El chamán es el gran maestro del éxtasis antes aún de ser sanador o mago. Él es el especialista del trance, trance especial en el cual su alma supuestamente deja su cuerpo para subir al Cielo o descender a los Infiernos. El chamán mantiene relaciones privilegiadas con el espíritu de los muertos o los espíritus de la Naturaleza.
La vocación chamánica se discierne entre los candidatos aptos al éxtasis, ya sea espontáneamente o semiprovocado por las drogas. En realidad, los médicos occidentales estarían de acuerdo en diagnosticar histeria o epilepsia, pero lo que nosotros consideramos como una enfermedad nerviosa no lo es en otro contexto sociocultural. Sea lo que sea, la vocación chamánica, a menudo hereditaria, es siempre considerada como un don de los dioses o de los espíritus. Los futuros chamanes reciben una doble instrucción: ellos aprenden las técnicas del éxtasis (sueños, trances) y las técnicas tradicionales (nombre de los espíritus, mitología, lenguaje secreto, etc.) Es solamente esta instrucción, seguida de una iniciación, que transforma un eventual neurótico en un chamán reconocido por la sociedad.
El esquema iniciático, aunque presentando variantes de un pueblo a otro, es a menudo lo mismo: el aprendiz se prepara en la soledad, instruido por un viejo maestro. La ceremonia de iniciación puede tener lugar en un sitio oculto o en público. El futuro chamán debe estar enfermo (o al menos simular la enfermedad), casi muerto, tener la visión de su cuerpo destrozado y de sus huesos descuartizados. El despedazamiento del cuerpo y la contemplación de su propio esqueleto constituye un ejercicio muy prolongado que exige un gran esfuerzo de ascesis física y de concentración. El chamán debe nombrar cada uno de sus huesos por su nombre, contemplarse despojado de la carne y de la sangre. Este ejercicio meditativo consagra por medio de una operación mental al futuro chamán a transformarse en un ser cósmico, desembarazado de la condición profana, reintegrado a la vida universal.
El tema del Molde del Hombre, tratado en forma específica en el capítulo 16 de “El Fuego Interior”, es probablemente uno de los más inquietantes y controversiales de toda la serie de libros de Carlos Castaneda en su largo periplo por el aprendizaje y prácticas conducentes al grado de nagual, a cargo de su mítico guía, personificado en don Juan Matus. Se toca en dicho capítulo el corazón de prácticamente todas las prácticas espirituales, pero desde una óptica completamente atea, ‘laica’ y desprovista de toda la connotación sublime o mística que se le otorga en el marco de cualquier concepción re-ligiosa.
Sin embargo, es posible establecer algunos paralelismos muy evidentes con otras tradiciones. Por una parte, lo que acostumbramos a llamar ‘experiencias cumbre’ o ‘experiencias trascendentes’, existen en todas ellas como grandes hitos que nos permiten comprender vivencialmente realidades que, aunque están muy por encima de la vida cotidiana habitual, la incluyen, otorgándonos un sentido, una sensación de propósito, un sentimiento de inapelable verdad que tanto modifica radicalmente nuestra sensación de identidad con lo que nos rodea, como nos incentiva a comenzar, retomar o seguir avanzando en nuestra práctica cualquiera que ella sea; tanto nos incrementa una sensación de conexión vertical y horizontal como nos suscita el deseo de contribuir a que otras personas puedan participar o acceder a esas experiencias; nos hace germinar un sentimiento imborrable de ‘familia humana’, de comunidad, de hermandad más allá de cualquier diferencia, a la vez que nos acucia una comezón –incluso una sensación de urgencia- por la gran necesidad de la humanidad, llevándonos a visualizar o intentar formas en las que aportar a ese conjunto que puede y debe progresar. Sucede como si de súbito se comprendiera el propósito de la vida y de las formas que la habitan, con toda su belleza, imperfección y sufrimientos. En suma, son experiencias que, tanto si sobrevienen en forma súbita como si son largamente buscadas por los practicantes, nos producen sentimientos comunes de reverencia, de sacralidad de la existencia y de respeto por aquello que, estando más allá y por sobre nuestra experiencia humana habitual, se percibe con certeza como la dirección en la que debemos intentar movernos para progresar evolutivamente. Se percibe además que la verdad y realidad de la experiencia es irrefutable.
La obra de Carlos Castañeda es muy singular. El antropólogo que se interesa en el estudio de las plantas psicotrópicas, termina convirtiéndose en un “hombre de conocimiento”, gracias a las enseñanzas de las prácticas rituales del chamanismo yaqui, aportado por un descendiente cultural de los toltecas, don Juan Matus. Esta obra constituye una destrucción crítica de la antropología clásica y plantea una crítica radical a la realidad que conocemos. Expone otro conocimiento, no científico y aparentemente alógico. Exige un cambio en la naturaleza del aprendiz al abrir las puertas de “otra” realidad.
Pone en el tapete un conocimiento menospreciado por occidente y la ciencia contemporánea, considerado por la mayoría de los antropólogos como una práctica cultural aberrante. Nos enseña, a través de su maestro, la herencia de los brujos, herederos de los sacerdotes y chamanes precolombinos. Esta sociedad es todavía una sociedad cerrada, clandestina, subterránea que no convive con la sociedad moderna mejicana.
Quien es Carlos Castañeda? En primer lugar, su apellido es latino y se escribe con ñ. Los norteamericanos, que no usan esta letra, lo convirtieron en Castaneda.
Para compensar el crecimiento de su imagen y de su leyenda, él hace desaparecer su historia personal y omite deliberadamente toda información que pudiera destruir el anonimato que le es necesario para pasearse libremente por esos nuevos mundos que va descubriendo.
No está bien claro si nació en Perú o en Brasil, alrededor de 1936, pero sí que vivió en Argentina desde pequeño, hasta que se trasladó a Estados Unidos a estudiar antropología. En el verano de l960, empezó a recopilar información sobre plantas medicinales.
En Méjico, investigando sobre el peyote, encontró un viejo indio yaqui don Juan Matus quien tenía reputación de brujo. Con él comenzó una amistad que creció lentamente durante un año, en el que Castañeda hizo frecuentes viajes donde mantuvo con don Juan extensas conversaciones sobre plantas alucinógenas en general.