Freud y la Psicología Profunda

Freud y la Psicología Profunda

Hace unos pocos decenios, la palabra psicología apenas se oía, salvo en discusiones entre filósofos, moralistas y estudiantes de técnicas religiosas ideadas para purificar y santificar las vidas de relativamente pocos individuos. La psicología era materia de estudio universitario. La ciencia médica le prestaba poca atención. Los trastornos mentales, la histeria, la insania -otrora atribuida a causas “ocultas” de “posesiones” demoníacas-, considerábanse principalmente enfermedades incurables, y a los individuos afligidos por ellas se los estigmatizaba como parias y, en ocasiones, como criminales. A la cordura y a la racionalidad se las veía como señales de lo divino en el hombre, y como se creía que el individuo tenía “libre albedrío” y que “era dueño” de su mente y sus sentimientos, perder el equilibrio mental y el control de sí significaba renunciar más o menos adrede a la propia naturaleza divina, convirtiéndose en presa de fuerzas animales o demoníacas. En la mayoría de los casos a los insanos se los trataba de conformidad con aquello.

Durante el siglo XIX empezaron a cuestionarse agudamente las ideas relativas a la naturaleza del hombre, no puestas en tela de juicio durante siglos. Los filósofos materialistas de la escuela alemana las cuestionaban en términos generales, procurando demostrar que todas las actividades del alma y de la mente humanas pueden reducirse y explicarse como productos de procesos bioquímicos, materiales. Más específicamente, los fenómenos psicológicos pasaron a quedar bajo el examen de los hombres cuya tarea era curar a los enfermos. Desde la época de Anton Mesmer, a fines del siglo XVIII, las enfermedades que lindaban entre lo puramente físico y lo psicológico -y en particular todas las formas de “histeria”- habían atraído la atención de los investigadores. La serie de variados intentos por curar estas enfermedades condujo, a su tiempo, hacia el psicoanálisis y Sigmund Freud.

Desde entonces, la psicología moderna se dividió en varias ramas: muy básicamente, la “psicología experimental” de laboratorios de Facultades según la línea del Conductismo y el estudio de los fenómenos primarios de atención, acción refleja, asociación de ideas, etc., y los varios tipos de psicoterapia que procuran curar las enfermedades de la mente y el interior del hombre. Los que discutiremos principalmente serán los géneros de psicoterapia que no se ocupan específicamente de la cura de formas agudas de insania, sino cuyo fin básico es más bien llevar a los hombres y mujeres de nuestra era caótica a un sentido mayor de salud y cordura (psicológica, moral y mental) y a una realización más vibrante de sus energías interiores. Los tipos de perturbaciones que estas psicoterapias intentan curar son producidas esencialmente por el desajuste de los individuos respecto de sus medios  ambientes: la familia, la escuela, los amigos, la sociedad. Se ocupan del conflicto básico entre lo individual y lo colectivo, entre el ego y todo lo que no es el ego, o sea, el “mundo externo”.

Tal conflicto es absolutamente básico en la naturaleza humana, y sólo en ella. El privilegio del hombre es llegar a individualizarse respecto de la multitud de la tribu, de la comunidad socio-religiosa en la que nació. El privilegio del hombre es sentirse “separado” como un “yo”, un ego que tiene características únicas. Ese es su privilegio, y su carga o responsabilidad trágica. Eso le convierte en un dios, o en un demonio.

Todos los psicoterapeutas, de Freud en adelante, se ocupan esencialmente del ego: del modo en que el ego se desarrolla, madura o no logra madurar, cristaliza según pautas sociales de aquiescencia o rebelión, se transforma venciendo sus limitaciones, y, en casos extraordinarios, se vuelve parte de una integración espiritual mayor. Sin embargo, cada escuela de psicoterapeutas asume un enfoque particular de los problemas del ego, y ordinariamente recalca un tipo de perturbación a expensas de las otras. Esto es así en gran medida porque el psicólogo no logra captar al ser humano íntegro como una totalidad orgánica, y especialmente porque no tiene modo de representarse directamente la estructura de esta totalidad.

Aquí entra la astrología; pues, en la carta natal, el astrólogo tiene un medio para estudiar la pauta global de las funciones, facultades e impulsos de una persona. Puede estudiar el diagrama de su evolución desde el nacimiento en adelante. Por tanto, puede ocuparse de la persona total, más bien que de sólo uno o dos impulsos y actividades fundamentales que contribuyen al crecimiento de la consciencia y del ego -o a su malformación y destrucción eventual-. Sin embargo, el tipo de psicología que es característica de la mayoría de los astrólogos y libros de texto astrológico es, por regla general, enteramente incapaz de cumplir con estas posibilidades. Es un tipo de psicología que aún se basa en las obras de Ptolomeo y Aristóteles -un tipo “clásico” empapado de antiguos conceptos religiosos y éticos, y aún de escaso contacto con el fermento de las ideas que Freud  y sus sucesores desataron sobre el mundo moderno-.

Freud no es un fenómeno único. Existe una correlación básica entre las actitudes hacia la vida que Darwin y Freud promovieran y popularizaran. Pues en estos dos pioneros hallamos la expresión de una rebelión profunda contra la “clásica” confianza en los factores intelectuales y racionales de la naturaleza humana, basada en las explicaciones que la teoría religiosa y el racionalismo del siglo XVIII daban para justificar los fenómenos biológicos y psicológicos, la génesis de las especies naturales y de los egos individuales de los seres humanos. Mientras los psicólogos clásicos y religiosos creían en un alma dada por Dios, y los biólogos creían que Dios había creado separadamente cada especie de entidades vivas, Darwin y Freud renunciaban al concepto de semejante creación “en lo alto”, y procuraban retratar un desarrollo progresivo y evolutivo de las especies y los egos “desde lo profundo”. Así nació la “psicología profunda” -una psicología que se hunde audazmente en las profundidades subconscientes del alma humana, una psicología evolutiva del ego.

Lo que Darwin y Freud intentaban destruir era el denominado concepto platónico de un mundo “espiritual” de Ideas o Arquetipos, anterior al mundo “físico” de los organismos materiales. Estos Arquetipos, siendo “Emanaciones” directas de la Mente Universal y sus Jerarquías Divinas, no se consideraba que estuvieran “evolucionando”. Se decía que habían sido creados completos y perfectos. La evolución sólo había de hallarse en el mundo material: un lento intento de organismos físicos o psicológicos de aproximarse cada vez más cerca a las pautas ideales que constituyen la “Realidad”.

Por otro lado, la psicología “clásica” se basa en el supuesto de que el hombre es un “alma divina” que opera en relación más o menos estrecha con un cuerpo material y una “personalidad” condicionada por la tierra. Toda persona es un “hijo de Dios”; o, en términos más filosóficos, primero de todo, es una entidad espiritual, cuya estructura y función esenciales son establecidas como un Arquetipo antes del nacimiento, y se perpetúan después de la muerte del cuerpo. Esta entidad espiritual es el yo “real”; y a él pertenecen los atributos espirituales de voluntad, carácter, discriminación entre el bien y el mal, moralidad y racionalidad, y creatividad mental. Estos atributos están en constante conflicto con los deseos y pasiones del cuerpo y la psique ligados a la tierra.

Durante la época Victoriana, habiéndose el género humano hallado repentinamente en posesión de  tremendos poderes materiales, enfrentó un incremento generalizado de la virulencia del conflicto entre los atributos espirituales y los deseos personales en procura del propio engrandecimiento y satisfacción -en especial, porque bajo los golpes de la crítica intelectual se desvanecía el poder de las restricciones religiosas y sociales del pasado-. Los resultados fueron evidentes: los “hechos de la vida” contradecían a cada paso a las máximas morales y a los ideales pomposos. Los seres humanos procuraban, cada vez más, llevar dos vidas a la vez. Se multiplicaban las neurosis, las psicosis y los casos de esquizofrenia. El peligro se tornaba tanto social como personal.

Tenía que ocurrir algo. Así como la osteopatía y la cirugía tuvieron que desarrollarse para la época en la que se multiplicaban las malformaciones y los accidentes ocupacionales con la difusión del maquinismo y de los trabajos oficinescos de encierro artificial, de igual modo la psicoterapia (la curación del alma o la “psique” personal, condicionada por la tierra) tuvo que descubrir técnicas que pudieran aliviar el estado generalizado de locura mansa que era la característica del ciudadano civilizado y mecanizado de la Era post-Victoriana. Cuando como resultado de algún profundo conflicto interior y de miedo, una persona se ve obligada a cumplir acciones repetidamente, no sólo contra su denominada “voluntad”, sino sin saber que las está cumpliendo, la psicología clásica cesa de tener significado práctico alguno. Si no sé quién soy o qué hago -entonces, para todos los fines prácticos, el término “yo” perdió su significado-. La persona bajo hipnosis está en semejante condición; pero también lo está el hombre con una “neurosis de compulsión” -sólo que en grado menor-. La psicología clásica liquidaba el problema declarando “insano” al hombre, y que la entidad espiritual dentro de él había “abandonado el cuerpo”.

Sin embargo, cuando el linde entre cordura y locura lo atestan millones de ciudadanos externamente normales, al problema no se lo puede desechar tan sumariamente. Ha de volver a formularse el problema de la cordura y la racionalidad -o mejor aún, el significado de voluntad, de personalidad, de ego-. La formulación no puede ser un juicio de blanco y negro sobre la base de consciencia o nada. Deberá admitir grados de grises: inconsciente, subconsciente, semiconsciente, consciente durante un tiempo… tal vez una consciencia de grados variables de brillo y poder penetrante; en algunos casos, una consciencia que logre acceder a los reinos que están más allá del alcance normal inclusive de la “luz blanca” -¿podríamos decir una consciencia ultravioleta?-.

Tal “escala” de consciencia sugiere la existencia de un proceso evolutivo; un proceso de crecimiento desde las raíces hacia arriba, un emerger desde las profundidades. El “yo individual, en vez de verse como un Yo arquetípico a priori -como alguna “pauta de perfección” que trasciende a la vida orgánica en la tierra- empieza a entenderse como el resultado final de la vida humana, como una victoria a ganar, como el resultado de un lento esfuerzo en pos de la integración y la individualización (o “individuación”). Y este esfuerzo puede malograrse, como lo puede el nacimiento. El “yo”-consciencia puede nacer sano, o emerger de la profundidad oscura e inconsciente del instinto malformado y retorcido por frustraciones y presiones de toda índole.

El hecho de que el ego emerja del instinto ocurre a través de los años de la niñez -¡puede inclusive ser condicionado por causas prenatales!-. Por tanto, las enfermedades de la voluntad y de la mente, y la predisposición a shocks psicológicos y colapsos morales-patológicos deberán rastrearse hasta lo que ocurrió durante los primerísimos años de vida. Por ello, el psiquiatra debe remontarse a estos comienzos del yo individual, tal como el naturalista darwiniano estudia particularmente aquellos restos del fosilizado pasado que muestran formas nuevas de vida que emergen de especies más viejas. El naturalista y el paleontólogo buscan sus claves a partir de fósiles profundamente metidos en viejas rocas traídas a la superficie de la tierra por cataclismos o largos siglos de erosión. El psicoanalista debe también hallar su camino hacia abajo, rumbo a las profundidades, rumbo a los estratos de la consciencia infantil -o aprovechar las erupciones psicológicas y la crisis cataclísmica del crecimiento del “alma” que traerán a la superficie recuerdos, largo tiempo olvidados, de shocks y frustraciones.

Sin embargo, normalmente los recuerdos conscientes de la mente, deformados ya por la fatiga o el miedo, no pueden ser de ayuda real para el psicólogo ávido de explorar el contenido del sector existente entre los instintos conscientes y las primeras vislumbres de la consciencia del ego. El ego resiste esta exploración tanto como un niño resistiría reingresar en el seno materno que condicionara su mismísima estructura. No obstante, cada mañana, al despertar, se experimenta de nuevo este proceso del emerger de la consciencia desde la inconsciencia. En esta “fase liminar” de la actividad mental, tiende a reproducirse el tipo de condiciones que prevalecían en la infancia. A estas condiciones las llamamos “sueños”. Cada mañana, cuando soñamos, somos nuevamente infantes que pugnan por emerger del seno materno de los instintos e ingresar en los problemas de la consciencia del ego y la adaptación de éste a nuestro complejo medio ambiente. Así, aprendiendo a entender el mundo de los sueños, también nos familiarizamos con los intentos que la consciencia efectuó y efectúa constantemente para afirmarse y ocuparse del poder de los instintos.

Los instintos tienen energía. Son vida en acción. Su energía es lo que los psicólogos llaman libido o energía psíquica. A medida que el ego halla su camino en el mundo de la familia y la sociedad, encuentra condiciones que desafían la expresión de la libido. Trata de adaptarse a estas condiciones, y al hacerlo, a menudo tiene que reprimir la energía instintiva. Como resultado, se generan conflictos. Los conflictos y represiones repetidos causan tensión, rigidez y congestión en las estructuras en crecimiento de la consciencia. Estos son lo que los psicólogos llaman “complejos”, y éstos, a su vez, condicionan la adaptación futura del ego a nuevas experiencias durante la adolescencia y a través de la juventud. Cuando pierde su espontaneidad y flexibilidad, el ego se inmoviliza, cristaliza y embaraza con mecanismos de defensa -como una tortuga dentro de su caparazón- o desarrolla unilaterales mecanismos agresivos de ataque -como un tigre o una serpiente de cascabel-. Si se halla ante un fuerte shock, el ego se convierte en la víctima de sus propios mecanismos inflexibles. Se desarrollan neurosis que conducen a estados y enfermedades patológicos.

A fin de curar estos desórdenes, el psicoterapeuta deberá hallar sus causas originales. Deberá “reducir” las cristalizaciones o “complejos” del ego y poner en libertad la energía psíquica que ellos desviaran y estancaran. Este es un género de “cirugía del alma” o psico-osteopatía; y esto es lo que intentó Freud. El psicoanálisis freudiano es esencialmente una técnica psico-quirúrgica-. Emplea el análisis onírico como un medio para poner al descubierto síntomas ocultos. Fuerza al ego hacia atrás, haciéndolo ingresar en el estado liminar de la consciencia emergente (consciencia infantil) y ayuda a que la persona haga lo que no logró hacer en su infancia.

No tenemos aquí espacio suficiente como para estudiar minuciosamente la técnica freudiana. Sólo he aislado algunos rasgos básicos de aquella, rasgos que se simbolizan muy notablemente en el mapa natal de Freud. El mapa ilustra gráficamente el descenso de Freud en las profundidades de la psique -¡escalpelo en mano!-. Por supuesto, el escalpelo es Marte, símbolo del acero y de las herramientas cortantes -Marte que se halla al pie mismo del mapa de Freud, y que “se mueve hacia atrás”-. hablando en general, tal planeta retrógrado representa una función vital que se vuelve hacia adentro. Del mismo modo que el cirujano corta hacia adentro, Freud procura alcanzar el estrato más profundo del organismo para liberar lo que se retorció o congestionó, cristalizó o ulceró.

Cuando un “complejo” la atrapa y se aferra de ella, la libido se vuelve destructiva. Cuando se frustran los deseos normales, se convierten en abscesos psíquicos que causan una auto-intoxicación. El Marte retrógrado de Freud está en Libra 4º, en el punto del mapa que representa a la madre (y en algunos casos, al padre). Este Marte tipifica el complejo de madre, o el complejo de Edipo, que es tan fundamental en el psicoanálisis. Libra es el signo de la consciencia social personal emergente, tal como Aries simboliza la consciencia personal emergente. Y Marte solo en el hemisferio inferior del mapa -marcando con hoyos su poder contra el de todos los otros planetas que rodean al cénit- revela una tensión formidable dentro del alma de Freud. Gráficamente, la pauta planetaria es la de un triángulo que apunta hacia abajo -¡casi un taladro!-.

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Los planetas del horizonte están todos dentro de la cuadratura formada por Neptuno-Júpiter y Luna-Saturno en Géminis. Y el Sol, en el centro del grupo, forma semi-cuadratura a Júpiter y Saturno -una pauta muy potencialmente tensa-. Saturno, en la casa que se refiere a la introspección, confinamiento, retribución o karma, sugiere que en verdad Freud asumió una carga pesada. Por otro lado, sin embargo, Saturno está en un grado simbolizado por “bancarrota” y el comienzo de una nueva vida de oportunidad. Freud era de origen judío, y de modo peculiar, su mapa natal contiene más de una sugerencia sobre el hondo pesimismo y la expiatoria voluntad de auto-sacrificio que caracteriza a la tradición espiritual judía. Sus exploraciones dentro de las profundidades del alma humana pusieron en marcha un movimiento de pensamiento que aún tiene que hallar su realización plena. Pero sus ideas agitaron también una gran cantidad de venenosa sustancia de pensamiento, liberaron muchas “toxinas” psíquicas, condujeron a muchos abusos; y todo este despertar de las profundidades se convirtió en responsabilidad espiritual de Freud. ¡Todo gran maestro deberá soportar la carga del mal uso de sus enseñanzas por parte de sus seguidores ignorantes, imprudentes o codiciosos!

Freud abrió la puerta. Sus discípulos Carl Jung y Alfred Adler dieron, separadamente, una dirección diferente al psicoanálisis. Adler -también de origen judío- representa esencialmente una tendencia opuesta a la de Freud (o sea, completándola). Jung, heredero de la profundísima tradición espiritual de la Europa germánica desde Paracelso hasta Goethe, y de la vida libre e integradora del pueblo suizo, representa una transformación básica de las implicancias y propósitos del psicoanálisis.

Freud se ocupó de cirugía del alma, Adler del bienestar social de los individuos desajustados. Jung es un tipo moderno de “Guía espiritual”; su meta, la integración cada vez más abarcante de la personalidad -de la psique humana en evolución.

 

Dane Rudhyar

 

Ref.: La Astrología y la Psique Moderna, Ed. Kier.

 

 

La Perspectiva  Fenomenológica  Analítica

La Perspectiva Fenomenológica Analítica

El psicoterapeuta y algunas de sus actitudes desde el punto de vista de la perspectiva fenomenológica analítica

Los procedimientos de ayuda psicológica apuntan a la comprensión y a la resolución del sufrimiento humano. Dentro de este procedimiento el rol del terapeuta y su nivel de real exposición frente al paciente, es un tema de vital importancia para la Psicología Analítica.

El Mito del Sanador Herido (Sharp, 1994) nos ayuda a comprender la relación que se da entre terapeuta y paciente, en el que los sistemas psíquicos de ambos se ven afectados durante el proceso de psicoterapia, y en el cual el terapeuta, a pesar de que se presume sus heridas están relativamente conscientes después de un largo análisis personal, se reconstelan en situaciones particulares y en el trabajo con pacientes con heridas similares.

Mi planteamiento es que para que dicha exposición a otro se dé conscientemente, debe existir una profunda vocación de terapeuta y una mirada fenomenológica-analítica para con la experiencia humana; utilizando los conceptos emanados del último Seminario (La Práctica de la Psicoterapia), como son la actitud de humildad, la actitud de testigo, la de ignorancia del propio conocimiento, etc.

Estos conceptos se perciben en los relatos de diversos psicoterapeutas junguianos con más de 30 años de experiencia profesional, y corresponden a actitudes que se van desarrollando a lo largo de la carrera del psicoterapeuta.

El terapeuta dentro del proceso de la psicoterapia

Pareciera ser que ha sido una ilusión el creer que el trabajo del psicoterapeuta sólo se hace a través del uso de la mente racional, de las explicaciones causales y de una postura de neutralidad, utilizando una metodología aséptica y propiciando una actitud de experto.

Dentro de la educación formal de los psicoterapeutas, aún hoy son formados con el objetivo de poder distinguir absolutos, de conocer la verdad y funcionar dentro de los parámetros polares de lo que es correcto o incorrecto, normal o anormal. Pero, cuando leemos a autores como Jung y Roberto Assagioli – médico psiquiatra vienés, contemporáneo de Jung, pionero del psicoanálisis en Italia y fundador de la teoría denominada Psicosíntesis (Assagioli, 1996)) – uno comienza a entender el camino transitado por estos hombres (ambos de formación Psicoanalítica) desde visualizar la psicoterapia sólo como una explicación causal del sufrimiento humano, a la apertura de una psicología más humana, vista más como un proceso que como un fin, la que requiere de un trabajo profundo por parte del terapeuta el que es considerado como un partícipe integral de la terapia y que es afectado por ésta.

Danza Misteriosa

Danza Misteriosa

Lynn Margulis y Dorion Sagan.- Editorial Kairós

Nada tan complejo, debatible y, a menudo, ideologizado como los temas relacionados con la sexualidad humana. De ahí el enorme valor de un libro como este, que nos ofrece una fascinante perspectiva evolucionista. Hay un origen ancestral, mucho mas remoto de lo que sospechamos, en nuestras emociones, pasiones, perversiones y sentimientos relacionados con el acto del amor.

Este libro combina la investigación científica con la filosofía, el psicoanálisis, la religión, la política. Se trata de entender nuestro presente explorando una herencia complejísima que emerge del pasado. Una herencia que podemos ignorar, pero de la cual no podemos escapar.

Lynn Magulis es una de las figuras más eminentes de la actual biología norteamericana. Profesora en la Universidad de Massachusetts, es miembro de la National Academy of Sciences.

Dorion Sagan es esayista. Conjuntamente con Margulis ha publicado el libro Microcosmos.

Los 10 Secretos de la Abundante Felicidad

Los 10 Secretos de la Abundante Felicidad

Adam J. Jackson.-Editorial Sirio

Recorres el mundo en busca de una felicidad
que está siempre al alcance de tu mano.
Horacio

Si preguntamos a la gente qué es lo que más desean en esta vida la respuesta más común será: Quiero ser feliz.

Por qué son felices tan pocas personas? Por qué la industria de los antidepresivos es una de las más florecientes? Por qué tan pocos seres humanos se consideran a sí mismos felices? No será que hemos estado buscando la felicidad en lugares equivocados?

Estoy convencido que todos tenemos la capacidad de ser felices. No importa el dinero que tengas o no tengas, no importa el tipo de trabajo ni el lugar donde vivas. Cualesquiera que sean tus circunstancias presentes, tienes en ti mismo no sólo el poder de ser feliz, sino el poder de experimentar una gran abundancia de felicidad.

La Abundancia de Felicidad no es sólo librarse de la depresión y del dolor, sino que más bien consiste en una sensación de alegría, de contento y de maravillado asombro ante la vida. Esto no significa que sea posible, ni siquiera deseable, vivir en éxtasis continuo; hay momentos en los que nuestras vidas se ven afectadas por tragedias y pérdidas personales y es totalmente natural sentir tristeza, pena y decepción. Pero hay diversas formas de hacer frente a tales experiencias y, con mucha frecuencia, podemos convertir en triunfos los obstáculos y las adversidades de la vida.

Al contrario de lo que ocurre en la mayoría de las parábolas, todos los personajes que aparecen en este libro están basados en seres reales. Por supuesto, he cambiado sus nombres y he modificado algunas circunstancias, pero todos ellos triunfaron sobre sus crisis personales y todos hallaron la felicidad tal como se expone en cada uno de los capítulos. Espero que sus relatos te ayuden y te inspiren a seguir su ejemplo y a experimentar las bendiciones de la Abundante Felicidad.

El Tiempo

El Tiempo

Todas las cosas tienen extensión y duración. Medimos la extensión según lo alto, lo largo y lo ancho; la duración según el tiempo. Todas estas cuatro dimensiones son medidas aplicadas por el hombre. Esta silla frente a mí no es de un metro de altura, pero yo la puedo medir así y, si arrojo al suelo la silla, su altura será tan sólo de 50 centímetros convirtiendo su altura anterior en su anchura. Se mide el tiempo según una dimensión: la longitud. Decimos hace largo y corto tiempo, pero nunca hablamos de tiempo ancho o estrecho. La expresión ya es tiempo (en inglés it is high time, literalmente: es tiempo alto) probablemente tiene su origen en la marea alta o en el reloj de agua. Mientras que para una medida objetiva tomamos puntos fijos (a.C. y d.C., a.m. y p.m.), el punto cero psicológico es el siempre presente, que se alarga, según nuestra organización, hacia delante y hacia atrás como el gusanillo que se abre camino comiendo el queso y dejando rastros de su existencia tras de sí.

Omitir las dimensiones del tiempo conduce a falacias lógicas, a engaños en los argumentos: la lógica sostiene que a = a, y que, por ejemplo, puede ponerse en otro contexto una manzana. Esto es correcto mientras sólo se considere la extensión de la fruta, como casi siempre se hace. Pero es incorrecto en cuanto se toma en cuenta su duración. La manzana verde, el fruto sabroso y el podrido son tres fenómenos diferentes del acontecimiento espacio-temporal manzana. Pero por ser utilitaristas, naturalmente tomamos la fruta comestible como referente cuando empleamos la palabra manzana.

En cuanto olvidamos que somos eventos espacio-temporales, chocan las ideas y la realidad. Las demandas de emociones perdurables (amor eterno, lealtad eterna) podrían llevar a la desilusión, la belleza efímera a la depresión. Las personas que han perdido el ritmo del tiempo pronto serán anticuadas.

Y qué es este ritmo del tiempo?

En apariencia nuestra organización posee un óptimo en la experiencia del sentido del tiempo: la duración. Se expresa esto en el lenguaje como paso-pasar-pasado (en francés, le pas-passer-passé; en alemán, ver-gehen-Ver-gangenheit). Así pues, para nosotros, el punto cero es la velocidad que pasa. El tiempo avanza. El tiempo vuela, o se arrastra o hasta se detiene, todavía denota la desviación de más y menos. Un juicio así contiene su opuesto psicológico; nos gustaría que el tiempo que vuela redujera su marcha y que se apresurase cuando se arrastra.

Del Ello al Tu

Del Ello al Tu

El hombre se torna un Yo a través del . Aquello que lo confronta desaparece, los fenómenos de la relación se condensan o se disipan. En esta alternación la consciencia del compañero que no cambia, del Yo, se hace más clara y cada vez más fuerte. Seguramente ella aparece aún comprometida en la trama de la relación con el ; es la consciencia gradual de lo que tiende hacia el sin ser el . Pero se afirma con una fuerza creciente hasta que el lazo se rompe y el Yo se encuentra, como en el espacio de un relámpago, en presencia de sí mismo, como si se tratara de un extraño; pero pronto retoma posesión de sí y desde entonces se ofrece conscientemente a la relación.

Sólo entonces puede constituirse la otra palabra primordial. Pues sin duda el de la relación ha palidecido muchas veces, pero sin tornarse en el Ello de un Yo, en objeto de una percepción o de una experiencia impersonal, como lo será más tarde. Se ha vuelto en cierto modo un Ello para sí, un Ello, primeramente desatendido, puesto en reserva y que, para nacer, espera que se produzca un nuevo fenómeno de relación. El cuerpo que madura en una persona se distingue ya de su medio en la medida en que se siente portador de sus impresiones y ejecutor de sus impulsos. Pero esta distinción fue simplemente un esfuerzo rudimentario y poco orgánico de orientación, y no una absoluta separación del Yo y su objeto. Mas ahora, el Yo destacado emerge, transformado. Reducido de su plenitud circunstancial a un punto funcional, a un sujeto que experimenta y utiliza, el Yo encara y toma posesión de todo Ello existente en y por sí mismo, para formar la otra palabra primordial del lenguaje.

El hombre que se ha hecho consciente del Yo, el hombre que dice YoEllo, se coloca ante las cosas como observador, en vez de colocarse frente a ellas para el viviente intercambio de la acción recíproca. Inclinado sobre las cosas, con la lupa objetivadota de su mirada de miope, y ordenándolas una a una en un panorama, gracias al telescopio objetivador de su mirada de présbite, las aísla para considerarlas sin ningún sentimiento de exclusividad, o las dispone en un esquema de observación sin ningún sentimiento de universalidad.