Gurdjieff y alumnos contemplando Danzas”
A veces me sonsacaba, me hacía decir cosas, y luego, con una mirada de compasión, sacudía su cabeza; y yo me daba cuenta de que había expuesto alguna de mis debilidades o imperfecciones. Estos incidentes, estos choques constantes que sacaban a relucir uno y luego otro de mis aparentemente innumerables enemigos interiores, permanecieron en mi memoria.

Aproximadamente un día después de nuestro regreso al Prieuré, Gurdjieff me puso a trabajar con otros dos hombres, excavando una trinchera en el bosque. Era agradable trabajar en la sombra, y cuando parábamos para descansar era aún más agradable sentarnos a charlar sobre ideas de altura. Pasaron algunos días en medio de esta labor agradable. Luego, primero uno de los hombres fue encargado de otro trabajo, después el otro, y terminé trabajando solo. Gurdjieff me pidió que cavara hasta encontrar un manantial que decían estaba en algún lugar de los alrededores, el manantial sobre el que había hablado cinco años antes.

Como los días pasaban y nadie se me acercaba y no había ninguna señal de agua, una resistencia comenzó a surgir en mí, una rebelión en contra de lo que mi mente sabía que debía hacerse. No se trataba de la dificultad del arduo trabajo físico. En la Columbia Británica había sido un buen excavador de pozos, haciendo explotar cada centímetro con nitroglicerina un trabajo difícil y peligroso. Lo que ahora tenía que superar era una rebelión una tremenda resistencia del cuerpo y los sentimientos a continuar esta tarea sosa, monótona y aparentemente sin propósito, en medio del calor sofocante -. Después de trabajar durante algunos días tuve que cavar una trinchera larga y profunda y un pozo hondo en la gruesa arcilla. Nadie se acercó a mí, y ya no me llamaban a comer en el comedor inglés. Luego Gurdjieff llevó a mi esposa y otras personas de viaje, en su auto, lo cual aumentó mis dificultades emocionales, ya que no había cosa que yo disfrutara más que viajar con él.

Cuando regresó algunos días después y vino a ver mi trabajo su primera aparición en dos semanas -, le dije: no hay agua aquí; es inútil continuar. Él sólo comentó: debe haber agua aquí. Debe encontrarla. Ahora cave aquí. Señaló hacia otro lugar y se marchó. De manera que comencé nuevamente. Pero un pensamiento insistente me atormentaba. Me preguntaba por qué había abandonado mi vida cómoda e interesante en los Estados Unidos para venir aquí a trabajar como un peón y ser humillado. Era sólo un capricho de Gurdjieff el mantenerme ocupado? Caí en un estado de desilusión y desaliento. Al mismo tiempo había un sentimiento interior de que la tarea debía ser cumplida, y que éste, quizá, era el primer esfuerzo verdadero que yo había realizado jamás.