Hafiz de Shiraz fue un poeta persa nacido en los alrededores del 1325 de nuestra era en el actual Irán, y del que se sabe relativamente poco. Que era sufí, que había memorizado el Corán en la infancia (como presupone su nombre artístico, que significa “preservador”), y servido como poeta de la corte luego de haber pasado por diversos oficios. Sus versos han sobrevivido más que sus datos biográficos precisos. Recientemente encontramos una bella edición antigua numerada de su “Gazales de Hafiz”, y quisimos compartir algunos de estos ghazals, escogidos arbitrariamente. Lo presenta Charles Devillers, en el Prefacio que transcribimos a continuación:
Prefacio
Ferdusi, Saadi y Hafiz son los tres grandes nombres de la poesía persa. En el célebre “Diván” de este último hemos tomado los gazales que van a leerse, dichosos si los perfumes de los prestigiosos poemas que los componen se conservan en ellos –oloroso recuerdo- como el de las rosas que no había podido trasladar con vida el juicioso Saadi.
Sí, como en los famosos “Rubáiyat”, hallamos el estribillo báquico repetido bajo tantas formas, no se trata, a pesar de la aparente concordancia, de que Hafiz nos lo dé como la última palabra de la sabiduría humana, sino porque la embriaguez es para él el símbolo del más alto grado de amor. Por otra parte, más y mejor que por las palabras, la embriaguez así entendida se traduce sin riesgo de error por lo aparentemente deshilvanado de la mayor parte de los gazales y por la singular pero sugestiva incoherencia de los dísticos, apenas ligados por un hilo, tenue hasta perecer invisible, lo cual hace que algunos de ellos se los diría soñados en alta voz por un hombre en éxtasis. En todo caso, ambos poetas revelan su parentesco casi únicamente por el vocabulario. Estamos aquí muy lejos del pesimismo amargo y de la ironía de Khayyám. Desde nuestros primeros pasos en ese jardín que es el “Diván” de Hafiz vivimos en pleno ensueño, en medio de un mundo encantado.
Hafiz es, en efecto, el más delicado, el más refinado de los poetas persas. Para traducirse, su amor coge todas las flores de la vida. Cuando quiere dar, hasta en una sola frase y hasta en una sola palabra, uno de esos gritos humanos que nos conmueven y aprehenden, usa, a veces hasta el exceso, de los recursos verbales que le suministra la retórica de su tiempo y de su raza, pero en artista que también conoce la sobriedad y su riqueza secreta.