Esa noche comencé a reflexionar sobre un nuevo nombre y encontré en la Revelación: A aquél que se supere le daré de comer del maná oculto, y le daré una piedra blanca, y sobre la piedra un nuevo nombre escrito, que nadie conoce, salvo aquél que la reciba.

Este es uno de los misterios del cristianismo esotérico.

Al día siguiente, domingo al atardecer, los hombres se reunieron en el manantial con provisiones para el picnic. Después de comer y de charlar, alguien, animado por el armagnac, empezó a cantar una canción folklórica rusa, una de esas canciones sentidas de las profundidades del corazón ruso, sobre nada en particular. Entonces otros cantaron canciones folklóricas griegas, armenias, alemanas. Yo mismo canté: Through bushes and through briars. Luego Stjoernval, un hombre grande y barbudo, se puso de pie, con su camisa rusa y sus pantalones metidos dentro de sus botas, y cantó con una hermosa y profunda voz que resonó en el bosque. Esta, creo yo, fue la única vez que se le oyó cantar en el Prieuré. Gurdjieff, intencionalmente, no fue; era mi fiesta, pero sonrió con aprobación al día siguiente cuando le contaron sobre ella.

Después, hacia finales de septiembre, cuando hacía frío en las tardes, Gurdjieff regresó de París, y justo antes de la hora de la cena, avisó a Stjoernval, de Hartmann, de Salzmann y a mí para que nos reuniéramos con él en la pequeña piscina circular que estaba oculta de las ventanas al extremo del prado. Nos dijo: Ahora nos desvestimos. Nos desnudamos. Se sentó en uno de los escalones que conducían a la piscina, con sus piernas dentro del agua, y me hizo una seña para que me sentara junto a él, y los demás se sentaron detrás de nosotros. Bromeó un poco, luego bajó otro escalón. Empezó a hablar sobre la necesidad de hacer ciertos esfuerzos cuando un hombre ha alcanzado un nivel de trabajo en sí mismo, un nivel en una octava, y cuán necesario es para él realizar dicho esfuerzo. Si lo hace así, sube una octava más, llevando consigo todo lo que ha adquirido. Si el esfuerzo no se realiza puede retroceder, y aquello por lo que ha trabajado puede perderse. Al principio, este esfuerzo debe efectuarse bajo la dirección de un maestro; después, un hombre puede saber por sí mismo cuándo tiene que hacer un esfuerzo, y cómo hacerlo. También dijo que yo había tenido un sabor de superesfuerzo. En este trabajo el esfuerzo ordinario que realizamos está implícito. Todos, lo quieran o no, tienen que realizar esfuerzos; la Naturaleza nos obliga, como obliga al salmón a remontar las cascadas. Un hombre debe ser capaz de hacer. La magia, la verdadera magia, está basada en hacer. Debemos realizar superesfuerzos. A medida que avanzamos, el trabajo se hace más difícil, pero nos llega más fuerza. Si ustedes realizan un esfuerzo consciente, la Naturaleza debe pagar, quizá inmediatamente. Es una ley.