Aikido

Aikido

Ser físicamente fuerte no es siempre una ventaja en una sociedad donde la primera tendencia será precisamente de limitarte a tu aspecto, para en seguida servirse de él.   Ese ha sido mi caso. Fatigado de las provocaciones, tanto como de ceder siempre a las demandas de ayuda de los que no tenían la estatura para luchar, decidí paradójicamente ir más lejos practicando judo.

En esa época, el judo permanecía como el arte misterioso, la victoria de los más débiles sobre los más fuertes, Pero sobre los “tatamis” uno se desengañaba muy rápido. El judo es un deporte difícil, que no se puede disociar de la competición, y a mí apenas me atraía competir.

El competir, tal como los educadores deportivos lo repiten incansablemente, es la superación de sí, lo que no deja de tener una virtud, pero en conformidad al rendimiento de los otros. Esto tiene, para un hombre joven, algo de exaltante y de frustrante a la vez. De una cierta manera, competir despoja al deporte de su acción. Es más un trueque que una conquista: mi energía contra honores, dinero o el sentimiento efímero de ser alguien fuera de lo común.   El deportista que se sacrifica por la sola competencia no prosigue su práctica más allá de los límites de su cuerpo.  El se inscribe en una regla implacable: “debo rendir el máximo para tener el derecho de detenerme un día”.

Todo esto, por inmaduro y poco habituado a la reflexión que uno sea, se resiente muy pronto. Tengo el recuerdo de haber luchado sobre los tatamis con todo el encarnizamiento de la juventud, pero sobre todo empujado por una cólera sorda contra los que me habían puesto en esa situación.

No se hace nada sin soñar. El adolescente lo sabe más que nadie. Pero muy pronto los adultos nos colocan en un cruce de caminos: ceder a ellos esperando llegar a ser un astro, o ignorarlos para proseguir nuestro sueño de héroe en busca de lo sobrenatural, Fue esa elección la que a los dieciséis años me impulsó por la vía del jiu-jitsu.

El jiu-jitsu es ante todo un combate por uno mismo. Ninguna otra meta que la de probar que en toda circunstancia se sabrá quedar con vida. Pero esta práctica también tiene sus limitaciones. Apoyándose esencialmente sobre las cualidades físicas del practicante (fuerza, rapidez, flexibilidad) nuestra eficacia, al disminuir estas cualidades, tiende igualmente a bajar. Ahora bien, el héroe no tolera ningún límite. El no cree ni en el envejecimiento ni en la muerte. El está ya inscrito en un mundo sobrenatural.