A continuación trataremos de responder a dos cuestiones básicas:
1- ¿Cuál es la relación que existe entre la experiencia paranormal y lo transpersonal?
2- ¿Cuál es la relación que existe entre la psicología transpersonal y la parapsicología?
Y, a lo largo de esta discusión, abordaremos también varias cuestiones relacionadas, como la naturaleza de lo transpersonal, la definición y el objetivo de la psicología transpersonal y la importancia y el papel y el valor que tienen las experiencias transpersonales en la vida transpersonal.
Lo transpersonal y lo paranormal
Veamos ahora, a modo de punto de partida, dos extractos de relatos de experiencias inusuales.
Me desperté en mitad de la noche… y sentí como si me hubieran despertado intencionalmente. Al comienzo pensé que alguien había entrado en casa… pero cuando me giré para tratar de conciliar nuevamente el sueño, inmediatamente sentí una presencia en la habitación que no era, por más extraño que pueda parecer, la de una persona viva, sino más bien una presencia de tipo… espiritual. Ya sé que este comentario puede despertar la sonrisa del lector, pero lo único que puedo hacer es contar lo que me sucedió. No se me ocurre mejor modo de describir esa sensación que diciendo que sentí una presencia espiritual… y también sentí, al mismo tiempo, un fuerte temor supersticioso, como si algo extraño y terrible estuviera a punto de ocurrir (E. Gurney: Phantasms of the Living, citado en James, 1901/1960, p. 76-77).
Mientras la miraba, ella (santa Teresa) se levantó casi un metro del suelo, sin que sus pies lo tocasen. Al ver eso me quedé aterrada y, en cuanto a ella, le temblaba todo el cuerpo. Me acerqué lentamente y puse mis manos bajo sus pies, que bañé con mis lágrimas mientras duró el éxtasis, quizás una media hora. Entonces de pronto bajó, se puso sobre sus pies y, volviendo su cabeza hacia mí, me preguntó quién era y si llevaba allí mucho tiempo (comentario de Ana dela Encarnación de Segovia, citado en Broughton, 1991, p. 53).
Estos últimos años, con frecuencia se oye el término transpersonal en los círculos psicológicos. C. G. Jung lo había utilizado ocasionalmente y no fue probablemente el primero. Actualmente es utilizado sobre todo para indicar lo que se encuentra más allá, o el proceso que consiste en traspasar y trascender el nivel de acciones, de impulsos, de sentimientos y de realizaciones habitualmente considerado como personal. Desafortunadamente, el término transpersonal es ambiguo y puede prestarse a confusión si no se define claramente el sentido que se le da. La ambigüedad viene del doble sentido del prefijo trans, que significa a la vez a través y más allá; este último sentido es más fundamental y más corriente que el primero.
En el sentido más allá, el prefijo trans es comparable a la raíz griega meta; pero los psicólogos que utilizan el término transpersonal han pensado, al parecer, que metapersonal constituiría una asociación molesta entre el griego y el latín y podría establecer una relación indeseable con metafísico. Comencé a utilizar la palabra transpersonal en 1929; pero era para caracterizar la liberación de un poder que funcionaba a través de lo personal. Se puede ciertamente considerar la fuente de este poder, de esta conciencia o de esta actividad como situada más allá del dominio de la personalidad; pero la actividad en sí es transpersonal porque su rasgo más significativo consiste en utilizar a una persona como instrumento o agente a través del cual la actividad es liberada bajo una forma concentrada. Como este sentido del término implica la existencia de una fuente de actividad en un dominio más allá, por encima o en las profundidades de la consciencia personal normal de los seres humanos, hay evidentemente implicaciones sospechosas y mal acogidas para el científico que rechaza tratar con entidades que existen fuera del campo de la percepción sensorial y de la conceptualización estrictamente racional. Pero, si una actividad transpersonal implica atravesar, ir más allá de los límites y de lo concreto o de la racionalidad de lo que la mayor parte de la gente considera como el estado de consciencia o de sentimientos normal, entonces es mucho más aceptable para la mentalidad científica. Se refiere a las aspiraciones religiosas y a la devoción del hombre por ideales trascendentes, ya sean suprahumanos o suprapersonales. La evolución es considerada como una ascensión y el gran personaje es concebido como superior a la media humana.
El sueño es una cosa y la vigilia es otra, muy distinta. El primero es extraño, absurdo, irrelevante; sus episodios son fantasías gratuitas, independientes de nuestra voluntad. La segunda es nuestra “vida real’, cuyo actor principal somos nosotros mismos. Por lo menos, eso creemos o hemos creído muchos de nosotros, como buenos ciudadanos de nuestra civilización…
Sin embargo, una visión muy distinta de las cosas ha prevalecido en otros pueblos y otros tiempos. Y también ha habido, entre nosotros, pioneros que han descubierto, solitaria y laboriosamente, fenómenos y prácticas que en otras sociedades eran parte de la vida cotidiana. Según este otro punto de vista, sueño y vigilia no son tan extranjeros uno del otro como parece: podemos estar despiertos mientras soñamos y dormidos durante la vigilia cotidiana. Interactuamos en sueños con partes muy reales de nosotros mismos, que negamos o ignoramos durante la vigilia.
Sueño o realidad?
Hace varios siglos, un chino llamado Chuang Tzu soñó que era una mariposa que revoloteaba alegremente de flor en flor. Pero cuando despertó surgió en él la pregunta: Soy realmente un hombre que soñaba ser una mariposa o acaso una mariposa que ahora sueña que es un hombre?
Carl Gustav Jung, pionero de una comprensión más profunda de los sueños, en Europa y en general en Occidente, tuvo hace algunas décadas un sueño, en el que, luego de descender una escalera que lo llevaba a una especie de cripta con un altar, vio allí a un yogui sumido en profunda meditación. Y supo que ese yogui lo estaba soñando a él, durante su meditación. Y que, al despertar el yogui, el Jung de la vida “real” se desvanecería…
Un recorrido por los más destacados y brillantes especialistas que no sólo han estudiado, sino también experimentado, el sueño lúcido: los Senoi, Jung, el marqués de Saint Denys, el maestro sufi Vilayat Khan y los últimos descubrimientos al respecto, relatados por el científico chileno Francisco Varela.
El marqués Hervey de Saint-Denys, de quien volveremos a hablar más adelante, cuenta, en 1867: “Soñé que subía a un carruaje a la salida del teatro; este se puso en movimiento y casi en seguida me desperté, sin recordar por lo demás esta visión tan insignificante. Miré la hora en mi reloj, recogí un encendedor que había dejado caer y después de 10 o 15 minutos de haber estado totalmente despierto, me volví a dormir. Y aquí comienza lo singular: Creo despertarme en ese carruaje, en el que recuerdo perfectamente haber subido para volver a casa. Tengo la sensación de haberme amodorrado cerca de un cuarto de hora (sin recordar qué ideas me han venido durante ese tiempo). Hago la reflexión de que debo haber recorrido una buena parte del trayecto y miro por la puerta para reconocer en qué calle estamos, tomando por un momento de sueño aquellos instantes en los que justamente había dejado de dormir”.
La consciencia es a la vez la primera impresión que tenemos de nuestro estado psicofísico y la intuición que tenemos de un plano en nosotros a partir del cual pensamos. Nos encontramos entonces, de una parte, delante del plano del Yo ingenuo interesado en el mundo y en sí mismo y, por otra parte, frente al plano del Yo educado que vive en la presencia de sí y que sobrevuela su vida a partir de esa posición privilegiada tal como ella se desenrolla pero, cómo ilustrar esta intuición de un plano superior. que crea su propio espacio espiritual, es decir, que se define como inmanente ?
Procedamos en forma simple. Representémonos una mujer desconsolada que solloza su desesperación en el cementerio delante de la tumba de su marido recientemente sepultado. Su dolor no puede ser más personal. Ella es enteramente su dolor, Ella escucha sus sollozos desgarradores que pasan a través de su garganta. Sus gritos son salidos del cuerpo con el que ella se compenetra.
Ella se dice: Nadie puede llorar, languidecer, desgarrarse de una manera más auténtica. Sufro, pero soy única en mi dolor. Sé que me están mirando, pero esto es más fuerte que yo. Es preciso que me dé en espectáculo. Los otros me ayudan a llorar. A causa de ellos, mi sufrimiento se transforma en sensual, en obsceno. Me parece que yo gritaba así cuando hacía el amor con él. Ay, Dios, qué rico era ! Y toda esta gente que me contempla, ellos me devoran con sus ojos. Qué experiencia la que estoy viviendo ! Sufro y al mismo tiempo me veo sufrir. Es curioso, no me puedo detener. Mientras más lloro, más ganas me dan de llorar. Podría muy bien morirme. Espero que no se me haya corrido el rimmel. Debo tener el aspecto de una verdadera loca. Oh, que amarga es la copa que está delante de mí ! Soy verdaderamente yo quien llora así ? Una vez representé una escena parecida en el colegio. Entonces, es cierto. Es cierto, sí, pero es como un sueño. Lloro demasiado, ni siquiera escucho la voz de las personas que me sostienen. Quiero dejarme caer en este hoyo abierto.
El hombre moderno está proyectado fuera de su cuerpo, huye a su interioridad dejando a un lado los conocimientos tradicionales y milenarios para perderse en el torbellino. Es el ambiente que él ha creado y que ahora lo absorbe por entero. A este respecto, la anécdota del filósofo chino Tchuang- Tsé describe muy bien nuestra situación actual:
“Un hombre tenía miedo de la sombra de su cuerpo y le causaba pánico la huella de sus pasos. Para escapar de ello, empezó a correr. Pero, mientras más corría, más huellas dejaba tras de sí y menos su sombra lo abandonaba. Imaginando que tal vez iba demasiado lento, siguió corriendo cada vez más rápido sin permitirse descansar. A causa de tanto esfuerzo, murió por agotamiento. No sabía que para suprimir su sombra, era suficiente colocarse donde no diera el sol, y para evitar las huellas de sus pasos, le habría bastado con quedarse tranquilo. ”
Es solamente la búsqueda de este lugar umbrío y de esta tranquilidad la que permitirá encontrar la respuesta a las verdaderas aspiraciones del hombre moderno y resolver las incoherencias propias a la enloquecida carrera de nuestra civilización. Si es en realidad un asunto personal el acceder a esta sombra apaciguante idéntica al fondo de nosotros mismos, de todas maneras, nos parece interesante llevar esta búsqueda a nivel de escritores, pensadores, filósofos, para que la posibilidad de un desarrollo del ser en el hombre sea además una preocupación central.
Los verdaderos filósofos son hombres de reflexíón y de meditación. Ellos rehusan escindir la filosofía y, por consecuencia, destruírla, dividirla no puede conducir más que a su desintegración. La preferencia dada a la psicología y a la sociología quiebra la unidad de la filosofía y acarrea la desaparición de la metafísica. A este respecto, una vez más, nada es nuevo. El gusano se inflitró en el fruto desde el siglo XIII con la extensión de la escolástica esclerosante.
En una perspectiva tradicional, la filosofía se atiene al descubrimiento de secretos, ella devela, descifra. El filósofo es un vidente, ve por dentro, traspasa la exterioridad de la corteza de la letra. Sabe que el hombre en tanto que microcosmos es una totalidad y que nada está separado. Todo converge hacia un orden, una medida. El hombre, siendo a la vez terrestre y celeste, no lleva en él una oposición sino una jerarquía de niveles. Pero, puede ocurrir que la filosofía, ignorante de la verdadera tradición, se oriente hacia otras salidas. Ella arriesga, alejándose de la sabiduría, a no seguir respondiendo a su nombre. Su tarea consiste en plantear problemas y examinarlos, pero no interesarse en búsquedas que no le atañen. Operando en un constante dualismo, tales como los del cuerpo y del alma, del hombre y del cosmos, ella se dedica a la exterioridad. De ahí el peligro de adherirse a 1as cosas sin, por lo tanto, amar la vida y coger su sentido profundo.
El concepto de vacío podría considerarse como un escalafón completo de niveles de significado, desde el más banal hasta el más trascendente, y en el que cada uno de extremos viene a ser como el opuesto aparente del otro. Entre sus acepciones más cotidianas, señala el diccionario: Falto de contenido. Vano, sin fruto. Hueco, falto de solidez. Fatuo, presuntuoso. Falta de una persona o cosa que se echa de menos, etc. En las ciencias físicas, el vacío alude a la ausencia de materia, y aún de aire mismo, lo que constituye un significado similar al del lenguaje común, esto es, a la ausencia de materia, a la oquedad, a lo que puede ser llenado o rodeado con materia, pero que en sí mismo no es más que ausencia, carencia, nada.
Las ciencias humanistas, y en particular la psicología, aplican el término vacío en dos formas generales que vienen a ser extensión de su sentido físico: por una parte, como se señala más arriba, para describir caracterológicamente al tipo humano fatuo, al que vive en la apariencia de sí mismo, al que construye meras fachadas de personalidad sin cultivar su contenido, sin arraigarse en las cualidades reales de su ser, que como tales permanecen inactivas y sin desarrollar. Por otra parte, se emplea para designar la carencia afectiva de lo ausente o perdido, de lo nunca tenido, de lo soñado y acaso nunca conocido, de aquello que podría constituir el sentido, el propósito o la dirección de una vida (por ejemplo, en el llamado síndrome del nido vacío, o en el sentimiento de vacío existencial). Designa ese algo que tan a menudo parece faltar para sentirse pleno con la propia vida, y que puede ser un ideal, una persona, un lugar, hasta pequeñas cosas como un libro, un lugar añorado o la nostalgia de un recuerdo infantil.
La pérdida repentina de una persona amada puede dejar una inmensa sensación de vacío cuando la vida era llenada por esa presencia, y ese vacío del otro, esa ausencia, se hace extensiva a todo lo que rodeara la relación: los lugares compartidos, los objetos que utilizaba, las fechas que conmemoraba, las ideas que expresara, los colores que prefería, la música de su elección, etc. No se reduce a la ausencia del otro, sino a la del otro más todo su mundo, todas sus interacciones con las personas, los objetos, consigo mismo y sus recuerdos, y a las experiencias en común. En este ámbito entonces, el vacío perceptual es infinitamente mayor que la simple falta de un cuerpo físico presente. El otro sigue ahí en todo, y sin embargo, no está. Es una presencia dolorosamente ausente. A dónde huir? dice Marguerite Yourcenar en Fuegos- Tú llenas el mundo. No puedo huir más que en ti. Este vacío no sólo se experimenta como físico, es un vacío simbólico de límites inmensos y omniabarcantes.