Dag Hammarskjöld

Dag Hammarskjöld

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Mister H como lo llamaban los periodistas de todas las latitudes nació en Suecia el 29 de julio de 1905. Estudió economía y leyes en la Universidad de Upsala, graduándose a los 25 años. En los cuatro años siguientes se desempeñó como secretario gubernativo en el Comité de Desempleo, rindiendo en ese período su tesis universitaria en economía y obteniendo el doctorado en la especialidad.

La poesía, la literatura y el arte moderno le atrajeron especialmente. T.S. Elliot, Hermann Hesse, Thomas Wolf, Virginia Wolf, fueron sus autores preferidos. Fue traductor de Saint-John Perse, al que contribuyó a otorgar el premio Nobel.

Desde 1948 empieza a desempeñarse en el campo internacional, primero como diplomático y luego como experto en el área económica, hasta que en 1951 concurre a la Asamblea de las Naciones Unidas como jefe de la delegación sueca. En abril de 1953 es elegido por el Consejo de Seguridad de ese organismo por diez votos entre once como Secretario General de las Naciones Unidas.

En esa época era muy poco conocido, lo que dio confianza a los Grandes Poderes EE.UU. y URSS – de que sería alguien no conflictivo y fácil de influenciar. Pero, a los cuantos meses de asumir, quedó claro que se trataba de un personaje con gran sensibilidad, que luchaba por sus ideales y que poseía una muy elevada inteligencia de impredecible rango y profundidad.

Una de la primeras muestras de su nivel de ser las dio en una charla transmitida por radio, en la que expresó: El mundo en el que yo crecí estaba dominado por principios e ideales de un tiempo muy lejano al nuestro y, al parecer, muy distante de los problemas que enfrentan al hombre en esta mitad del siglo veinte. De todas maneras, mi camino no significa alejarme de estos ideales. Al contrario, he sido llevado a comprender su validez también para el mundo de hoy.

De generaciones de soldados y funcionarios de gobierno por el lado de mi padre, he heredado una creencia en que no hay vida más satisfactoria que la de un desinteresado servicio a nuestro país y a la humanidad. Este servicio requiere un sacrificio de todos nuestros intereses personales, y también el coraje de mantener irrenunciablemente las propias convicciones sobre lo que es correcto y beneficioso para la comunidad, cualesquiera que sean los puntos de vista prevalecientes.