Uno de los aspectos de la relación entre un verdadero gurú y su discípulo menos comprendido y explicitado es el hecho de que, a través de esta relación, el discípulo es conducido a enfrentarse a una profunda crisis. Su futuro entero depende de cómo afronta la crisis, de la calidad de la actitud emocional, de la profundidad de la comprensión y del carácter de la voluntad que él aporta.

Una crisis es casi inevitable porque cuando el discípulo encuentra a su guía espiritual, trae a este encuentro no solamente un deseo ardiente de crecimiento interior – o quizá sólo una devoción intensa y fascinada por el gurú – sino también el residuo kármico de su pasado, y no solamente del pasado de su vida actual. En su aspiración a una vida y a una consciencia más espirituales, el discípulo ha olvidado este pasado. De hecho, probablemente jamás se ha dado cuenta del peso de este pasado kármico e, inconscientemente, desea vivamente no enfrentarlo en ese momento en el que todo a lo que él aspira es luz y divinidad. El ego de todo individuo o bien no ha tomado consciencia de este pasado antiguo, o bien encuentra de forma semi-inconsciente los medios para tergiversarlo y evitar la dura confrontación con sus antiguos pecados de comisión y, lo que es más, de omisión. Es como un hombre de ley que trata de darle la vuelta a la ley, pero que se sentiría estupefacto si se le dijera que lo hace deliberadamente.

Con mayor fuerza aún de lo que puede efectivamente hacer, decir o sugerir, la presencia del gurú focaliza sobre el discípulo la cosecha kármica del pasado de este último. De manera impersonal, y quizá con una profunda tristeza y compasión, el gurú provoca situaciones que fuerzan al discípulo, probablemente a la espera ávida de revelación y de iluminación, a encarar decididamente las tinieblas de un pasado de indolencia, de egoísmo o de fracaso espiritual, quizá olvidado desde hace tiempo. El discípulo llega a verse cara a cara con lo que, en los casos más extremos, ha sido descrito bajo la forma del Monstruoso Guardián del Umbral (en la conocida novela de Bulwer Lytton: Zanoni). En todos los casos se enfrenta a una crisis; y la palabra crisis viene de una raíz griega que significa decidir. Uno puede llegar hasta el origen de esta raíz más universal Kri que encontramos en el nombre del Gran Avatar de la tradición india, Krishna, y en el de nuestra manifestación divina occidental, Cristo. En Java se llama kris a una corta espada o daga de forma particular.

El Cristo ha traído a los hombres no la paz, como él mismo ha dicho, sino la espada de la separación. En su origen, Krishna fue conocido en la India como un gran hombre de estado que, por su diplomacia consumada, condujo cara a cara y con fuerzas iguales a los dos grandes clanes de la casta de los Guerreros que habían reducido al país a un constante campo de batalla. En la llanura del Kurukshetra, los dos clanes se enfrentaron y se aniquilaron recíprocamente. Fue el fin del poder de la casta de los Guerreros y el alba de la Gran Era de la Filosofía dominada por el poder de la casta de los Brahmanes.

Y haya sido esto un mito o un hecho, debería hacernos caer en la cuenta de que, cualquiera que sea su forma y cualesquiera que sean las circunstancias, el gurú divino aporta en un momento dado al pueblo donde ha nacido una crisis espantosa que fuerza a los hombres a decidir.  En el Bhagavad Gita, en las vísperas de la gran batalla de Kurukshetra, Krishna se enfrenta con su discípulo Arjuna quien, viendo a sus amigos y a sus parientes en los dos campos,  se prepara a escapar del problema y a rechazar el combate. Krishna lo enfrenta con su dharma de  guerrero;   Arjuna toma su gran decisión y la batalla es ganada. Pero quién ha ganado? No el ejército victorioso, tampoco el ego victorioso de Arjuna el guerrero. Sólo el espíritu gana, en el alma y en la consciencia de Arjuna y en  una  India relativamente  liberada, por un tiempo  al  menos,  de los conflictos y pasiones de la casta de los Guerreros.

El Espíritu divino Cristos – también ganó por el coraje y el sufrimiento de Jesús, el Hijo del Hombre. Pero esta victoria no existía más que en el dominio de los Arquetipos; la Gran Guerra se desató después, en la consciencia planetaria de la humanidad y en lo más profundo del corazón de todos los hombres que juran en el nombre de Cristo, pero que permanecen dormidos y traicionan al Espíritu de Cristo, del mismo modo que el apóstol Pedro y la Iglesia fundada en su nombre simbólico han traicionado al Maestro que pretendían adorar. La Gran Guerra espera aún su Kurukshetra. La decisión radical aún no ha sido tomada, excepto por algunos individuos por aquí y por allá.

Es verdad que algunas pequeñas decisiones válidas son tomadas por individuos y grupos en un momento o en otro; pero, mientras el problema no sea verdaderamente central, la decisión no será suficientemente radical; no alcanza a la raíz misma del individuo y no exige aún la crucifixión irreversible del individuo como ego y señor de todo lo que cae bajo el imperio de su poder autocrático. El individuo fuerte cuyo espíritu es abierto y sabio puede no tener necesidad de un gurú para forzarlo a enfrentarse con su karma. Al que es fuerte, la vida misma le responde mediante circunstancias constrictivas e ineluctables. El discípulo que se fía de su centro interior y de su divinidad potencial puede precipitar él mismo las confrontaciones engendradas por una crisis tras otra. Pero siempre hay peligro: bajo la presión y la tensión, el discípulo puede tomar una decisión por puro agotamiento interior, puede deslizarse en la enfermedad o en una muerte prematura. Pero quizás no haya malas decisiones si son sinceras y abiertas a lo que pueda suceder y si los resultados son colocados sobre el altar interior de su propia dedicación a lo divino, para que Dios las acepte o las rechace.

El gurú, sin embargo, está siempre presente detrás de la escena, incluso si no se percibe su presencia ni se oye su voz en los abismos terroríficos de la profunda noche del Alma de la que han hablado numerosos místicos. El discípulo no dispone más que de un arma: la espada de su voluntad pura. Sólo él puede manipular esta espada, no para cortar ningún nudo gordiano mítico como lo hizo el joven Alejandro el Conquistador, sino para cortar la cuerda que ha tejido su propio ego para amarrar el bajel de su consciencia a un muelle seguro y confortable. Si el bajel es soltado a las corrientes y tempestades del inmenso mar del dominio astral que no puede ser alcanzado más que a través y más allá de la materialidad sólida de nuestro mundo cotidiano, la vida del individuo auto consagrado experimenta crisis radicales.

Las crisis son umbrales que hay que atravesar; lo que cuenta es la cualidad del movimiento a través, es decir, del movimiento que conduce al otro lado. Que podamos tropezar, caer o ser duramente magullados o cometer trágicos errores y herir a los demás, es inevitable en la mayor parte de los casos. La principal diferencia entre la victoria y la derrota, al menos temporal, reside en nuestra cualidad de ser. Esta cualidad de ser es más profunda que la simple motivación consciente ya que no se ha dicho acaso: El infierno está pavimentado de buenas intenciones? Por cualidad de ser yo entiendo lo que no podemos impedirnos hacer, sentir o pensar porque somos eso. La victoria llega a fin de cuentas porque todo en nosotros y más allá de nosotros el equilibrio total de poder en el campo de actualización del Alma, en el que participa nuestro sí mismo personal – todo se focaliza en el hecho de decir un sí o un no esencial.

El precio de las victorias espirituales es casi inevitablemente el sufrimiento; pero, ahí también, todo depende de la calidad del sufrimiento o, se podría decir, de aquello a lo que está vinculado el sufrimiento. Puede estar vinculado a una voluntad de victoria sobre la dominación del ego o a una decisión obstinada, tomada por el ego, de guardar el control sobre todo lo que desafía su poder, o a un sentimiento de fracaso o de impotencia que puede, en algunos casos, convertirse en voluntad semi-consciente de auto aniquilamiento.

Hay que establecer una diferencia entre sufrimiento y dolor. Todo organismo vivo tiene la experiencia del dolor cuando algunas de sus funciones vitales o la integridad del cuerpo son puestas en peligro. La Naturaleza inflige el dolor a todos los organismos vivos cuando éstos son sometidos a sus procesos más o menos violentos, sus tormentas, sus sequías o inundaciones. La implacable ley de la biosfera, comer o ser comido, produce el dolor en todas partes. Dolor que, en ciertas condiciones, e incluso en el reino vegetal, puede ser compartido por otros organismos que vibren en simpatía.

Los seres humanos tienen también la experiencia del dolor físico, en circunstancias naturales que afectan al sistema nervioso. Pero, con el sufrimiento, alcanzamos otro nivel de sentimiento, porque el sufrimiento implica una consciencia más o menos individualizada del dolor, no solamente del dolor físico, sino también del vinculado con los deseos, objetivos y expectativas personales de la potencialidad de desarrollo y crecimiento espiritual del individuo. Cuando un individuo rompe su esclavitud respecto a los demás y al ritmo instintivo de su participación en la naturaleza, cuando pone prioridad en el desarrollo de la mente y del poder social, del prestigio, del renombre y de la riqueza en una sociedad competitiva, sin tener en cuenta cómo esto afectará a la armonía natural y al buen funcionamiento de sus funciones biológicas y de sus funciones emocionales, él mismo está invocando de ese modo al sufrimiento.

El que sigue la vía transpersonal y está firmemente decidido a entrar en el sendero de la transformación total, puede esperar tener el sufrimiento como compañero de ruta. Ha entrado deliberadamente en un proceso de transición. Se ha colocado en posición neutra, de forma que pueda ser capaz de cambiar a una velocidad superior; y el cambio raramente se hace con suavidad porque, al contrario de lo que ocurre en un coche que funciona bien, cada posición del engranaje se resiste al cambio; en lugar de un tipo de lubricante que facilitaría el desplazamiento, cada diente del engranaje se rodea de una masa de partículas que se oponen al movimiento. De ello resultan frecuentemente duros y potencialmente destructores chirridos, en particular si no hay un conductor experimentado para enseñar al novicio.

De toda transición entre dos estados resulta el sufrimiento; y el sufrimiento es mayor cuando el miedo, un apego al pasado o una avidez exuberante de desbocarse hacia delante, introducen en el proceso tensiones, conflictos interiores o falsas expectativas, lo cual es corriente en nuestro mundo. En nuestra sociedad occidental, el individuo se ve atrapado en un proceso colectivo de transición, la transición histórica entre el estado tribal arcaico de la vida natural puesta al unísono con los ritmos de la biosfera – estado en el que la tribu entera tiene una psiquis y una voluntad comunes cuando afronta cuestiones fundamentales – y el estado de individualización al menos relativo de cada persona, teóricamente independiente y responsable de su crecimiento hacia una forma ideal trascendente. La individualización conduce a conflictos entre los individuos supuestamente autónomos, orgullosos de su diferencia, ávidos de expansión y de franquear todos los obstáculos; y los conflictos engendran el género de sufrimiento que está basado en el miedo, las privaciones y un sentimiento humillante de fracaso. O la decepción y el vacío que frecuentemente siguen después del éxito y del renombre.

El individuo que avanza por la vía transpersonal puede no tener que experimentar todo el sufrimiento que sus sentimientos no cesan de causar, en un momento o en otro, en los niveles psíquico y psicosomático, pero ha salido, al menos parcialmente, de la rueda éxito-fracaso social, para entrar en otra forma de transición que es igualmente radical. En las profundidades de su consciencia, ha dejado los niveles biológico y social hacia los cuales su voluntad no puede ya funcionar de manera exclusiva y natural; pero opera siempre como organismo biológico e, incluso aunque se defienda, todavía está condicionado por la cultura que le ha provisto de un lenguaje específico, de esquemas de pensamiento, sentimiento y comportamiento. Tres niveles de consciencia, de actividad y de voluntad hablan cada uno su propio lenguaje en el discípulo que se encuentra en el Sendero. Cómo no va a haber discordias interiores y sufrimientos mientras no se haya, como dicen los budistas, alcanzado la otra orilla?

Dura travesía! Es prácticamente imposible efectuar esta travesía si el aspirante no ha sido preparado para ello, por aquellos que han pasado ya al otro lado de la orilla y que, después de haber dejado las instrucciones al novicio, lo vigilan y están prestos a guiarlo y quizá a asistirlo, incluso aunque el viajero no lo note y no lo sepa. Sin embargo, por muy apoyado que se encuentre, él es el único que debe efectuar la travesía, es el único que debe batirse contra la potente corriente de la entropía material, contra la lasitud apabullante, la soledad y un sentimiento insidioso de futilidad. Debe aceptar el dolor y sobreponerse a los golpes que hieren los nervios tensos y prestos a estallar.

Todo individuo puede seguir la vía ancha de la evolución planetaria presa en las lentas oscilaciones de las masas del género humano. Este movimiento presenta un carácter cíclico pero eminentemente repetitivo. Debe haber una repetición porque la persona que avanza o que, quizá retrocede – en este camino es con frecuencia bamboleada por las altas y las bajas de la marea evolutiva. En el mejor de los casos, utiliza su voluntad para intentar permanecer en la cresta de las olas, si es que hay crestas. Los ciclos van y vienen, una persona sucede a otra; y, aunque el Alma a la cual están ligadas por hilos magnéticos vele y trate de crear una mayor intimidad, estas personalidades sucesivas no responden más que débilmente. El fuego de la voluntad divina quema poco a poco en sus tibias emociones, siempre tan normales; o bien causa estragos durante un momento y luego se apaga sumergido por las presiones de la mediocridad circundante incapaz de llevar a cabo un compromiso tímido y pasajero.

Entonces, desafortunadamente hay que volver a comenzarlo todo; a repetir, con frecuencia, el pasado que ha dejado tantos asuntos pendientes. Es tan difícil para los círculos convertirse en espirales en el momento necesario ! Solamente es posible cuando una fuerza centrífuga actúa firmemente para vencer la inercia del movimiento circular. Esta fuerza es la voluntad prometéica de que todo volver a empezar sea un nuevo comienzo, una liberación fresca, original, espontánea de nueva potencialidad. No hay peor derrota que la derrota por lo idéntico y lo repetitivo; no hay concepto más monstruoso que el del eterno retorno imaginado por la trágica mente de Nietzsche. El Océano de Potencialidad del cual he hablado es infinito: cuando el cristiano dice: Con Dios todo es posible, no hace más que personalizar este infinito Océano del espíritu, ya que el Espíritu es la posibilidad de enfrentarse a toda necesidad con una voluntad fresca y siempre renaciente, a través de la cual una nueva potencialidad de respuestas es movilizada y focalizada. Su mano sostiene efectivamente la espada, pero el Espíritu pondrá en acción la mano si la consciencia del hombre está preparada para permitirle actuar. Entonces el objetivo será alcanzado.

Siempre debemos estar listos para aceptar lo totalmente inesperado, lo milagroso. Jamás debemos sentirnos completamente vencidos. Siempre puede haber una nueva aurora, totalmente diferente de todas las auroras precedentes; pero tenemos que tener la fe. La fe es el sentimiento intuitivo, incontestable, aunque sea intelectualmente inexplicable, en que el Océano de Infinita Potencialidad nos rodea; vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser en él, pero la mayor parte de nosotros rechaza sentir y ver, pues estamos fuertemente amarrados en nuestra agitación frenética, en nuestro miedo, en nuestra concentración masoquista y en nuestra dosis de sufrimiento. Este sufrimiento es una pura pérdida e incita a una repetición sin fin. Tenemos que aquietarnos y sentir el silencioso sonido de las vastas mareas del Espíritu que merodean en las costas de nuestra consciencia o que baten quizá las recortadas rocas de nuestro orgullo y de nuestra avidez. Debemos volver nuestra consciencia hacia este mar interior y tratar de sentir el fin de un ciclo de experiencias, avanzando apaciblemente hacia el comienzo, aún impreciso y no centrado, de un nuevo ciclo. Debemos osar evocar la potencialidad de un comienzo esencialmente nuevo y, para nosotros, sin precedentes. Tenemos que convertirnos en el altar y en el sacrificio; y el perfume y la ofrenda incandescente de nuestro pasado, e incluso los recuerdos más delicados, se elevarán hasta los dioses; y los dioses responderán, ya que ellos son las formas radiantes de las nuevas potencialidades, cuando se nos ofrecen a nuestros ojos abiertos. Son nuestro mañana luminoso, si aceptan descender y nacer en nuestro fuero más interno.

Estas palabras pueden parecer hiper simbólicas, místicas y lejanas para el lector cuya consciencia sea presa de los engranajes aparentemente desesperados de la vida ciudadana; sin embargo, cada cual debería poder traducirlas en la lengua particular de su vida personal. No debería ser difícil encontrar, en nuestras relaciones, gentes que, durante su juventud, en su madurez o el alba de su vejez, estén o se hayan enfrentado con una crisis que haya modificado radicalmente el esquema de su vida: la muerte repentina o dolorosa del cónyuge, un divorcio, una enfermedad, un trágico accidente, la pérdida del hogar, los hijos que se van para casarse o, simplemente, el retiro después de una vida de intensa actividad Crisis, las hay sin fin; en cada caso llegan en circunstancias diferentes. Pero todas tienen un punto en común: representan un reto a nuestros deseos, a nuestro poder de imaginación y a la voluntad de volver a comenzar.

Podemos rechazar el reto y, con el sentimiento agudo de que la vida se ha quedado vacía y desprovista de sentido, arreglárnoslas para morir más o menos cómodamente, quizá a cuenta de la felicidad o del dinero de alguien, quizá vengándonos inconscientemente de los demás por el fracaso de nuestra propia fe. O bien podemos partir hacia una Riviera y gozar del sol o jugar al bridge mientras nos dedicamos a chismorrear en un hotel de moda. Si hacemos eso, qué sucede con nuestro talento, con nuestra energía o con la riqueza y la influencia que tenemos? Dejaremos de actualizar nuestras potencialidades inherentes de consciencia y de desarrollo de la personalidad porque hemos sido vencidos por las circunstancias? Pero estas circunstancias han llamado a nuestra puerta simple y únicamente para ofrecernos un nuevo renacimiento!

El que no renace con una nueva fe y un nuevo sentido de potencialidad después de una crisis fundamental, ha aceptado la derrota. Regresar al statu quo, a las fronteras de antes de la guerra, o a los buenos viejos tiempos es una derrota, incluso si se celebra como una victoria. El hijo pródigo ha regresado a su casa pero con qué?, por qué? No hago alusión a bienes sino al cómo se haya transformado se habrá transformado de manera permanente y radical cuando regresó ? .

Derrota es el único calificativo que debe aplicarse a este despertar de fantasmas, a estos viejos hombres sin imaginación, los atemorizados detentores de privilegios. Cuántas de estas derrotas no habremos visto después de las crisis trágicas de nuestras guerras mundiales? Es el mismo tipo de derrota que ha sido perpetrado por algunos psiquiatras, por la vía de la lobotomía, o de manera menos irrevocable pero esencialmente recubierta de la misma actitud, cuando rechazan las energías de un espíritu en explosión, disfrazado bajo el sutil traje del conformismo. Así una crisis más habrá tenido lugar en vano; una batalla más habrá sido librada sin finalidad o habrá servido acaso para pavimentar la vía hacia un conflicto más total entre fuerzas más exactamente apareadas, como se produjo en el campo de batalla de Kurukshetra hace cinco mil años! Por qué es tan difícil hacer un llamamiento a las nuevas potencialidades de la existencia para recomenzar, para ser una vez más virginal ante el alba que invoca la novedad expansiva?

No sabemos cómo ofrecer ritualmente, en sacrificio – a lo nuevo los frutos de nuestro pasado al cual permanecemos tan apegados; o bien no nos atrevemos, porque los fantasmas del ciclo que termina nos asaltan, nos oprimen y nos bloquean la puerta hacia la nueva posibilidad. Cuánto queremos a estos viejos fantasmas! Nunca hubiéramos podido decir nada agradable sobre nuestro marido, pero ahora que ese pobre John se ha ido estamos perdidas: Era tan maravilloso!. Lloramos, y John reaparece bajo la forma de Paul en el que el fantasma se instala cómodamente. Y la rueda sigue girando: nacimiento, decrepitud, muerte, siempre y para siempre los mismos. Oh conformismo, religión y fantasmas!… con el más grande de todos los fantasmas, el Dios Todopoderoso de nuestras iglesias.

Si, lo repito, Cristo ha venido para traernos la espada de la separación ! Los cielos en nosotros sobre los que ha hablado son el campo de la infinita potencialidad y de la abundancia creadora. Vino para bautizar con el fuego. Nos ha pedido que dejemos tras nosotros y que odiemos todo lo que el conformismo de su tiempo y de su raza aprendió a adorar, nos ha pedido que tomemos nuestra cruz y lo sigamos Su vía conducía a la crisis más total, por lo tanto, potencialmente, a la victoria más completa.

Lo que es necesario es el coraje: el coraje de tener fe en el derecho inalienable y la responsabilidad que tiene el hombre de comenzar de nuevo y sin precedentes; el coraje de despedirse de los fantasmas y de olvidarse de ellos; el coraje de enfrentarse a las aterradoras tinieblas de la noche del Alma, en la certidumbre de que habrá una aurora; el coraje de permitir que su consciencia y su ego sean limados, pulimentados, como una lente perfectamente formada y que permitirá a la luz creadora de la nueva potencialidad focalizarse, de manera precisa, efectiva y justa, en nuestra ipseidad más íntima y, a partir de ahí, liberarse hacia todos. Coraje, fe, y, a lo largo de todo el camino, amor y claridad de espíritu: tales son las exigencias esenciales para el que osa entrar en el Sendero, el sendero de la transformación siempre renovada.

Dane Rudhyar

Extractado por Mario Fernandez de
Preparaciones Espirituales para una Nueva Era.-
Editorial. Heptada.