En nuestros días, el enriquecimiento y el desasosiego manifiestos en el pensar religioso se deben, sin duda, a la revelación de la magnitud y de la unidad del mundo que se realiza en torno a nosotros y en nosotros. En torno a nosotros, las ciencias de lo real dilatan desmesuradamente los abismos del tiempo y del espacio, y descubren incesantemente nuevas ligazones entre los elementos del Universo. En nosotros, bajo la exaltación producida por estos descubrimientos, se despierta y adquiere consistencia un mundo de afinidades y simpatías unitarias, tan antiguas como el alma del hombre, pero hasta hoy más soñadas que vividas. Inteligentes y matizadas entre los verdaderos pensadores, ingenuas o pedantes entre los poco cultivados, por todas partes aparecen simultáneamente las mismas aspiraciones hacia un Uno más vasto y mejor organizado, y existen los mismos presentimientos de energías desconocidas y utilizables en campos nuevos. Hoy es cosa normal encontrar al hombre que, con toda naturalidad y sin alardes, vive con la consciencia clara de ser un átomo o un ciudadano del Universo.
Este despertar colectivo, semejante al que un buen día hace que cada individuo adquiera consciencia de las dimensiones reales de su vida, tiene un profundo eco religioso sobre la masa humana, ya sea para abatir, o para exaltar.
Para unos, el mundo resulta ser demasiado grande. El hombre se halla perdido en semejante conjunto; no cuenta: no le queda sino ignorar y desaparecer. Para otros, por el contrario, el mundo resulta demasiado bello: es a él solo a quien hay que adorar.
Hay cristianos – como hay hombres – que todavía se mantienen libres de esta angustia o de esta fascinación. No les interesarán estos pensamientos. Pero hay otros que se asustan de la emoción o de la atracción que produce en ellos, invenciblemente, el astro nuevo que surge. El Cristo evangélico, imaginado y amado dentro de las dimensiones del mundo mediterráneo, es por ventura capaz de recubrir y de centrar todavía nuestro Universo prodigiosamente engrandecido? El mundo, no se halla en vías de manifestarse más amplio, más íntimo, más resplandeciente que Jehová? No hará que nuestra religión estalle? No eclipsará a nuestro Dios?
1.- En nuestra época, en que el género humano se une cada vez más estrechamente y aumentan los vínculos entre los diversos pueblos, la Iglesia considera con mayor atención en qué consiste su relación con respecto a las religiones no cristianas. En su oficio de favorecer la unidad y la caridad entre los hombres, y más aún entre los pueblos, considera aquí, ante todo, aquello que es común a los hombres y que conduce a la mutua solidaridad.
Todos los pueblos forman una comunidad, tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la faz de la tierra , y tienen también un fin último, que es Dios, cuya Providencia, manifestación de bondad y designios de salvación se extienden a todos, hasta que se unan los elegidos en la ciudad santa, que será iluminada por el resplandor de Dios y en la que los pueblos caminarán bajo su luz.
Los hombres esperan de las diversas religiones la respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana, que hoy, como ayer, conmueven profundamente su corazón. Qué es el hombre? Cual es el sentido y qué fin tiene nuestra vida? Qué es el bien y el pecado? Cual es el origen y el fin del dolor? Cuál es el camino para conseguir la verdadera felicidad? Qué es la muerte, el juicio y cuál la retribución después de la muerte? Cuál es finalmente, aquel último e inefable misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y hacia el cual nos dirigimos?
2.- Ya desde la antigüedad y hasta nuestros días se encuentra en los diversos pueblos una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana, más aún a veces el reconocimiento de la Suma Divinidad e incluso del Padre. Esta percepción y reconocimiento penetra toda su vida con un íntimo sentido religioso. Las Religiones, pues, al tomar contacto con el progreso de la cultura se esfuerzan por responder a dichos problemas con nociones más precisas y con un lenguaje más elaborado. Así, en el Hinduísmo, los hombres investigan el misterio divino y lo expresan mediante la inagotable fecundidad de los mitos y con los penetrantes esfuerzos de la filosofía, y buscan la liberación de las angustias de nuestra condición, ya sea mediante las modalidades de la vida ascética, ya sea a través de profunda meditación, ya sea buscando refugio en Dios con amor y confianza. En el Budismo, según sus varias formas, se reconoce la insuficiencia radical de este mundo mudable se enseña el camino por el que los hombres, con un espíritu devoto y confiado, puedan adquirir ya sea el estado de perfecta liberación, ya sea la suprema iluminación, por sus propios esfuerzos apoyados en un auxilio superior. Así también las demás religiones que se encuentran en el mundo se esfuerzan por responder de varias maneras a la inquietud del corazón humano proponiendo caminos, es decir, doctrinas, normas de vida y ritos sagrados.
Uno de los santos de Dostoievski, el Staretz Zózimo, quien habla como testigo típico de la tradición de las iglesias griega y rusa, hace una declaración asombrosa. Dice: Nosotros no comprendemos que la vida es el paraíso, pues basta con solamente desear entenderlo, e inmediatamente el paraíso aparecerá ante nosotros con toda su belleza. Tomada en el contexto de Los Hermanos Karamazov, sobre el fondo de violencia, de blasfemia y de muerte de lo que el libro está lleno, ésta es, en verdad, una afirmación asombrosa. Hablaba Zózimo realmente en serio? O era simplemente un idiota engañado que soñaba los locos sueños inspirados por el opio del pueblo?
A pesar de lo que pueda pensar el lector actual de esta pretensión, ese era un pensamiento fundamental del cristianismo primitivo. Los estudios modernos sobre los Padres del Desierto han demostrado sin discusión que uno de los principales móviles que impulsaban a los hombres a abrazar la vida angélica (bios angelikos) de la soledad y de la pobreza en el desierto, era precisamente la esperanza de que al hacerlo podrían retornar al paraíso.
Pero es necesario comprender exacta y convenientemente este concepto. El paraíso no es el cielo. Es un estado, de hecho un lugar, sobre la tierra. El surge más de la vida presente que de la vida futura. En un sentido, pertenece a las dos. Es el estado en el que el hombre fue originalmente creado para vivir sobre la tierra. Se puede concebir también como una especie de antesala del cielo después de la muerte, tal como, por ejemplo, al final del Purgatorio del Dante. Cristo, muriendo en la cruz, dice al buen ladrón que se encontraba a su lado: Hoy tú estarás conmigo en el Paraíso, y era claro que esto no significaba ni podía significar el cielo.
Lo que los Padres del Desierto buscaban cuando pensaban encontrar el Paraíso en el desierto era la inocencia perdida, la vacuidad y la pureza de corazón que habían sido de Adán y Eva en el jardín del Eden. Ellos no podían evidentemente esperar encontrar bellos árboles y magníficos jardines en el desierto sin agua, quemado por el sol. Lo que buscaban era el Paraíso en ellos mismos, o más bien por encima y más allá de ellos mismos. Buscaban el paraíso en el restablecimiento de la unidad que había roto el conocimiento del bien y del mal.
En plena Borgoña francesa se encuentra la Comunidad de Taizé, iniciada en los alrededores del pequeño villorrio de igual nombre en 1940 por su fundador, inspirador y director espiritual, el hermano Roger. Roger Schutz nació el 12 de Mayo de 1915 en una pequeña aldea Suiza, de madre francesa y padre suizo, siendo éste pastor protestante. Siguiendo sus huellas, el joven Roger estudió teología y se convirtió en pastor calvinista. Durante una larga convalecencia producto de una tuberculosis sintió el llamado de formar una comunidad de tolerancia, amor y reconciliación, donde la bondad de corazón fuera vivida muy concretamente, y donde el amor estuviera en el corazón de todo, como una respuesta en medio de los graves problemas derivados de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación francesa por parte de las tropas nazis.
Con 25 años y abandonando la relativa tranquilidad suiza en medio del conflicto, se dirigió a Francia en bicicleta y escogió el lugar, Taizé, una pequeña aldea en el centro de Francia, pero muy cerca del límite con los territorios galos ocupados. Escogió una casita en una colina y volvió a Suiza a comentarlo con su padre, tras lo cual compraría el lugar instalándose, inicialmente, a vivir solo en ella. Pronto se le uniría su hermana Genéviève, para ayudarle. En 1942, con Francia ya completamente ocupada, funda la comunidad monástica ecuménica de Taizé, lo que resultaba sorprendente dado que los protestantes habían rechazado siempre la vida monástica.
Las actividades del carismático pastor se centraron inicialmente en crear y mantener un espacio de acogida para todo el sufrimiento que lo rodeaba: recibía refugiados, judíos, soldados heridos tanto alemanes como aliados, a todos los que requirieran de refugio independientemente de sus credos o convicciones; nunca les impuso su propia fe, y se apartaba de ellos para orar de modo de no incomodarlos. Sin embargo, sus actividades resultaron sospechosas a la Gestapo, y se vio obligado a replegarse a Suiza, que se mantenía como territorio neutral. Instalado en un apartamento en Ginebra se le unieron los primeros hermanos de la comunidad, y esperaron en trabajo silencioso y oración el momento propicio para regresar. Ya desde esta época estaba formado el ideal de vida del hermano Roger, austera, en celibato, en comunidad de bienes, y numerosas personas se veían atraídas por el pequeño grupo en busca de paz y consuelo, uniéndose a ellos en la oración y en los temas de reflexión que el pastor proponía como semilla para futuras realizaciones.
Para mí, los principios del diálogo son respetar al otro en tanto que otro. Mientras más el otro es diferente, más puedo yo aprender de él. (No se dialoga con clones). El diálogo requiere no ser complaciente vis-a-vis de sí mismo ni del otro, para expurgar todas las sombras. Considerar al corazón como director del diálogo, pero también usar el intelecto como algo indispensable a la relación.
Por otra parte, siempre he mantenido una cierta vigilancia sobre el plano político. Cuando era un adolescente, viví entre el izquierdismo y el anarquismo, y no lo lamento. Todo lo contrario, porque he descubierto la práctica de esa vigilancia y de esa intuición según la cual es imposible que una enseñanza sea verdaderamente valiosa si quien la trasmite está en contradicción consigo mismo en el plano ético. Es necesario estar de acuerdo en el significado de los términos “ético” y “político”. Critico particularmente en las nuevas espiritualidades una cierta reducción de lo político a la ética interpersonal. No hay a menudo ningún planteamiento, ninguna aprehensión de la dimensión social y política de los eventos.
Evidentemente, los más serios consideran una relación entre búsqueda espiritual y ética cotidiana. Pero se trata solamente de relaciones de proximidad, y la dimensión comunitaria de toda vida humana es a menudo devaluada. La “búsqueda del ser” ocupa todo el lugar y suplanta el compromiso activo en la vida ciudadana, No estoy de acuerdo con eso. No existe solamente el ser como una mónada que busca primero su identidad, después el cosmos y la dimensión planetaria. Entre ambos, la esfera de lo social, de lo económico, de lo político, nos plantea la cuestión crucial de nuestra responsabilidad cívica.
La intuición de que con la ayuda de pequeñas comunidades el mundo va a cambiar y que en el siglo XXI asistiremos a una gran transformación pendular, no es sino parcialmente verdadera y adolece de un insuficiente contacto con la realidad. No podemos ser esquizofrénicos, dedicarnos a la invención de nuevas estructuras interiores e interpersonales, de nuevas redes de comunicación, etc., y desinteresarnos de entablar combates concretos para la transformación, aquí y ahora, de las antiguas estructuras sociales y políticas. Si no, perpetuaremos bajo otra forma la dicotomía ilegítima que un cierto cristianismo “burgués” ha hecho entre la caridad (que nosotros llamamos “compasión”) y la justicia. La espiritualidad más “evolucionada” pasa a ser entonces lo que ha sido la religión más convencional: un opio y una ilusión.
Pierre Teilhard de Chardin, científico y pensador de honda raigambre cristiana, ha ejercido en nuestro tiempo una enorme influencia, conmoviendo con su sabiduría espiritual a amplios y diversos sectores dentro y fuera de la comunidad católica europea y americana. Sus obras pusieron en la órbita de los problemas contenporáneos un pensamiento que, en forma grandiosa, concibe la evolución del mundo y del hombre como una ascendente formación del cuerpo de Cristo en la que participarían no sólo el hombre y sus conquistas científicas y espirituales, sino también el cosmos entero, desde la más pequeña molécula.
Los presentes seis ensayos de la autora señalan cómo el Padre Teilhard intenta no sólo conciliar ciencia, flosofía y religión, sino anunciar su creciente convergencia en la visión armónica de la humanidad futura, social y espiritualmente unificada. Analiza el original pensamiento teilhardiano, cuya piedra angular es la significativa dirección escatológica de toda la Creación hacia Cristo; esto el Cristocentrismo, donde la meta última y plena es el punto Omega, vale decir, Dios mismo.