Para mí, los principios del diálogo son respetar al otro en tanto que otro. Mientras más el otro es diferente, más puedo yo aprender de él. (No se dialoga con clones). El diálogo requiere no ser complaciente vis-a-vis de sí mismo ni del otro, para expurgar todas las sombras. Considerar al corazón como director del diálogo, pero también usar el intelecto como algo indispensable a la relación.
Por otra parte, siempre he mantenido una cierta vigilancia sobre el plano político. Cuando era un adolescente, viví entre el izquierdismo y el anarquismo, y no lo lamento. Todo lo contrario, porque he descubierto la práctica de esa vigilancia y de esa intuición según la cual es imposible que una enseñanza sea verdaderamente valiosa si quien la trasmite está en contradicción consigo mismo en el plano ético. Es necesario estar de acuerdo en el significado de los términos “ético” y “político”. Critico particularmente en las nuevas espiritualidades una cierta reducción de lo político a la ética interpersonal. No hay a menudo ningún planteamiento, ninguna aprehensión de la dimensión social y política de los eventos.
Evidentemente, los más serios consideran una relación entre búsqueda espiritual y ética cotidiana. Pero se trata solamente de relaciones de proximidad, y la dimensión comunitaria de toda vida humana es a menudo devaluada. La “búsqueda del ser” ocupa todo el lugar y suplanta el compromiso activo en la vida ciudadana, No estoy de acuerdo con eso. No existe solamente el ser como una mónada que busca primero su identidad, después el cosmos y la dimensión planetaria. Entre ambos, la esfera de lo social, de lo económico, de lo político, nos plantea la cuestión crucial de nuestra responsabilidad cívica.
La intuición de que con la ayuda de pequeñas comunidades el mundo va a cambiar y que en el siglo XXI asistiremos a una gran transformación pendular, no es sino parcialmente verdadera y adolece de un insuficiente contacto con la realidad. No podemos ser esquizofrénicos, dedicarnos a la invención de nuevas estructuras interiores e interpersonales, de nuevas redes de comunicación, etc., y desinteresarnos de entablar combates concretos para la transformación, aquí y ahora, de las antiguas estructuras sociales y políticas. Si no, perpetuaremos bajo otra forma la dicotomía ilegítima que un cierto cristianismo “burgués” ha hecho entre la caridad (que nosotros llamamos “compasión”) y la justicia. La espiritualidad más “evolucionada” pasa a ser entonces lo que ha sido la religión más convencional: un opio y una ilusión.