El Yoga integral postula la integración completa y dinámica de la personalidad, para lo cual es necesario actualizar la esencia más profunda de nuestra individualidad, el centro único de expresión creativa del Ser. Esta integración, sin embargo, tiene lugar a tres niveles diferentes: la integración psicológica, la integración cósmica y la integración existencial.

La integración psicológica.

Esta supone la armonización de todos los conflictos de nuestra personalidad, en particular de aquellos impulsos, fuerzas y necesidades instintivas inconscientes que se contraponen a la voluntad racional de nuestra mente consciente modelada por las fuerzas sociales y culturales propias de la comunidad a la que pertenecemos.

Nuestro psiquismo puede compararse a una especie de central eléctrica, capaz de generar una enorme cantidad de energía, donde descansa el instinto sexual, el tropismo hacia el crecimiento y el desarrollo, el impulso que nos incita a la expansión ininterrumpida y completa de nuestro ser y a la afirmación de nuestra voluntad de poder. El inconsciente es la morada de los anhelos, los deseos reprimidos y las tendencias verdaderamente creativas; es una región donde coexisten lo vulgar y lo sublime, un dominio en el que el ángel y el demonio se dan la mano, un reino en el que la luz permanece oculta en la oscuridad y en el que la oscuridad puede convertirse en luz.

En los estratos más profundos del psiquismo inconsciente, habita la memoria evolutiva de la raza humana. Allí se hallan almacenadas, en forma de imágenes arquetípicas, las experiencias cruciales de la historia evolutiva de la humanidad. En este nivel, propio de nuestra herencia inconsciente, esperan dinámicamente los símbolos e imágenes de Dios como Padre o como Madre cósmica, del “puer eternus”, del eterno femenino, del anciano sabio, de la bruja malévola, de la serpiente como personificación de los impulsos irracionales y del pájaro como emblema de las elevadas aspiraciones intelectuales del ser humano.

La consciencia racional, en cambio, es el fruto de las fuerzas socioculturales. Por tanto, nuestra concepción del bien y del mal, de Dios y del demonio, del cielo y del infierno, dependen del entorno cultural al que pertenecemos. Nuestra conducta se orienta hacia el logro de aquellos objetivos que concuerdan con los estándares aprobados socialmente, aunque ello suponga la represión de determinados contenidos inconscientes. De esta manera, en el corazón de todo ser humano se libra una incesante contienda entre lo consciente y lo inconsciente, entre el impulso y la ley, una batalla que, cuando supera la capacidad del individuo, genera todo tipo de perturbaciones emocionales.