Kabir es uno de los más importantes poetas místicos de todos los tiempos. Nacido en Benarés, India, en el s. XV, se cree que tuvo por maestro al sabio Ramananda. Además de poeta fue músico y artesano; formó una familia, y muchos lo tienen por santo. Se apartaba del ascetismo y desconfiaba del culto y del dogma, proclamando que lo Divino está en todas partes y es accesible a todos los buscadores sinceros. Lo que nos llega hasta nuestros días son sus poemas, escritos desde, y dirigidos hacia el corazón de todos, y que hablan de la esencia de cualquier religión.
I ¿Dónde me buscas, oh, servidor mío? ¡Mírame! Estoy junto a ti. No estoy en el templo ni en la mezquita, ni en el santuario de La Meca, ni en la morada de las divinidades hindúes. No estoy en los ritos y las ceremonias, ni en el ascetismo y sus renunciaciones. Si me buscas de veras me verás enseguida, y llegará el momento en que me encuentres.
Kabir dice: Dios, ¡oh Santo!, es el aliento de todo lo que respira.
II Inútil preguntar a un santo cuál es la casta a que pertenece, puesto que los sacerdotes, guerreros, los mercaderes y las treinta y seis castas de la India, todos aspiran igualmente a Dios. Hasta resulta una locura preguntar cuál puede ser la casta de un santo; barberos, lavanderas, carpinteros, todos buscan a Dios. El propio Raidas era un buscador de Dios. El Rishi Swapacha pertenecía a la casta de los curtidores. Hindúes y musulmanes, también ellos alcanzaron el límite donde se borran todas las marcas diferenciales.
III ¡Oh, amigo! Espera en Él durante tu vida, conoce durante tu vida, comprende durante tu vida, pues en la vida está tu liberación. Si no desatas tus ligaduras durante la vida, ¿qué esperanza de liberación tendrás en la muerte? Creer que el alma se unirá a Él sólo porque haya abandonado el cuerpo, es una idea absurda. Si lo hallamos ahora, lo hallaremos luego. De lo contrario, permaneceremos en la ciudad de la muerte. Si te unes a Él en el presente, lo estarás en la Eternidad. Báñate en la Verdad; conoce al Maestro Verdadero; ten fe en su Nombre.
Hafiz de Shiraz fue un poeta persa nacido en los alrededores del 1325 de nuestra era en el actual Irán, y del que se sabe relativamente poco. Que era sufí, que había memorizado el Corán en la infancia (como presupone su nombre artístico, que significa “preservador”), y servido como poeta de la corte luego de haber pasado por diversos oficios. Sus versos han sobrevivido más que sus datos biográficos precisos. Recientemente encontramos una bella edición antigua numerada de su “Gazales de Hafiz”, y quisimos compartir algunos de estos ghazals, escogidos arbitrariamente. Lo presenta Charles Devillers, en el Prefacio que transcribimos a continuación:
Prefacio
Ferdusi, Saadi y Hafiz son los tres grandes nombres de la poesía persa. En el célebre “Diván” de este último hemos tomado los gazales que van a leerse, dichosos si los perfumes de los prestigiosos poemas que los componen se conservan en ellos –oloroso recuerdo- como el de las rosas que no había podido trasladar con vida el juicioso Saadi.
Sí, como en los famosos “Rubáiyat”, hallamos el estribillo báquico repetido bajo tantas formas, no se trata, a pesar de la aparente concordancia, de que Hafiz nos lo dé como la última palabra de la sabiduría humana, sino porque la embriaguez es para él el símbolo del más alto grado de amor. Por otra parte, más y mejor que por las palabras, la embriaguez así entendida se traduce sin riesgo de error por lo aparentemente deshilvanado de la mayor parte de los gazales y por la singular pero sugestiva incoherencia de los dísticos, apenas ligados por un hilo, tenue hasta perecer invisible, lo cual hace que algunos de ellos se los diría soñados en alta voz por un hombre en éxtasis. En todo caso, ambos poetas revelan su parentesco casi únicamente por el vocabulario. Estamos aquí muy lejos del pesimismo amargo y de la ironía de Khayyám. Desde nuestros primeros pasos en ese jardín que es el “Diván” de Hafiz vivimos en pleno ensueño, en medio de un mundo encantado.
Hafiz es, en efecto, el más delicado, el más refinado de los poetas persas. Para traducirse, su amor coge todas las flores de la vida. Cuando quiere dar, hasta en una sola frase y hasta en una sola palabra, uno de esos gritos humanos que nos conmueven y aprehenden, usa, a veces hasta el exceso, de los recursos verbales que le suministra la retórica de su tiempo y de su raza, pero en artista que también conoce la sobriedad y su riqueza secreta.