan.
La función creadora por parte de la dinámica psíquica formadora de símbolos, surge siempre en individuos aislados. A veces estos símbolos pueden presentarse inesperadamente en algún grupo. El sueño es la manifestación más importante y frecuente de la dinámica psíquica formadora de símbolos y junto a “inspiraciones” y fantasías son manifestaciones del espíritu.
La interpretación de un sueño, sólo es correcta cuando “ilumina”, anima y da lugar a un cambio emocional de la personalidad. Desde el punto de vista de la interpretación subjetiva somos los espectadores y, además, todo cuanto hay en el escenario. Todo personifica partes psíquicas proyectadas de nosotros mismos. La interpretación objetiva nos proporciona en forma simbólica, orientaciones acerca del mundo de vigilia. La interpretación, en el ámbito subjetivo, es la más recomendable porque sí podemos cambiar nosotros mismos, al adquirir más comprensión acerca de nuestra propia circunstancia íntima. Pueden presentarse sueños correctores que aparecen en las noches siguientes.
Carl Gustav Jung nació el 26 de julio de l875, al borde del lago Constance, en la comuna rural de Kesswill, que pertenece al cantón suizo de Thurgovie. Su padre era un pastor protestante de la Iglesia reformada. Su madre provenía también de una familia en la que los varones eran tradicionalmente pastores protestantes.
Su primer sueño, aconteció cuando tenía dos a tres años. Se veía caminando por el parque que rodeaba la casa parroquial, cuando de pronto, se encontró frente a un oscuro agujero, al mirar al interior descubrió una escalera de piedra por la cual descendió. Abajo había una puerta con un cortinaje verde de gran riqueza, el cual descorrió, encontrándose frente a un espacio rectangular con el techo abovedado y el suelo de piedra. Una alfombra roja iba desde la entrada hasta un estrado bajo. Encima de éste, había un trono dorado y sobre él una imagen de 4 o 5 m. de altura y 50 a 60 cm. de diámetro, hecho de carne y piel. En su vértice superior, existía una cabeza redondeada, con un sólo ojo, mirando hacia arriba. La imagen se mantenía inmóvil. Tuvo la sensación de que súbitamente se le abalanzaría como una serpiente. Estaba comenzando a aterrarse, cuando escuchó la voz de su madre que desde arriba le gritaba: Sí, mírale, es el antropófago! Al haber sido mal comprendida una plegaria infantil, en una oportunidad, había supuesto que Jesús era antropófago. No sabía en ese momento si era Jesús solamente o el falo, o que ambos lo eran. El agujero en el prado representaba una tumba y el cortinaje verde, la tierra cubierta de vegetación. El falo aparecía en el sueño como un Dios subterráneo e innombrable. Este sueño representó para Jung, el inicio de su arranque inconsciente a su vida espiritual.
Según la antigua creencia romana, el falo es el Genius o Daimon secreto de un hombre, fuente de energía creadora física y espiritual, al cual le ofrecían sacrificios en el día de su cumpleaños. El falo no sólo encarna el principio de Eros; en la antigüedad se le llamaba Telesforos, compañero de Asklepios (Esculapio). Telesforos es el dios de la transformación. Los romanos, griegos y etruscos lo elevaban sobre la tumba de los varones, como símbolo de supervivencia espiritual y garantía de resurrección. En la antigüedad, se amplió la imagen del dios fálico Hermes, para convertirla en la de un hombre-dios-cósmico que “llenaba la naturaleza”, en un Anthropos, que es un símbolo de la materia espiritualmente viva y físicamente muerta. Esta imagen divina subterránea, marcó para siempre las concepciones religiosas de Jung.
Definición del mandala En sánscrito, mandala significa círculo, en especial círculo mágico, pero en sentido más amplio representa medios auxiliares de concentración y de meditación construidos a partir de círculos y de formas derivadas del círculo, como flores o ruedas, en el ámbito indo-budista y también en el Tibet lamaísta. Tales estructuras son generalmente dibujadas y pintadas, pero también se emplean arquitectónicamente como planos en la construcción de templos. En sentido propio son reproducciones espirituales del orden del mundo, a menudo combinadas con elementos derivados del cuadrado. La dirección hacia un centro tiende hacia la concentración y la meditación. En el centro del mandala, según la doctrina y el grado de iniciación, se encuentran diversos símbolos.
Como ayudas para la meditación, estas imágenes de mandalas se designan con el nombre sánscrito de yantras. Se emplean en técnicas de visualización en las que, después de contemplar largamente un mandala y memorizar sus intrincadas figuras, se cierran los ojos y se trata de representarlo internamente con todos sus detalles. Cada cierto tiempo se abren los ojos y se compara con el original. Una vez que el practicante adquiere mayor pericia, se complica la técnica haciendo desaparecer en la imagen mental cada uno de sus componentes, en un orden riguroso hasta quedar en un absoluto blanco. Después se empieza a poblar ese espacio mental – en el mismo orden de la desaparición – hasta reconstruir el mandala en su totalidad.
No debe pensarse que la representación plástica del mandala sea propia sólo de los budistas. Ellos solamente han elaborado con mayor precisión una intuición antiquísima de origen asirio-babilónico. Es ante todo un cosmograma, una proyección geométrica del universo entero en su esquema esencial, en su proceso de emanación y reabsorción (los días y noches de Brahma). El mismo principio regula la construcción de los templos, cada templo es un mandala. El ingreso al templo no es solamente a un lugar consagrado, sino que es la entrada al mysterium magnus. Quien cumpla el rito de circunvalación según las reglas prescritas, recorre el mecanismo secreto del mundo, hasta transfigurarse junto al sanctum sanctorum, ya que al alcanzar el centro místico del edificio sagrado se identifica con la unidad primordial.
El gran terapeuta que fue Carl Gustav Jung recién empieza a ver reconocida la enorme importancia de su extensa obra, después de varias décadas de menosprecio académico. Su exploración en las profundidades de la psiquis lo llevó a estudiar exhaustivamente la filosofía, la mitología, la alquimia, las religiones orientales y el misticismo occidental. Se interesó también con igual dedicación en el tarot, el I Ching, la astrología, los Onvis, los mandalas, las culturas de los pueblos primitivos en Africa y América del Norte, las civilizaciones india, china y japonesa… De él pudo haberse dicho Nada humano me es ajeno.
Revolucionó el paradigma mecanicista de la psicología, recalcando la importancia del inconsciente por sobre la del consciente, lo misterioso en lugar de lo conocido, lo místico en lugar de lo científico, lo creativo en lugar de lo productivo y lo religioso en lugar de lo profano.
Uno de sus conceptos claves es el inconsciente colectivo, fundamento del inconsciente personal, y que vincula al individuo con el conjunto de la humanidad. Descubrió que en los sueños y los mitos subyacen elementos de este inconsciente colectivo que él denominó arquetipos. Estos no pueden comprenderse directamente por análisis intelectual, sino sólo mediante los símbolos y el lenguaje de la mitología. El arquetipo es el modelo a partir del cual se configuran las copias: es el patrón subyacente, el punto inicial a partir del cual algo se despliega.
Jung distinguía entre arquetipos e imágenes arquetípicas. Reconoció que lo que llega a nuestra consciencia son siempre las imágenes, o sea las manifestaciones concretas y particulares de los arquetipos las que – según él – nos impresionan, influyen y fascinan. Sin embargo, los arquetipos mismos carecen de forma y no son visualizables. El arquetipo, como tal es un factor psicoide que pertenece, por así decir, al extremo invisible y ultravioleta del espectro psíquico. Agregaba que son vacíos y carentes de forma, sólo podemos sentirlos cuando se llenan de contenido individual.
Sin salir por la puerta se puede conocer el mundo. Sin mirar por la ventana se puede conocer el camino del cielo. Cuanto más lejos se va, tanto menos se aprende. Por eso el sabio sabe sin desplazarse. Entiende sin ver. Realiza sin hacer.
(Lao Tsé)
Sincronicidad es un término acuñado por el psiquiatra suizo C. G. Jung, quien lo concibió para describir la singular ocurrencia de dos o más acontecimientos de igual o similar significación, sin conexión causal posible. Este principio incluye necesariamente a un sujeto que perciba y experimente en forma consciente el significado común entre un hecho del mundo interno y uno o más del mundo subjetivo. La sincronicidad se distingue así del mero sincronismo ocurrencia simultánea de dos sucesos cualesquiera – y se opone abiertamente al principio causal predominante en la cultura occidental, dominada por el cientificismo: la ley de causa y efecto, o de acción y reacción.
Un ejemplo simple de sincronicidad sería el recordar repentinamente a un compañero de colegio del que no se ha sabido nada desde entonces; encontrarlo casualmente en la calle a las pocas horas o días, y simultáneamente leer en el diario una información referida a la profesora que enseñaba en ese curso. Si la persona vive esos tres eventos en compañía de un amigo, para éste la secuencia no significará más que hechos aislados; pero para el protagonista, todos ellos están eslabonados en relación a un tiempo específico de su pasado. El puede ver la conexión existente y otorgarle un significado. Los componentes objetivos y el subjetivo no poseen una causa común, no es posible deducir o demostrar científicamente qué genera el fenómeno. Y es que la ciencia ha avanzado en mediciones cada vez más minuciosas y microscópicas de la realidad, pero al llegar al terreno de lo subjetivo se ha encontrado en la imposibilidad de medir, reproducir, predecir o manipular las variables.
En la época en que Jung describió la sincronicidad, ésta aparecía como antónimo de la causalidad imperante, lo que no significa que esto haya sido siempre así. De hecho, en la antigüedad este término no habría sido necesario, como no lo sería el de ecología en el lenguaje de una tribu indígena del Mato Grosso. Cuando el conocimiento no estaba dividido en ciencia y humanismo, cuando el sabio se ocupaba tanto de lo terreno como de lo divino – lo primero como expresión de lo segundo – nada podía ser considerado como acausal. El estudio de la causa primera tenía el mismo sentido que el de sus consecuencias en la materia y los seres vivos, ya fuera que a aquella causa se la llamara Dios, Naturaleza o Sol. Y no nos referimos aquí a la actitud de ignorancia o inercia mental que adjudica a un ser omnipotente todo aquello que no entiende, sino a la comprensión del universo como un todo inseparable, como una gran armonía interdependiente. Así, la sabiduría antigua, especialmente oriental, se empeñaba en comprender como afectaba el quiebre de una armonía particular a otro sistema o al conjunto, por sobre la disección de problemas aislados y su intento de resolución – in vitro desconectados de sus relaciones naturales.
En la década del 30 del siglo pasado aparecen los experimentos de percepción extrasensorial (PES) de J. B, Rhine y otros, quienes, a través de la adivinación de figuras dibujadas sobre naipes, obtuvieron resultados muy superiores a la probabilidad estadística. Los experimentos se realizaron en condiciones diversas de tiempo: adivinación simultánea, o pasada o futura, de las cartas que saldrían. El espacio entre ambos participantes variaba desde la habitación vecina a cientos de kilómetros de distancia. Los resultados evidenciaron una relatividad psíquica de ambos factores. Esto es, los sujetos obtenían un porcentaje de respuestas acertadas superior a la probabilidad matemática, no mermado por el tiempo o el espacio. Lo único que hacía disminuir el rendimiento era la falta de interés, de entusiasmo o de expectativas de los participantes por los resultados, Según Jung: Los experimentos de Rhine demuestran que, en relación con la psique, el espacio y el tiempo son, por así decirlo, elásticos, por cuanto pueden, al parecer, reducirse a voluntad aproximadamente a cero. Vale decir, parece como si dependieran de condiciones psíquicas y no existieran en ellos mismos, sino que fuesen sólo puestos por la consciencia.
Fue justamente este tipo de deducción la que hizo surgir detractores que adjudicaron los resultados a arreglos y arbitrarias interpretaciones inconscientes. Efectivamente, el substrato era el Inconsciente, pero exento de cualquier arreglo o interpretación que implicaría llevarlo a una categoría consciente y de tiempo lineal imposibles. Dice Jung: En sí mismos, espacio y tiempo consisten de nada. Son conceptos hipostasiados provenientes de la capacidad discriminatoria de la mente consciente y forman las coordenadas indispensables para la descripción de la conducta de los cuerpos en movimiento. Por lo tanto, son esencialmente de origen psíquico, y ello parece haber sido la razón que movió a Kant a concebirlos como categorías a prior… Tal posibilidad (su relativización), empero, se presenta cuando la psique observa no cuerpos externos, sino a sí misma.