“Si la historia se debe comprender en su totalidad, con todos los aspectos del pasado caduco, entonces lo que llamamos la historia de las ciencias no merece su nombre. En efecto, se encuentra bajo este título la enumeración de hechos y de opiniones conocidas de los los antiguos y que son actualmente consideradas como científicas, y otras que son rechazadas como productos de la superstición o del misticismo. Una tal selección es una deformación grave del pasado, pues ella desnaturaliza las doctrinas y, por consecuencia, los caracteres de los hombres de ciencia. El ejemplo más sorprendente es tal vez el de Newton. Los manuscritos dejados por ese gran hombre no han sido publicados, y una buena parte ha sido dispersado en subastas, sin oposición del gobierno inglés, y esto por qué? Porque la revisión estadística de ellos ha mostrado que la mitad estaba consagrada a la teología, un cuarto a la alquimia y un cuarto solamente a la física. Entonces, si es verdad que Newton hizo su carrera en las ciencias puras y aplicadas, no es menos falso hacer de él sólo un físico, siendo que era sobre todo un teólogo, muy interesado en la alquimia y la física, lo que es bien diferente”.

Estas observaciones plenas de buen sentido de G. Monod-Herzen muestran a maravilla la sutil dificultad de la historia de las ciencias antiguas en general, y de la historia de la alquimia en particular. La dificultad es doble: de una parte, estas selecciones a priori, rechazando lo que los historiadores consideraban como supersticioso o místico, y por otra parte, todas las incertidumbres sobre textos que no pudieron traspasar los milenios sin sufrir un poco. Se olvida demasiado a menudo que la tecnología del manuscrito griego antiguo no tenía nada en común con la del libro actual. Esa forma tan cómoda de un cuaderno de hojas plegadas sólo fué inventada hacia el siglo III de nuestra era. Se utilizaba anteriormente una larga hoja enrollada sobre sí misma, lo que no hacía fácil la lectura. Esa hoja era a menudo fabricada a partir del papiro, el pergamino era usado en forma excepcional en esa época, al contrario de lo que se piensa. Estas hojas eran bandas de varios metros de longitud, y el enrollarlas y desenrollarlas las deterioraba con facilidad. Se perdían entonces líneas enteras e incluso párrafos completos, llegando hasta nosotros fracciones desmembradas a partir de las cuales era difícil reconstruir los pensamientos originales. Resultaba casi imposible rehacer en en su totalidad la obra de los viejos alquimistas griegos, aún poniendo el mayor empeño posible.