Hasta el presente, la educación se ha ocupado de sintetizar la historia pasada, las conquistas logradas en todos los campos del pensamiento humano, el conocimiento obtenido hasta ahora por la humanidad, aquellas formas de la ciencia desarrolladas en el pasado. En principio, es retrospectiva, mira poco hacia el futuro. Quisiera recordarles que estoy generalizando, y que existen variadas y notables excepciones a esta actitud.
Ella se ha preocupado principalmente de medir la capacidad del niño de acuerdo a sus reacciones, al conocimiento adquirido a través de la educación, y a los datos recogidos y recopilados, impartidos ordenadamente, y extractados y organizados de modo tal que ha permitido al niño competir con el conocimiento que otros poseían.
La educación ha consistido en gran parte en el entrenamiento de la memoria. Actualmente se reconoce que esta actitud debe terminar. El niño ha tenido que asimilar hechos que la raza cree que son verdaderos, comprobados y adecuados al pasado. Pero cada época tiene una norma distinta para dictaminar lo que es apropiado. Está quedando claro que la educación es algo más que el entrenamiento de la memoria y la acumulación de informaciones respecto al pasado y a sus conquistas. Esto no quiere decir que el pasado no tenga que ser estudiado y comprendido, puesto que de él debe surgir, florecer y fructificar lo nuevo.
La educación debe abarcar algo más que la investigación de un tema y la formulación de las conclusiones consiguientes, para llegar a una hipótesis que conduzca a nuevas investigaciones y conclusiones. Es algo más que un sincero esfuerzo que prepara a un niño para llegar a ser un buen ciudadano, un padre inteligente, un individuo que se sustente a sí mismo y que no sea una carga para el Estado,
Primero y sobre todo debe proporcionar al niño un clima en el que puedan surgir y florecer ciertas cualidades:
1.- Un ambiente de amor en el que el temor desaparezca y donde el niño se dé cuenta que su timidez, reserva y cautela no tienen razón de ser; un clima en el que reciba un trato cortés de parte de los demás, esperándose de él un igual trato. Esto en verdad es raro de encontrar en las escuelas o en el hogar. Esta atmósfera de amor no es algo emocional o sentimental, sino que se basa en la comprensión de las potencialidades del niño como individuo, en el sentido de una verdadera responsabilidad, una libertad de prejuicios y de antagonismos raciales y, por sobre todo, en una ternura despertada por la compasión. Esta se funda en el conocimiento de las dificultades de la vida, en una sensibilidad hacia la respuesta afectuosa y normal del niño, y en la inteligencia de que el amor siempre extrae lo mejor que hay en el niño y en el hombre.