Imaginería Emotiva.

Imaginería Emotiva.

Bajo los procesos conscientes de la mente aquellos que aparentemente dirigimos – subyace un mar de sentimientos. Este telón de fondo posee la constante capacidad de retratar nuestras reacciones frente a nosotros mismos y frente a otros, y de llevar a imágenes nuestras propias tendencias internas. El mar del sentimiento es relativamente poco conocido y frecuentemente desdeñado. Sólo podemos hacer conjeturas en cuanto a sus causas.

En primer lugar, tendemos a identificarnos principalmente con los productos finales de nuestra mente: pensamiento y acción. Desde el punto de vista relativamente claro y preciso del pensamiento y la acción, el sentimiento parece un proceso de forma imprecisa, indefinida, poco confiable, resbaladiza. No posee la clara firmeza de nuestras palabras o actos. Es demasiado indefinido, oscuro, poco confiable. Más aún, este yo verbal, observando desdeñosamente al sentimiento, halla que éste se desvanece frente al análisis lógico. Actúa como un animal tímido que prefiere esconderse de la presencia del hombre-verbal.

La mayor parte de los rumores referentes al mundo del sentimiento son negativos. La gente sospecha que el sentimiento es quizás sólo una locura y una tontería; puede manejársele en cualquier sentido. El tipo opuesto de rumor acerca del sentimiento pronunciado es más siniestro. Un sentimiento fuerte puede provocar que una persona se haga incontrolable y aún peligrosa. Quizás somos todos locos o asesinos en el fondo. Podemos respaldar este rumor con los hechos. Podemos citar situaciones de llanto o ira, demostrando que perturban el suave flujo de la fina compañía. Ya que está todo dicho, la razón decide que es más adecuado tomar las riendas. El sentimiento es confinado o refrenado, porque, o es algo informe o es demasiado perturbador y escapa a nuestro control.

Trascendiendo los rumores y mitos acerca de nosotros mismos, podemos reconocer prestamente que el sentimiento subyace a toda percepción, todo pensamiento, toda acción. La sencilla percepción de este telón de fondo permite a nuestro sentimiento clarificar sus propios significados y dirección. Aquí la clave es la percepción relajada que permite al sentimiento surgir y retratarse a sí mismo. Algunas personas temen no estar vivenciando el verdadero sentimiento: temen estar dirigiendo voluntariamente su flujo. Esto surge de una falta de familiaridad con este espacio. El qué quiero en sí proviene del dominio del sentimiento. Si se dice a una persona que elabore una fantasía, ésta pronto descubre que está solamente bloqueando y reorientando al sentimiento, cada vez que éste la lleva a temas que le resultan desagradables. Mientras más se prolongue una fantasía, mayor tendencia existirá de que resulte gobernada por el timón interno de sus propios sentimientos. Un hombre sentía que podía fantasear sobre cualquier cosa y, por tanto, controlar todos sus impulsos internos. Ya que parecía marcadamente masculino, le pedí que se imaginara a sí mismo como un modisto afeminado. La fantasía no se había prolongado mucho cuando ya se hallaba seduciendo a las modelos, dejando de lado su trabajo y olvidando que era afeminado. Su tendencia natural había asomado. En el mejor de los casos, el maestro del autocontrol intenta bloquear algunas de las tendencias de sus sentimientos. En el momento en que surgen, resultan censuradas. Así, surgen una y otra vez! La cura para la fantasía persistente es vivirla por entero.

En cierta ocasión, en una clase de fenomenología, una joven dio a entender que tenía una terrible fantasía que se repetía persistentemente. Cuando le pregunté sobre ello, mencionó vagamente que guardaba relación con el suicidio; no deseaba hablar de ello. Sentía que si permitía que la fantasía se expresara, pasaría a los hechos en el suicidio. La alenté para que lo intentara en el ambiente seguro de la sala de clases. Finalmente, consintió en hacerlo. En su fantasía se apartaba de la gente y caminaba en la nieve; veía un profundo banco de nieve. Con miedo, temblando, consideraba la posibilidad de arrastrarse en la nieve para helarse hasta morir. Le insistí en que prosiguiera. Mentalmente, ella cavó una caverna cerrada bajo la nieve. Le pregunté cómo era el lugar. Tranquilo! No oigo ruidos de gente. Cuando se lo pregunté, confirmó que últimamente estaba cansada de la gente y deseaba apartarse de ellos. Entonces, rió entre dientes y sonrió. Le pregunté por qué. Dijo que primero había pensado que la nieve estaría fría, pero en lugar de eso, halló que le recordaba su calor interior; se sentía cómoda y a sus anchas bajo la nieve. Le sugerí que permaneciera allí tanto como quisiera y que regresara a ese lugar cada vez que deseara apartarse de la gente.

Lo que a primera vista le parecía una mortal fantasía suicida se transformó, en lugar de eso, en el símbolo de un lugar cálido y agradable, lejos de la gente y las preocupaciones. Jamás se había permitido esa tregua a sí misma. Así, la fantasía se presentaba una y otra vez. Su interpretación de la tendencia interna como quizás deseo matarme era una mala interpretación de su propio guía interno. Cuando halló esa tregua, lejos de la gente, todas sus ideas suicidas desaparecieron. Por este motivo, resultaba importante señalarle que podía regresar al cálido refugio de su banco de nieve cuando quisiera. Bajo circunstancias similares, otros se han suicidado, sin lograr percibir su propio banco de nieve imaginario, siempre a su alcance.

El mundo interno enlaza fácilmente diversos aspectos de la experiencia, de modos que confundirían totalmente a un filósofo racional que tuviera tendencia a categorizarlos. La percepción interna se despliega, transformándose en sentimiento. Cuando es lo suficientemente intenso, el sentimiento puede transformarse en una fantasía, con clara imaginería. Los pensamientos pueden derivarse a sentimientos. Las sensaciones corporales pueden fácilmente transformarse en imaginería emotiva. Nuestra percepción de los otros o de las cosas puede ser vaciada a la imaginería emotiva. El auto análisis entra en escena cuando analizamos y comprendemos nuestro propio impulso interno. Cuando nos acostumbramos al proceso, logramos desarrollar con facilidad fantasías detalladas y en colores intensos, mientras lavamos platos o conversamos con un amigo. Podemos también recordar una antigua fantasía en cualquier momento y observar su rumbo. Del mismo modo, nos será posible recorrer nuevamente las escenas de la niñez.

El sentimiento tiene una tendencia. Cuando se le permite expresarse, se intensifica, volcándose en imaginería emotiva. Luego que se le ha permitido desarrollarse y expresarse, podemos revisar la imaginería resultante para observar cuál es el mensaje. En el caso de la mujer del banco de nieve, su impulso interno era alejarse de las personas y acomodarse en un refugio cálido y agradable. Al descubrir la sabiduría de nuestras propias tendencias internas, estamos en mejor posición para cooperar con la tendencia subyacente.

Algunas personas temen que sus propias tendencias internas puedan no ser sabias; podrían ser demasiado instintivas, bestiales, e ir contra la sociedad. Mi propia sensación es que tales personas se hallan confundidas por los rumores existentes acerca del mundo interno. La vivencia de éste sugiere que puede parecer extraño y lejano, pero es eminentemente sabio. Más que defender esta tesis, observemos más de cerca su comportamiento.

La utilización más sencilla de la imaginería emotiva consiste en buscar su ayuda para aclarar nuestra situación en este instante. Considerando que todo el sistema sensorio-motor del cuerpo es su representante, podemos examinar nuestras sensaciones corporales y llegar a una imagen interna y a la comprensión de nuestra situación. Por ejemplo, al escribir me siento reclinado en mi silla (percepción relajada) haciendo girar un lápiz entre los dedos. La mano derecha sostiene la punta y la gira hacia atrás y adelante, mientras la mano izquierda siente este girar.

Permito que una fantasía se desarrolle a partir de esto. Veo la vieja rueda de un molino de agua. Se producen fascinantes ruidos de molienda y rechinar a medida que la energía del agua es transformada a través de grandes y toscos engranajes de madera hacia piedras que giran una contra otra donde el grano es molido. El poder libre del agua, que de otro modo se hubiera esfumado, es transformado en la molienda del grano.

Al escribir esto, me equivoco y escribo gano en lugar de grano. El agua que corre libremente (sentimiento) se convierte en un pavoroso girar de engranajes y ruidos (imágenes) para moler grano/gano (comprensión). Siento el aspecto principal de ambos: el lápiz que gira y el molino representan el modo como el poder, en un nivel es convertido en trabajo, y en otro nivel, en transformación. Por supuesto, intento explicar el modo cómo el sentimiento se transforma en pensamiento. Es un viejo molino porque éste es un viejo proceso.

Estoy impresionado por la dureza del lápiz en mi mano. Debido a su resistencia a la torsión, el movimiento hacia un lado es transmitido fielmente hacia el otro. Esta resistencia a la torsión es nuestra comprensión y confianza en este proceso a través del cual el sentimiento se expresa en la mente. Sin embargo, el extremo en que todo se origina los dedos girando el lápiz – parece mucho más plácido que los dedos que sienten el duro extremo metálico del lápiz. De modo similar, en la imagen el agua es más suave que la molienda del molino. El sentimiento es suave, fácil, juguetón. El trabajo mental-intelectual parece más áspero, como la molienda.

Un gesto cualquiera, aparentemente espontáneo, fue elegido por el sentimiento como su representante. De lo que sentí y noté del girar del lápiz, el sentimiento interno comenzó a expresar su tendencia. Realizando una pequeña asociación con estas sensaciones y percepciones, pude leer el mensaje interno que se desprendía. La fantasía del molino era una manera paralela de elaborar su tendencia. Permití que el proceso subyacente a mis intereses hallara su camino hacia la consciencia a través de un acto aparentemente espontáneo (girar el lápiz), las sensaciones que de ello surgían, y a través de una fantasía paralela (el molino harinero). Pero lo más notable era que lo que yo intentaba comprender, a su vez intentaba comunicarme la naturaleza de su propia existencia. Nuestros verdaderos intereses surgen de este espacio interno, que es perfectamente capaz de hablarnos de ellos.

Una buena ocasión para utilizar esta propensión interna se presenta cuando nos sentimos malhumorados o atrapados en algún estado de ánimo especial. Debiéramos entonces detenernos, concentrarnos en nuestras sensaciones y permitirles manifestarse a través de una fantasía. Un hombre maneja de regreso a su casa con dolor de cabeza. Teniendo la posibilidad mientras maneja, permite que sus sensaciones físicas se expresen. Cuando se concentra en ellas, el dolor de cabeza resulta ser, más bien, una rigidez en la parte inferior del cuello y en los hombros. Para captar su significado, intenta retratar esta rigidez. Mantiene sus brazos rígidos sobre el volante; sus hombros y cuello se hallan tensos. Siente una mueca airada en su rostro. La escena se amplifica. Se halla en un campo de batalla. Ha sido herido mortalmente y se está sosteniendo en el tocón de un árbol. Si resiste, alguien vendrá, lo verá y le prestará auxilio. El aspecto de mártir que ofrece en la imagen le parece humorística al conductor. El herido de la imagen sonríe para sí y dice Diablos, se supone que un hombre herido debe caer al suelo. Se relaja, reclinándose en el asiento y apoyando los codos en el regazo. Examina tranquilamente unas plantitas que crecen cerca, emergiendo de la tierra arruinada del campo de batalla. El conductor concluye que se ha forzado a hacer rígidamente todo lo que se esperaba de él, teniendo la secreta esperanza de que alguien notara su condición y le tuviera lástima. Toma consciencia de sí, siente pena por sí mismo y se permite relajar. Permanece cierta rigidez en su cuello y hombros. Concluye que el próximo fin de semana llevará a su familia al parque que ellos desean visitar.

Transformando las sensaciones en sentimientos e imágenes, pudo captar mejor lo que estaba haciendo. Sus heridas mortales provenían del excesivo maltrato a que se sometía a sí mismo. La persona de quien esperaba que se diera cuenta de su estado y lo cuidara era él mismo. El destrozado campo de batalla y sus heridas reflejaban la batalla por la que había atravesado en el mundo de su trabajo. Las plantitas que crecían eran los inicios de la nueva vida que surgía al relajarse y considerar el viaje al parque. Herido mortalmente en el campo de batalla parecía una dramática exageración. La vida interna utilizará un lenguaje muy dramático para lograr comunicarse con la persona que no desea escucharla. También se expresa así en los sueños. Usted haría lo mismo si tuviera que reflejarle su situación a alguien sin utilizar palabras, mediante el uso de imaginería. Por otra parte, la imagen era real, puesto que el hombre se sostenía, a pesar de estar gravemente herido en el campo de batalla de la vida.

Si logra practicar la imaginería emotiva con frecuencia, puede utilizarla para comprender a otra persona. En ciertas ocasiones, hallo muy difícil explicar lo que veo en una mujer que me es extraña. Siento una serie de sentimientos vagos e indefinidos. Permito que éstos se transformen en una fantasía. Voy a tener una cita con ella. Veamos cómo debiera comportarme en esta cita. Con una mujer determinada, siento que debo mostrar muy pocos avances amorosos. Sería mejor si visitáramos un museo, fuéramos a cenar, a un concierto y tuviéramos primeramente mucho tiempo para conversar acerca de nuestras opiniones. Con otra mujer, siento que debiéramos ir a bailar, ser activos, vivir el momento. He compartido estas fantasías con mujeres en los grupos, sólo para hallar que frecuentemente éstas son amplificaciones de acertadas percepciones de ellas.

En cierta ocasión, al estudiar a un joven, vacié todas mis impresiones en una fantasía. Repentinamente, yo y él estábamos en un callejón en un barrio pobre. Él tenía un cuchillo. Me sentí en peligro. Compartí esta fantasía con él. Para sorpresa de todos los que se hallaban presentes, yo estaba captando la vida que él había llevado en la mayor parte de su juventud. Era un joven rudo de un ghetto y llevaba un cuchillo. A veces, los asistentes han sentido que esto provenía de una intuición brillante o de percepción extrasensorial. A mí me parece que todo consiste en permitir que las impresiones vagas se expresen a través de la imaginería interna.

Ocasionalmente, el proceso parece extrasensorial. Cierta vez entrevisté a una fornida mujer frente a un grupo de personas. Inmediatamente visualicé una escena, clara y nítida: una granja de techo puntiagudo en una amplia llanura, con un camino que llegaba desde el este. También podía ver la vida de los habitantes: simple, árida, laboriosa. Las ocasiones de alta emotividad eran las comidas en grupo y las sesiones de lectura bíblica. Compartí la imagen con la mujer, para ver si ella podía hallarle algún significado. Era un cuadro de la casa familiar y de la característica esencial de su vida. Aún el camino recto que venía del este era real. Esto parecía ir más allá de una elaboración de lo que yo podía ver o saber de ella. Esto no es demasiado sorprendente. La evidencia que existe de la percepción extrasensorial indica que ésta surge de los sentimientos y que puede expresarse en imágenes.

Sin embargo, tales ejemplos milagrosos no son lo importante. Lo principal es que nuestros propios sentimientos indefinidos pueden ser expresados y clarificados a través de una imagen fantasiosa de la otra persona. Así como con toda observación, debiéramos comprobar su exactitud, sencillamente interrogando a la otra persona sobre el punto. No debiéramos tomar grandes decisiones respecto a otros sobre la base de tal proceso, hasta que hayamos confirmado su exactitud en muchas ocasiones. Existe siempre la posibilidad de que estemos viendo parte de nuestro propio yo, en lugar del de la otra persona. En mi propia experiencia, es generalmente acertada la imagen de otra persona que surge en forma repentina y ya totalmente formada. Las imágenes elaboradas que implican en su formación un mayor grado de mi egocentrismo, son menos acertadas.

Sería muy conveniente que todo el mundo adoptara la sencilla práctica de proyectarse en una situación cualquiera. Esta es quizás una de las psicoterapias más efectivas y económicas, e involucra sus elementos básicos. Permítase proyectarse en una situación; examine entonces la proyección, aprendiendo lo que ésta le revela de usted mismo. La proyección puede ser iniciada en cualquier objeto que le llame la atención, o puede simplemente ser hilada como una imagen interna. Si se utiliza un objeto, es preferible que éste sea de forma compleja, pues así evocará mayor diversidad de connotaciones y, por tanto, tendremos mayores posibilidades de proyectar nuestra vida interna. Las nubes o las plantas resultarán más adecuadas que una pipa o una silla. El objeto que nos llama la atención ya guarda en sí algo de nuestras tendencias psíquicas. Existe aún más libertad para proyectarse si hilamos una imagen interna. Para realizar su proeza, la vida interna sólo precisa de un poco de tiempo y libertad.

Ilustraremos este proceso con un ejemplo muy corriente, que también dejará entrever algo de la compleja sabiduría que caracteriza a los estados internos. Una joven de poco más de 20 años había pasado por la pobreza, la adicción a las drogas y, eventualmente, la prostitución. Sentía repulsión por su vida y se inscribió en un arduo programa de tratamiento voluntario que implicaba mucha participación en grupos de encuentro y también una fuerte presión por parte de los demás participantes. Se sentía muy confundida con sus valores. Su objetivo principal hasta entonces había sido el hallar un hombre atractivo, seducirlo y depender de él. Esta estrategia había fracasado en tantas ocasiones y de modo tan trágico, que no podía seguir por este camino, pero no había desarrollado aún un nuevo patrón de conducta.

Se hallaba observando un matorral de plantas en el suelo alfombrado de verde. La mayoría de las plantas eran nuevas y verdosas; unas pocas estaban muertas. Al mirarlas, sintió una penetrante sensación en relación a las que estaban muertas. Le parecían feas, estériles, invernales, horribles. En lugar de despedir esta imagen, como muchos habrían hecho en este punto, permaneció con ella. Captó nítidamente la agonía de las plantas. Eran un revoltijo; las hojas estaban estropeadas y moribundas. Caerían pronto. Todo el conjunto se reduciría a simples tallos. La primavera llegaría algún día, pero en este instante, todo era sencillamente horrible.

Cuando comparó esta imagen con su propia vida, pudo hallar cantidad de similitudes. Todo el discernimiento que estaba obteniendo en relación a su pasado la hicieron sentir fea. Contrariamente a su personalidad seductora anterior, estaba descuidando su apariencia y de hecho se sentía fea. Relacionó las hojas que caían con la caída de viejas actitudes y conductas de ajuste. La primavera o el nuevo estilo de vivir parecían muy lejanos. Estaba atravesando por una agonizante decadencia invernal; veía y aceptaba esta realidad.

Pocos minutos más tarde, toda la escena se había modificado. Podía verse caminando sobre un verde prado. El pasto verde era corto, demasiado corto para esconderse en él. Sentía agrado de no poder esconderse, así como de que no hubiera gente cerca. Lo que tuviera que hacer, quería hacerlo por sí misma. A la distancia se distinguían árboles e indicios de una vida de mayor riqueza. No tenía apuro por llegar; en el momento presente, bastaba con estar sola en un sencillo prado verde.

Aceptando su agonía, su declinación y pérdida de atributos en la primera imagen, la segunda muestra el segundo acto: en éste hay algo de vida (pasto verde y corto). Lo que más resalta es su soledad: debe enfrentar su situación sola y sin posibilidad de esconderse. Así como en la primera imagen, la vida es una promesa para el futuro. Está más cercana y visible ahora. Todo el mundo opina acerca de lo que ella es y del modo cómo debiera vivir. En un tiempo, ella fue muy diestra y astuta, actuando siempre de acuerdo con los deseos de los demás; ahora no quiere hacerlo. Sola, en un lugar con algo de vida, se enfrenta a sí misma, elaborando nuevos valores. El futuro es promisorio: el resto de la vida están ahora a su alcance.

Cuando comenzó a explorar la imagen, sólo sabía que se sentía mal. Al sentirse atrapada en la agonizante esterilidad de las plantas, tuvo el impulso de cortar de raíz la imaginería interna. Las agonizantes plantas se hallaban en su misma situación de ese momento. Aún en su apariencia, se permitía parecer fea, en parte para desembarazarse de las viejas actitudes de la seductora. Si permanecemos con el proceso interno, éste tiende a resultar terapéutico. Al enfrentar su propia agonía, cambio y simplificación, el drama interno pudo avanzar a otra etapa. Aún cuando la racionalidad tiende a pensar que este proceso demora, nuestro interior se siente más libre del factor temporal. El acto siguiente llegó de improviso en una imagen totalmente diferente, mientras seguía observando las mismas plantas. Esta imagen tenía la misma sencillez, sin embargo en la segunda imagen aparecen nuevas claves: debe hacerlo por sí sola. Era importante que ella no pudiera ya ocultarse de sí misma por más tiempo. Era un simple enfrentamiento consigo misma que involucrara más vida y una promesa más cercana de un futuro mejor (árboles y vida a la vista). Las dos imágenes eran una clarificación de lo que comenzaba a sentir que era lo que debía hacer.

En los grupos, agradeció a los demás sus consejos acerca del modo cómo debía vivir, pero dijo que sentía que realmente tenía que procesarlo sola por un tiempo. Como seductora, siempre se había hallado enredada en las necesidades y deseos de los demás. Esta nueva mujer era más independiente. En su totalidad, la fantasía reflejaba y ayudaba a hacer consciente su situación actual y lo cercana que estaba la salida liberadora. Esto es bastante para obtener con sólo mirar un simple matorral. Sin embargo, este proceso está al alcance de todos y en cualquier momento.

Un interrogante importante que surge es, cómo es que la vida interior se retrata a sí misma tan acertadamente? La vida interior tiene esta capacidad, ésta es su característica más fundamental. Acompaña al individuo y se interesa por la calidad y dirección de su vida. Visualiza su situación en términos muy dramáticos e impregnados de sentimientos. Retrata con soltura los objetivos y tendencia general del individuo. Es incluso capaz de sugerir el modo cómo esta persona puede superar lo que lo amarra. Carl Jung denominaba a estos procesos el inconsciente objetivo. Son muchísimo más objetivos que el individuo en cuanto a la dirección de su vida. Ciertamente, la consciencia es limitada. El inconsciente objetivo puede no serlo. La perspectiva del trasfondo de sentimientos que subyace a la vida del individuo es considerablemente mayor que la del individuo consciente.

Sin embargo, la vida interior se inmiscuye muy poco en el libre albedrío del individuo. En general, permanece a la espera de ser requerida, y siempre disponible. Comenzamos a ver alguna intrusión de la vida interna en la experiencia consciente en el pensamiento obsesivo, actos compulsivos y psicosis. Los estados de ánimo persistentes son también un tipo de intrusión. Parece ser que la vida interna dejara libre al individuo mientras éste siga, a grandes rasgos, la dirección general que ella le sugiere. Mientras más se aparte el individuo de esta senda, más se presenta e interviene su vida interna. Lo que denominamos enfermedad mental representa la intervención más clara de lo interno en la vida del individuo. Lo interno existe, lo aceptemos o no. El solo intento de cooperar con nuestro guía interno nos brinda en éste a un aliado muy poderoso; nuestro único aliado, en realidad. Si la auto comprensión y el auto concepto del individuo son muy limitados, su guía emitirá diversas claves y señales. Desgraciadamente, la mayoría las pasa por alto. Finalmente, el guía interno termina saltando a un primer plano en su vida y la persona resulta alterada emocionalmente o mentalmente enferma. Resulta extrañamente humorístico que la mayoría de las mentes fracasen en comprender su propia naturaleza.

La idea de la libertad, dentro de este contexto, no es tan sencilla. El individuo se siente libre y actúa más libremente cuando su conducta representa con mayor fidelidad a sus tendencias internas. La libertad y hacer lo que realmente se quiere son, a grandes rasgos, una misma cosa. Y lo que una persona desea hacer es actuar como la corporalización de sus tendencias internas. El grado en que la persona se siente libre disminuye en la medida en que no actúe en concordancia con aquéllas. La psicosis es un ejemplo extremo de lo que ocurre cuando una persona actúa en total oposición a sus tendencias naturales. No es que seamos libres para ser esclavos de lo interior. Lo interior es la verdadera substancia y naturaleza de nuestras vidas. Simplemente, no tenemos la libertad de oponernos a ello.

A la luz de esto, vemos que todas las ocasiones en que las cosas no van bien resultan muy apropiadas para que nos proyectemos en la imaginería emotiva e intentemos interpretar el significado que su contenido tenga para nosotros. Para descifrarlas, generalmente les pregunto a las personas, en qué se parece esto a su vida?. Las personas pueden sentir la relación con sus vidas cuando les resulta imposible explicar las imágenes que surgen en sus mentes. En este punto, se rechazan las explicaciones, las hábiles operaciones del razonamiento. Estas son, en sí, un fuerte impedimento a la comprensión de las claves internas. Es mucho mejor que el individuo intente hallar por sí solo la relación entre las imágenes y su vida, aún cuando esta posibilidad tenga limitaciones. Aún una captación emocional relativamente estúpida de nuestras propias imágenes es preferible al razonamiento o conjeturas que el mejor experto nos pueda aportar.

Ocasionalmente, he visto muy buenos amigos conjeturando acerca del significado de las imágenes de otro. Sin embargo, es nuestra vida la que proyecta las imágenes. Nuestra propia comprensión, por muy limitada que sea, se halla más cercana de su propia fuente. También ocurre que la comprensión que logramos en un momento determinado tiene ni más ni menos que la magnitud que podamos obtener en ese momento. El proceso interno es extremadamente indulgente con cualquier esfuerzo por comprenderlo. Puede producir sueños, fantasías e imágenes eternamente, hasta que comprendamos aquello que es la base de nuestra comprensión.

En general, lo interno se interesa por la calidad y estilo globales de nuestra vida. No le importa mayormente si tomamos este empleo u otro, etc., a menos que tales empleos nos resulten muy diferentes y representen estilos de vida fundamentalmente distintos. Lo interno hablará acerca de los caminos que estemos emprendiendo o considerando, pero rara vez formulará predicciones. Si deseamos que opine acerca de qué acciones de la bolsa nos convendría comprar, lo más probable es que nos refleje la ridiculez de nuestros propósitos. Aún cuando puede conocer el futuro, casi nunca lo revela. Se parece más bien a un psicoterapeuta o a un muy buen amigo. Su preocupación fundamental es el rumbo y calidad de nuestra vida, no el hacernos ricos o famosos. Y es en este plano que sus claves son inapreciables. El hecho de que este consultor no se exprese en lenguaje ordinario es también una ventaja. Se comunica en los términos dramáticamente emocionales de la vida. Debemos compenetrarnos de este lenguaje para comprenderlo. Esto es, debemos identificarnos en mayor grado con esta fuente de información para lograr comprenderla.

Cuando trabajamos con imágenes emotivas, puede resultarnos evidente que hemos entrado en un nuevo espacio del tiempo que apenas podemos comprender. Un tema clave determinado puede permanecer en el trasfondo de nuestra vida a lo largo de todo su transcurso, esperando expresarse. Los traumas críticos de la niñez que solían hallar los psicoanalistas son ejemplos de esto. Asimismo, las personas pueden tener un conjunto completo de valores en su trasfondo, esperando ser expresado. Estas propensiones encubiertas afectan nuestras elecciones y conducta, en una forma sutil que apenas alcanzamos a comprender. Estas propensiones atemporales pueden esperar por siempre, o surgir y cambiar rápidamente. Es como si pudieran evolucionar sólo si atraviesan por nuestras vidas. Si la tendencia encubierta implica suicidio, perversiones extrañas, etc., nos inclinamos a no expresarla. Sin embargo, cuando las vivimos en fantasía, pueden evolucionar en pocos instantes.

Una mujer temía ser homosexual, debido a que sentía el deseo de mirar fotografías de mujeres. Le sugerí que mirara todo lo que quisiese en su fantasía.

El deseo interno de mirar fue de las piernas al busto, y luego sintió el deseo de ser abrazada como una niña por una mujer mayor. Se había criado sin madre y deseaba intensamente vivir la experiencia de tenerla. El real significado y tendencia de lo interno no puede ser comprendido hasta que lo vivimos de algún modo. La fantasía no acarrea peligros. En ella, podemos matar a miles de personas, morir y renacer, todo en pocos minutos. Lo interno es permanente y atemporal cuando no lo vivimos, cuando permanece estancado. Cuando lo vivimos, nos lleva a través de los actos de un drama bien concebido. La grandeza de la trama interna puede apreciarse sólo cuando la observamos retrospectivamente, después de una vida de experiencia.

Resulta también posible intensificar nuestra relación con el proceso interno si intentamos cooperar con sus tendencias, de modo razonable y socialmente aceptable. El hombre excesivamente agotado con un cuello rígido resolvió llevar a su familia a pasear. Esta fue una clara aceptación del mensaje interno y un intento de satisfacer su directiva implícita. Al observar una hoja, un hombre vio a un perro que había atropellado años antes. Había seguido su camino, diciéndose a sí mismo al diablo con él. Ahora el perro había regresado, muriendo nuevamente. La fantasía elaborada señalaba que su falta no residía en el haber matado accidentalmente al perro, sino que en su despreocupación por lo que había hecho. Respetuosamente, sepultó la hoja como si ésta fuera el perro, completando así una escena que había permanecido por mucho tiempo en un lugar recóndito de su pensamiento. Esto parece una respuesta muy primitiva. Sin embargo, muy sabiamente, el hombre había hecho lo que sintió que debía hacer. Una pizca de comprensión y cooperación con nuestra propensión propia y natural nos aligera mucho el camino.

Resumen:

1.- La vida interior surge fácilmente a través de la percepción paciente y relajada de lo que nos sugieren los objetos que se nos presentan, o directamente por medio de la imaginería interna.

2.- Con la práctica, podemos aumentar grandemente esta capacidad, hasta lograr visualizar escenas complejas y coloreadas, en cualquier momento.

3.- Estos son reflejos de nuestra vida interior.

4.- Para aprender de este proceso, necesitamos compenetrarnos del lenguaje dramático de la vida interior, de modo de aclarar el modo en que refleja nuestro yo.

5.- La preocupación clave de la vida interior es el significado y calidad de nuestra vida.

6.- El proceso parece atemporal hasta que logramos expresarlo de algún modo en nuestra vida. Un esfuerzo razonable, en el sentido de satisfacer estas tendencias internas, nos facilita la clarificación de su mensaje.

7.- Este proceso puede ser utilizado para:
– Interiorizar sensaciones corporales, con el fin de captar un mensaje de nuestro cuerpo.
– Clarificar impresiones de otra persona a través de la fantasía.
– Retratar un estado de ánimo, de modo de comprender mejor el mensaje que involucra.
– Proyectar nuestros valores y tendencias, de modo de visualizar mejor nuestras inclinaciones naturales.

Descubrir y utilizar esta capacidad es quizás la terapia efectiva más breve que podamos hacer por nosotros mismos.

Wilson Van Dusen

Extractado por Rodrigo Beltrán de
La Profundidad Natural en el Hombre.- Editorial Cuatro Vientos.

La creación del falso yo.

La creación del falso yo.

Donald Winnicott y su teoría del falso yo - La Mente es Maravillosa

En su intento de reprimir los pensamientos, los sentimientos y la conducta de sus hijos los padres utilizan estrategias muy diversas. En ocasiones dan órdenes muy claras como, por ejemplo: no pienses en eso!, los hombres no lloran!, saca las manos de ahí!, no quiero volverte a escuchar decir eso!, en nuestra familia no hacemos esas cosas!. En otras en cambio – como solemos ver en los grandes almacenes – los padres regañan, amenazan o pegan a sus hijos. No obstante, la mayor parte de las veces los padres moldean a sus hijos mediante un proceso muy sutil de invalidación que consiste en premiar o no determinadas conductas.

De este modo, por ejemplo, si los padres valoran poco el desarrollo intelectual no regalarán a sus hijos libros ni juegos científicos sino juguetes y material deportivo; si creen que las niñas deben ser tranquilas y femeninas y que los niños deben ser fuertes y asertivos sólo premiarán aquellas conductas apropiadas a su género, etc.   Así, cuando un niño pequeño entra en la habitación arrastrando un juguete muy pesado pueden decir: Qué fuerte eres ! pero si es una niña la que lo hace es más probable que respondan: No estropees tu bonito vestido !

El ejemplo directo, sin embargo, constituye la forma más habitual y más profunda de influir sobre los hijos. Los niños observan instintivamente las decisiones que toman sus padres, las libertades y los placeres que se permiten, las capacidades que desarrollan, las aptitudes que ignoran y las reglas que siguen. Todo eso tiene un efecto muy profundo sobre el niño: Así es como debe vivirse.

Tanto si los niños aceptan como si se rebelan contra el modelo que le proporcionan sus padres, este temprano proceso de socialización juega un papel extraordinariamente importante. La reacción típica de un niño a los decretos prescritos por la sociedad atraviesa una serie de estados concretos. La primera respuesta consiste en no expresar la conducta prohibida en presencia de los padres. El niño se siente enfadado pero no habla de ello en voz alta; explora su cuerpo en la intimidad de su cuarto; molesta a sus hermanos pequeños cuando sus padres están ausentes, etc. Finalmente llega a la conclusión de que ciertos pensamientos y sentimientos son tan inaceptables que deben ser eliminados, de modo que se construye una especie de padre imaginario que termina controlando sus pensamientos y sus actividades, una parte de la mente que los psicólogos denominan super-ego.

Dificultades y Defensas en Psicoterapia

Dificultades y Defensas en Psicoterapia

En otras oportunidades hemos hablado de comprender al paciente. Ahora bien, comprender al paciente no sería tan difícil si pudiéramos contar con un deseo equivalente por parte de éste de conocerse a sí mismo, de evaluarse, de aceptarse y de dar todos los pasos necesarios para lograr la auto comprensión; no sería tan difícil si el paciente mantuviera contra viento y marea esta actitud: Quiero saber quién soy, cómo soy, qué estoy haciendo y cómo puedo cambiar lo que no es deseable. Como ustedes saben, no podemos contar con que el paciente tenga esa actitud, y si la tiene, será sólo por momentos. Este fue uno de los grandes descubrimientos de Freud: advertir que en psicoanálisis trabajamos en una situación de desventaja. A esto lo llamó resistencia. En la actualidad vacilamos en emplear dicho término, por una serie de razones. No estoy segura de que el término tenga algo de malo, pero para nosotros un obstáculo, bloqueo o resistencia es algo muy distinto de lo que Freud entendía por ello. Por lo tanto, sería preferible usar un término distinto.

Por ejemplo, el uso que da Freud al término resistencia atribuye demasiada responsabilidad al paciente. Freud tomó el término de la física, del hecho de que una corriente eléctrica que circula, inevitablemente encuentra una resistencia. De modo que el término original no dice nada en lo que concierne a la práctica analítica, y el concepto mismo no indica si la dificultad con la que tropezamos tiene origen en el analista o en el paciente.

Naturalmente, al principio Freud estaba interesado sobre todo en el paciente y en lo que parecía ser su renuencia a aceptar ciertas interpretaciones, o su falta de voluntad o capacidad para cambiar. Sin embargo, aunque es verdad que Freud se interesaba en este fenómeno en el paciente, también reconoció muy pronto que podía haber dificultades por parte del analista. Incluso si ustedes se guían principalmente por los conceptos freudianos, podrían esmerarse, como ya ha sido hecho, en reconocer cada vez más las dificultades que aporta el analista a la terapia analítica. Les recuerdo a Frieda Fromm-Reichmann, quien, al menos en cierta medida, basa su obra en las teorías de Freud, y que ha llegado bastante lejos en el reconocimiento de las dificultades que aporta el analista.

Otra objeción fundamental al concepto de resistencia es que se trata de un concepto muy poco diferenciado, demasiado general. Difícilmente podríamos hacer alguna objeción o crítica si viéramos el fenómeno tal como lo veía Freud. En tal caso seríamos incapaces de percibir algunas vastas implicaciones, y reconocer las limitaciones de la concepción de Freud. Sólo veríamos el fenómeno de la resistencia tal como Freud lo describió.

Ahora bien, por qué planteo aquí la cuestión? No porque me interese polemizar con Freud. Habrá otras oportunidades para ello. Lo hago porque este antiguo concepto adolece de falta de claridad y podremos ver más claro si comenzamos con nuestro propio concepto. La generalización que hizo Freud, y a la que encuentro reparos, es que todo lo que retrasa el análisis puede ser llamado resistencia. Pero eso podría incluir o tener relación con todas las dificultades neuróticas. Freud, basándose en su concepto, dijo que un superyo particularmente estricto o una intensa actitud narcisista pueden ser formas de resistencia. Traduzcamos esto a nuestros conceptos. Nosotros diríamos que cosas como la sumisión de un paciente, su tendencia a acusarse a sí mismo, sus exteriorizaciones, son factores retardatorios. Ocasionan dificultades en la terapia. Viendo las cosas de ese modo, tendríamos que decir a continuación que los bloqueos son las defensas del paciente, defensas que éste opone a la terapia analítica y que son casi idénticas a sus fuerzas obstructivas. Lo que deseo no es tanto cuestionar el concepto como definirlo con más claridad.

En este sentido, lo que hoy digo difiere de lo que he dicho antes. Ahora, al hablar de los factores retardatorios, me aventuro en algo nuevo que intento aclarar. Creo que el primer paso hacia lo que voy a presentar lo di hace mucho tiempo en mi libro El autoanálisis. Sugerí que la resistencia, o como quiera que se lo llame, era la tendencia del paciente a mantener el statu quo. Tiempo más tarde amplié la definición de modo que incluyera no sólo el deseo del paciente de mantener el statu quo, sino también su deseo de mejorar el funcionamiento de sus neurosis. Es decir, el paciente desea conservar su neurosis, pero sin las dificultades y trastornos que le provoca. Las diferencias entre estos conceptos de la resistencia ya no nos parecen importantes. Anteriormente, cuando consideraba la resistencia como la necesidad de mantener el statu quo, hice una distinción entre la neurosis en sí misma y la necesidad de defenderla. En realidad esta distinción no estaba claramente definida, y hace poco tuve que asegurarme de lo que había escrito. Volví a leer el capítulo El camino de la terapia psicoanalítica de mi último libro, Neurosis y desarrollo humano. Desde el punto de vista que presento hoy, lo que escribí en ese capítulo no parece nada claro.

En cierto modo, cuando decimos que los bloqueos son lo que obstaculiza nuestro trabajo, queremos significar que tienen origen en las fuerzas obstructivas del paciente. Eso en parte es correcto. Empleamos el término fuerzas obstructivas para referirnos a las fuerzas que bloquean el progreso del paciente. Es decir, que no son de índole totalmente destructiva. Por ejemplo, si un paciente se siente impulsado a ser útil compulsivamente útil-, eso puede a veces ser provechoso para otras personas e, indirectamente, también para él. O bien una actitud de superioridad, el sentimiento de que no hay nada que no pueda hacer, puede impulsarlo a veces a enfrentar dificultades reales y, en este sentido, también puede ser de indiscutible utilidad. Debemos puntualizar sin embargo que el término fuerzas obstructivas tiene un marco de referencia específico, a saber, la obstrucción del progreso del paciente. El mismo punto de vista prevalece en la terapia porque deseamos ayudar al paciente a progresar. Cualquier cosa que impida su progreso y su desarrollo en la vida real también obstaculizará sus intentos y los nuestros de ayudarlo a progresar en la terapia. Su superioridad, su planificación, su control, su superación de las dudas sobre sí mismo, su convicción arbitraria de que tiene razón, perturban sus progresos en general y también perturbarán la terapia psicoanalítica.

Hasta ahora hemos dicho que los bloqueos son modos particulares con los que las fuerzas obstructivas se manifiestan en el proceso psicoanalítico. Se manifiestan allí de modos particulares, al igual que se manifiestan de modos particulares en la escuela, en el empleo, en relación con el trabajo o en el matrimonio. Sin embargo, si lo planteamos de esta manera, hablar de bloqueos o resistencia es bastante redundante, puesto que significa que los problemas que enfrentamos son en realidad las mismas dificultades neuróticas que llevan al paciente a tratarse. O bien podríamos decir que la terapia psicoanalítica es difícil porque el paciente aporta a ella todas sus dificultades neuróticas y nosotros, como analistas, tenemos que lidiar con esas dificultades. Esto resultará más claro si lo comparamos con la enfermedad orgánica.

Piensen en una fractura o en cualquier otra enfermedad. El cirujano tiene que habérselas con ciertas dificultades en la fractura. Es una fractura simple o compuesta? Es fácil de reducir? Hay infección? Y así sucesivamente. Pero en realidad el cirujano distinguirá como siempre lo han hecho los médicos (aunque es algo que se ha vuelto más explícito en estos días)- entre las dificultades propias de la enfermedad, digamos, la fractura, la tuberculosis o el cáncer, por una parte, y por otra, la actitud del paciente hacia la fractura, su actitud hacia la curación, su actitud hacia el médico. Desearía plantear esta pregunta: hay algo equivalente en la terapia psicoanalítica? No podemos esperar que las cosas sean tan claras como en el caso de la enfermedad orgánica, pero, es posible una distinción similar?

Todos tendemos a hacer una distinción ingenua entre los trastornos que presenta el paciente: digamos, por una parte, su ansiedad, su rigidez, su orgullo, su vulnerabilidad, y por la otra, su renuencia a hablar de ciertas cosas, su falta de motivación, su falta de cooperación, sus permanentes olvidos, su rechazo de las interpretaciones. Hacemos esta distinción sobre una base emocional, por así decir, ya que cuando pensamos en aquello nos damos cuenta de que la distinción no tiene sentido: el hecho de que el paciente calle algunas cosas es tanto una expresión de su estructura y dificultades neuróticas como lo es su ansiedad. O bien su negativa a verificar lo que el analista le dice su presunción de estar en lo cierto, por ejemplo- es tanto parte de su neurosis como lo son, digamos, sus trastornos psicosomáticos. Sin embargo, tenemos una actitud un tanto diferente hacia cada una de estas dos categorías de dificultades. Como dije, si pensamos en ello no le encontraremos sentido. Pero, si miramos cuidadosamente en nosotros mismos, descubriremos esta actitud o sentimiento de que se trata de dos categorías realmente distintas.

Permítaseme abordar la cuestión desde otro punto de vista. Cómo es el paciente ideal, el paciente con quien soñamos? Es un paciente que, suponemos, acude con todas sus dificultades. No podemos sino suponer tal cosa. Es decir, acude con su orgullo, sus vulnerabilidades. Estos factores que obran en el paciente también se dirigen hacia nosotros dentro del proceso analítico. Cuando llamamos su atención sobre un ejemplo particular de orgullo o vulnerabilidad, sobre los recursos que emplea para salvar las apariencias, el paciente ideal se mostrará deseoso de aprender al respecto. Dirá: Tiene usted razón. Ocupémonos de ese maldito asunto. Sin duda, este paciente hipotético, ideal, calla algunas cosas, consciente o inconscientemente, por la razón que sea, pero si advertimos su reserva y le demostramos: En este punto usted ha callado algo y eso no beneficia al proceso, y le mostramos exactamente el modo cómo algo lo puede perjudicar, dirá: Por Dios, tiene usted razón! Y estará ansioso por examinar el punto, y finalmente, por cambiar. O digamos que le mostramos su modo improductivo de vivir, o que advierte cada vez más por sí mismo su modo improductivo de vivir, el hecho de que no está utilizando sus recursos, de que no es creativo, de que no es feliz o lo que sea, en cuyo caso se mostrará ansioso por saber cuál es la causa, por adoptar una postura y por hallar una orientación más productiva. Aunque he dicho que éste es el paciente con quien soñamos, no es algo totalmente fantástico. Cosas así pueden ocurrir. Los de más experiencia entre ustedes quizás hayan tratado a veces esta clase de pacientes.

Les daré un ejemplo que nos llevará un paso más adelante. Se trata de una paciente que me ha impresionado mucho, y cuyo trabajo en el análisis ya he comentado varias veces. Se desempeña con mucha eficiencia como jefa de un organismo social: trabaja duro con gran dedicación, es buena organizadora y considera que los sindicatos son valiosos. En cierto momento los trabajadores sociales formaron un sindicato y a ella le pareció bien. Tenía la profunda convicción de que era una medida acertada. Pero, como es natural en un proceso semejante, y en especial tratándose de un sindicato, se produjo cierta tensión. Aunque tenía buen entendimiento con sus empleados, comenzó un período de transición en el que éstos se mostraron bastante belicosos. Ella era la jefa, y los empleados estaban luchando por sus derechos, aunque quizá la lucha no era del todo necesaria. Mi paciente se sintió terriblemente trastornada. Vino a pedirme consejo, ansiosa y deshecha en lágrimas. Tuvimos una conversación. Había de por medio dos factores neuróticos, de los cuales mencioné uno solo, a saber, su necesidad de afecto, y podría haber añadido, ciertas exigencias relacionadas con esa necesidad: ella había sido una buena jefa (lo era, en realidad). Es decir, siempre había mostrado consideración por los empleados, por sus sentimientos y necesidades. Cuando comprendió que se trataba de una tensión transitoria, su necesidad neurótica de afecto y su exigencia de ser estimada por sus subordinados cedieron. Nuestra conversación duró apenas dos horas, pero tuvo un efecto muy pronunciado y la ayudó a desprenderse de su excesiva necesidad de afecto y a reconocer el verdadero alcance de la situación. Muy pronto volvió a estar en buenos términos con sus empleados.

Ahora bien, cómo pudo lograrlo? Había en juego factores neuróticos bastante poderosos: su necesidad de afecto era muy grande, como también lo eran algunas de sus exigencias. Pero también entraban en consideración otros valores que para ella eran mucho más importantes. Estaban, para empezar, sus convicciones acerca de los sindicatos. Lo que es más importante, sentía una profunda devoción por su trabajo, de modo que si su necesidad de afecto y las exigencias a ella asociadas llegaban a interferir con la eficacia de su trabajo creando tensiones, tenían que ser abandonadas, como en efecto ocurrió. Podría parecer como si sólo estuvieran actuando fuerzas constructivas a las que la paciente podía recurrir. En realidad, no es así. Había también, como lo advertí más tarde, otro factor que hizo posible este rápido cambio, y que era que su profunda convicción de que Se trata sólo de mí, sólo de factores personales. Mi paciente sintió que esos factores que antes habíamos reconocido como su necesidad neurótica de afecto y su exigencia de que se le profesara estima- no debían interferir en su trabajo, por el cual sentía tanta devoción. En todo caso, había valores más significativos para ella que su necesidad y su exigencia neuróticas. Si su devoción al trabajo y a su trabajo analítico- no hubiera prevalecido sobre la neurosis, podemos suponer que se habría puesto a la defensiva y hubiera dicho: Después de todo, siempre he sido una buena jefa. Ellos podían confiar realmente en mí, podían tenerme confianza, y así sucesivamente. Pero no fue esto lo que dijo.

Por lo tanto, en este caso no es la dificultad neurótica en sí lo que determina la dificultad terapéutica. Nuestra pregunta es: se pone el paciente a la defensiva respecto de esas actitudes que se someten a examen? Esta paciente explora en lugar de defender. En otras palabras, se trata de la actitud del paciente hacia sus propias necesidades y exigencias neuróticas. Lo mismo puede decirse de cualquier otra situación. El paciente acude con su orgullo, sus vulnerabilidades, o sus modos de salvar las apariencias, o sus evitaciones. Estas son las dificultades con las que acude, y que dan lugar a dificultades en el tratamiento. Pero es provechoso distinguir esas dificultades de las defensas de que se vale para protegerlas. Es decir, lo que cuenta es, se pone a la defensiva respecto de su orgullo, por ejemplo? O está deseoso de analizar las cosas?

Por eso el tema de esta conferencia es Dificultades y Defensas. Esto no significa, repito, que las defensas no sean dificultades. Unas y otras presentan problemas en el tratamiento analítico, pero creo que es provechoso distinguirlas. Si aceptamos esto, debemos preguntar: qué defiende el paciente?

Evidentemente, el paciente no defiende la neurosis en su totalidad. Hay ciertos factores de los que le gustaría librarse. En primer lugar, le gustaría librarse de algunos síntomas que lo perturban realmente, como la ansiedad invalidante, el odio a sí mismo o lo que sea. Pero no sólo desea librarse de los síntomas. También quiere librarse de sus inhibiciones, sean cuales fueren. Le desagradan su incapacidad para reafirmar sus sentimientos o creencias, su timidez, su incapacidad de decir no. Sin embargo, defiende lo que para él son valores subjetivos de la estructura neurótica. O, para decirlo de otro modo, cada vez que el paciente se pone a la defensiva, hay en juego un valor subjetivo, siempre que, para volver al ejemplo de la jefa del organismo social, ese valor subjetivo no sea superado por algo más importante, por prioridades. Y estas prioridades serán, en primer lugar, sus fuerzas constructivas. Sin embargo, entre las prioridades puede haber también elementos neuróticos. Por ejemplo, consideremos la historia de Ignacio de Loyola. A cierta altura de su vida decidió que la carrera de santo era más importante para él que disfrutar del solaz que podían procurarle las mujeres. Y su determinación, su férrea voluntad de amoldarse a esa santidad fue para él mucho más importante que sus conquistas femeninas. Tenemos aquí a un hombre que decidió lo que quería al comienzo de su carrera (Es difícil juzgar si más tarde tuvieron peso otras motivaciones verdaderamente religiosas). La carrera de santo le parecía más importante que cualquier otra cosa. Su determinación le permitió renunciar a multitud de cosas que, por comparación, tenían poca o ninguna importancia.

Como sabemos, en muchos casos las actitudes del paciente hacia sus propias tendencias están divididas. Por ejemplo, muchos pacientes aprecian su carácter vengativo porque lo consideran un arma necesaria o un medio de justificarse, de sentirse superiores a los demás. Pero en otros aspectos o en otras oportunidades detestarán su carácter vengativo o les provocará temor. En otro ejemplo, un paciente deseaba más que ninguna otra cosa la espontaneidad, pero su temor a la crítica determinaba que nada fuera para él más terrible que la espontaneidad. Por lo tanto, su actitud estaba dividida. También aquí debemos saber con certeza y no dejarnos engañar por el hecho de que el paciente ponga de relieve su deseo de algo como la independencia o la espontaneidad. Si después de un largo período no ocurre nada en ese sentido, si no consigue desarrollar lo que dice que es su deseo, aún debemos preguntarnos: Qué es realmente lo que está en juego aquí? Está defendiendo el paciente ciertos valores subjetivos?

Lo que quiero decir está muy bien ilustrado en una novela de Pearl Buck. Un médico vio a un hombre que tenía un tumor en la parte posterior del cuello. Como era un médico que se preocupaba realmente por la salud de la gente, le dijo al hombre que haría bien en ir a un hospital para que hicieran algo con su tumor. Oh, no, dijo el hombre, mi alma está en ese tumor. Es decir que subjetivamente valoraba ese tumor como su alma. Antes de examinar estos valores subjetivos, quiero referirme a una objeción que puede confundir los problemas. A esta altura podríamos preguntar: La neurosis en sí misma, no es en todo o en parte una defensa?

Si fuera así, las defensas que vemos en la terapia psicoanalítica serían entonces los medios habituales de que se vale el neurótico para defender su estructura neurótica o algunos aspectos de ella. Creo, sin embargo, que la opinión que he escuchado en nuestro Instituto No es la neurosis en todo o en parte una defensa?- en el mejor de los casos sólo se justifica desde un punto de vista histórico-genético. Consideremos el afecto o el amor o el poder neuróticos. Estos han surgido, si se desea plantear las cosas de ese modo, como defensa contra la ansiedad básica, como medio de sentirse más seguro. En ese sentido se los podría llamar movimientos defensivos. Si, no obstante, dejamos de lado los orígenes de esos impulsos y los contemplamos desde un punto de vista fenomenológico, y nos limitamos a tratar de describir las cualidades de esos impulsos, podemos decir: he aquí impulsos digamos el anhelo de poder-, impulsos tan fuertes que Freud, por ejemplo, los consideraría de naturaleza instintiva.

Pero hay otras posiciones neuróticas de una cualidad más inmediatamente defensiva, que alivian la ansiedad, y protegen contra los daños o protegen contra el derrumbe a partes de la estructura. Consideremos, por ejemplo, la rectitud arbitraria. No se trata de un impulso. Se trata principalmente de una actitud defensiva, en el sentido en que empleo aquí el término: la rectitud arbitraria elimina las dudas sobre sí mismo, proporciona una piel protectora, como el baño de Sigfrido en la sangre del dragón. Protege contra la crítica. De modo que el paciente la trae a la situación analítica. Esa rectitud arbitraria, es ahora una dificultad o una defensa? Pienso que ambas cosas. Naturalmente, crea una dificultad en el análisis del paciente, pero lo que cuenta es si éste se pone a la defensiva respecto de esa rectitud, o la examina, considerándola un problema que debe ser analizado. Ahora bien, en el análisis hará primero una cosa y luego la otra. Puede muy bien ponerse a la defensiva y decir sencillamente: Ocurre que yo sé que tengo razón. Esto significa que cree que siempre tiene razón. O, por otra parte, puede decir (como lo hizo uno de mis pacientes) que le importa un ardite si tiene razón o se equivoca, pero que las cosas son como él las ve, lo cual es otro modo de defender su rectitud. Más tarde ese mismo paciente puede llegar a considerar esa misma rectitud como un problema. Habrá aprendido en el intervalo que constituye una dificultad para la terapia. Habrá aprendido acerca de sí mismo y podrá aceptarse mejor. Es decir, más tarde puede estar deseoso de considerar esa rectitud arbitraria como un problema y examinarla. Podríamos decir que su rectitud arbitraria es primero una dificultad cuya defensa asume, y más tarde una dificultad que desea analizar. O sea que, en lo que se refiere a las actitudes primariamente defensivas, tendríamos que hablar de la defensa de una defensa.

 

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Veamos ahora los valores subjetivos que defienden los pacientes. Estos valores subjetivos son de dos clases. Una se compone, en síntesis, de valores positivos que el paciente defiende porque piensa que implican algo precioso. Además están los valores protectores o defensivos, que no aprecia por sí mismos, pero los considera indispensables como protección contra algo. El equivalente sería, en escala nacional, que podemos salir en defensa de algo que consideramos precioso, digamos nuestro modo de vida democrático, y que también podemos salir en defensa de algo que sirve realmente para defendernos, digamos nuestros recursos o secretos militares. La mayor parte de las actitudes o defensas que encontramos en la terapia analítica deben ser consideradas desde ambos puntos de vista. Tomemos por ejemplo el impulso al poder en cualquiera de sus formas. Es algo que el paciente considera un valor positivo, pero también sirve de protección contra el sentimiento mucho más temido de desamparo.

Asimismo podemos observar que hay diferencias en la medida en que algunas actitudes tienen un componente defensivo: algunos valores subjetivos son principalmente defensivos y otros son principalmente positivos. Por ejemplo, consideremos la diferencia entre una persona que tiene un impulso hacia el poder y otra que tiene igualmente un impulso, pero hacia un rígido autocontrol. La primera posee un valor más positivo porque presenta un gusto por la vida. La segunda posee lo que es principalmente un valor protector. Hablando de los valores positivos, a esta categoría pertenece todo lo que da a una persona gusto por la vida, un sentimiento de significado o satisfacción, o brinda un sentimiento de valía, fuerza o corrección.

En esta categoría de valores positivos que el paciente defiende, considero que el primero entre ellos es el impulso apasionado, que da a la neurosis un carácter demoníaco: después de todo, se decía en un tiempo que esas personas estaban poseídas por demonios. Es una buena descripción. Las personas son poseídas por la ambición o el poder. O bien las personas están obsesionadas por reformar el mundo, personas como Calvino o Savonarola. O bien son impulsadas inexorablemente hacia el amor, porque esperan que colme sus vidas y les confiera un significado.

De igual modo incluimos a las personas que se ven impulsadas a un desempeño masoquista, como Sacher-Masoch, quien describió el masoquismo, palabra que deriva de su nombre. Eso era lo que le proporcionaba satisfacción. Sin esto, para Sacher-Masoch la vida hubiera sido muy vacía. La misma cualidad impulsiva se advierte en los que manifiestan impulsos sádicos. En una oportunidad, después de haber publicado Nuestros conflictos interiores, recibí una carta de una persona. Me escribía, llena de desprecio, que yo era una tonta. Yo no tenía ni la más remota idea de lo maravillosos que eran esos impulsos sádicos. Lo hacen sentirse vivo a uno, decía. Y son un verdadero impulso; decía, a su manera, que el sadismo daba sentido a su vida, la que de otro modo sería muy vacía. La misma fuerza impulsiva se observa en la explotación, el regateo, el impulso al triunfo vengativo, tanto como en la venganza simple y concreta. Vemos un impulso similar, aunque más encubierto, en aquellos que sienten un impulso a la delicia de destruir y frustrar con el fundamento de que Yo soy desdichado. Por qué habrían de ser felices los demás? Y si uno no puede sentir alegría a causa de la desesperación o lo que sea, entonces la única salida, el único modo de lograr que las cosas tengan algún significado, puede ser destruir, frustrar. Tenemos aquí impulsos que sin duda las personas perciben como eminentemente positivos, puesto que las hacen sentirse vivas, les procuran ciertas emociones o satisfacciones. Les proporcionan un sentido, un gusto por la vida.

Hay otros medios de llegar a sentir que la vida tiene significado, y este sentimiento es muy importante para un neurótico, quien se encuentra tan alienado que debe buscarlo o bien llevar una vida superficial. Esta búsqueda puede conducir a que tenga muchos amigos que cuiden de él, a que resulte aceptable para otras personas, a que ayude a los demás, a que viva para otras personas y a través de ellas, como lo hace mucha gente en su matrimonio, y a que trabaje, aunque su trabajo tenga un carácter compulsivo. Esta búsqueda puede también reflejarse en los muchos factores neuróticos que confieren a una persona un sentimiento de valía, de fuerza, de tener razón. Pienso aquí en las varias clases de orgullo, en la idealización de sí mismo, en la insistencia en ser aceptado por los otros, de ser útil a los demás y así sucesivamente. Hay muchos modos diferentes de adquirir y conservar un sentimiento de valía, o un sentimiento de fuerza a través de una sensación de dominio, como por ejemplo al tomar venganza contra otros, logrando así la ilusión de omnipotencia. Puesto que son sin duda nuestros sentimientos lo que nos hace sentir vivos, nuestros sentimientos de tener sentido y valía se relacionarán con valores positivos que serán fuertemente defendidos.

Sin duda esta lista que he dado de los valores positivos que son preciosos para el paciente, es incompleta. La lista que daré a continuación de valores defensivos o protectores que el neurótico emplea para mantener a salvo los valores positivos, también será incompleta. Entre ellos están las defensas neuróticas contra la ansiedad, tales como las maniobras de distracción, las actividades narcotizantes como beber, dormir, etc. Podemos, al menos en parte, incluir entre los valores protectores las defensas alienantes que reducen la ansiedad, los medios de desviar la fuerza destructiva de los conflictos: la negación neurótica de los conflictos, la compartimentalización, las tentativas de aumentar la eficiencia, el cinismo. Otra clase de defensa protectora sería todo lo que el paciente opone a la crítica, al sentimiento de culpa, al autodesprecio o al odio a sí mismo. Su empeño en ser perfecto es un ejemplo de esa defensa: su intento de cumplir sus debería, o al menos de aferrarse a la ilusión de que los cumple, su rectitud (por medio de la cual elimina todas las dudas que pueda tener), su control, sus simulaciones. Todos estos movimientos defensivos sirven para protegerlo principalmente contra el desprecio y el odio a sí mismo, pero también contra la crítica de los demás. Muchas personas modestas evitan la frustración persistiendo en sus restricciones, manteniéndose en la sombra.

Volviendo a algo más general, hay defensas contra la ansiedad, la desesperación y la desesperanza. Estas dos últimas, la desesperación y la desesperanza la percepción de la vacuidad de la propia vida-, surgen en última instancia de la alienación, del aislamiento de las experiencias interiores. Uno puede defenderse de esa sensación de vacío recurriendo a las compañías amenas, al trabajo, a la vida superficial, al optimismo superficial. Hay toda clase de defensas contra las heridas y las desilusiones. Análogamente, hay una variedad de defensas contra el sentimiento de sucumbir al caos, de perderse, de caer en la inercia. Vemos estas defensas en las personas que necesitan atenerse a sus rígidos debería porque sienten que no hay ninguna otra cosa a la que puedan aferrarse: Esos debería me proporcionan al menos una cuerda de la que tomarme y traen algún orden a mi vida. Entre estas defensas se destaca la exteriorización difusa, la tendencia a examinar los procesos internos como si ocurrieran fuera de uno mismo. También debemos tener en cuenta la rectitud arbitraria (la eliminación de las dudas sobre uno mismo). La convicción de que uno se las arregla es otra de esas defensas.

En el análisis, todos los valores subjetivos son cuestionados. Esto es algo que también puede ocurrir fuera del análisis. Pero sin duda en el análisis son más atacados sistemáticamente que en ninguna otra parte en la vida. De ahí que, mientras el paciente los considere preciosos e indispensables, deba ponerse a la defensiva. Esto se observa en tres áreas: en el trabajo propiamente dicho con sus problemas, en su actitud hacia el terapeuta y en su actitud hacia la terapia como tal.

Lo que he sostenido aquí es que cuando un paciente está a la defensiva, hay a menudo un valor subjetivo en el centro de los bloques, y es útil preguntarse cuál es el valor subjetivo que está siendo defendido. Esto conduce en general a un estudio más elaborado de los valores subjetivos en la neurosis. Sin duda conocemos algunos de esos valores y he mencionado algunos. Sin embargo, sería útil realizar un estudio mucho más elaborado y definido de esos valores subjetivos. El paciente acude al análisis con sus dificultades particulares, lo mismo que cuando toma un empleo o inicia una relación humana. Estas son a mi juicio las dificultades con las que debemos luchar. Pero estas dificultades deben distinguirse de los bloqueos o defensas que opone el paciente para proteger esos valores subjetivos. Para que la labor analítica tenga éxito es necesario que el paciente esté dispuesto a examinar, verificar, profundizar, acosar un problema y, eventualmente, a cambiar.

Karen Horney

Ref.: Últimas Conferencias, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1989.

 

 

Logoterapia: Conceptos Básicos

Logoterapia: Conceptos Básicos

Frankl

Viktor Frankl (1905-1997)

Los lectores de mi breve relato autobiográfico  (prisión en el campo de concentración de  Auschwitz y Türkheim, 1942-1945, nota editorial) me pidieron que hiciera una exposición más directa y completa de mi doctrina terapéutica. En consecuencia, añadí a la edición original un sucinto resumen de lo que es la logoterapia. Pero no ha sido suficiente; me acosan pidiéndome que trate más detenidamente el tema, de modo que he dado una nueva redacción a mi relato, ampliándolo con más detalles.

No ha sido un cometido fácil. Transmitir al lector en un espacio reducido todo el material que en alemán requirió veinte volúmenes es una tarea capaz de desanimar a cualquiera. Recuerdo a un colega norteamericano que un día me preguntó en una clínica de Viena: “Veamos, doctor, ¿usted es psicoanalista?” A lo que yo contesté: “No exactamente psicoanalista. Digamos que soy psicoterapeuta.” Entonces siguió preguntándome: “¿A qué escuela pertenece usted?” “Es mi propia teoría; se llama logoterapia”, le repliqué. “¿Puede definirme en una frase lo que quiere decir logoterapia?” “Si”, le dije, “pero antes que nada, ¿puede usted definir en una sola frase la esencia del psicoanálisis?” He aquí su respuesta: “En el psicoanálisis, el paciente se tiende en un diván y le dice a usted cosas que, a veces, son muy desagradables de decir.” Tras lo cual y de inmediato yo le devolví la siguiente improvisación: “Pues bien, en la logoterapia, el paciente permanece sentado, bien derecho, pero tiene que oír cosas que, a veces, son muy desagradables de escuchar.”

Por supuesto dije esto en tono más bien festivo y sin pretender que fuera una versión resumida de la logoterapia. Sin embargo, tiene mucho de verdad, pues, comparada con el psicoanálisis, la logoterapia es un método menos retrospectivo y menos introspectivo. La logoterapia mira más bien al futuro, es decir, a los cometidos y sentidos que el paciente tiene que realizar en el futuro. A la vez, la logoterapia se desentiende de todas las formulaciones del tipo círculo vicioso y de todos los mecanismos de retroacción que tan importante papel desempeñan en el desarrollo de las neurosis. De esta forma se quiebra el típico ensimismamiento del neurótico, en vez de volver una y otra vez sobre lo mismo, con el consiguiente refuerzo.

Amor, Culpa y Reparación

Amor, Culpa y Reparación

Las dos partes de este texto tratan aspectos muy diferentes de las emociones humanas. La primera, Odio, voracidad y agresión, considera los poderosos impulsos de odio que constituyen una parte fundamental de la naturaleza humana. La segunda, en la que intento describir las fuerzas igualmente poderosas del amor y el impulso de reparación, complementa la primera, pues la aparente división implícita en este método de exponerlas en realidad no existe en la mente humana. Al separar así nuestro enfoque tal vez no logremos transmitir una idea clara de la constante “interacción” de amor y odio, pero se impone la división en este vasto tema, pues el modo como los sentimientos de amor y las tendencias de reparación se desarrollan en conexión con los impulsos agresivos y a pesar de ellos, sólo podrá demostrarse cuando se haya tenido en cuenta el papel que aquellas fuerzas destructivas desempeñan en la interacción de odio y amor. El artículo de Joan Riviere demostró que estas emociones aparecen por primera vez en la temprana relación del niño con el seno materno y que se dirigen fundamentalmente hacia la persona deseada. Es necesario retomar la vida mental del niño para estudiar la interacción de las diferentes fuerzas que se congregan en el más complejo de todos los sentimientos humanos: el que llamamos amor.   La situación emocional del lactante El primer objeto de amor y odio del lactante, su madre, es deseado y odiado a la vez con toda la fuerza e intensidad características de las tempranas necesidades del niño. Al principio ama a su madre cuando ésta satisface sus necesidades de nutrición, calmando sus sensaciones de hambre y proporcionándole placer sensual mediante el estímulo que experimenta su boca al succionar el pecho. Esta gratificación forma parte esencial de su sexualidad, de la que en realidad constituye la primera expresión. Pero cuando el niño tiene hambre y no se lo gratifica, o cuando siente molestias o dolor físico, la situación cambia bruscamente. Se despierta su odio y su agresión y lo dominan impulsos de destruir a la misma persona que es objeto de sus deseos y que en su mente está vinculada a todas sus experiencias, buenas y malas. Además, como lo ha señalado Joan Riviere, el odio y los sentimientos agresivos del lactante dan origen a los más penosos estados, como la sofocación, el ahogo y otras sensaciones similares que, al ser sentidas como destructivas para su propio cuerpo, aumentan nuevamente la agresión, la desdicha y los temores. El medio primario e inmediato de aliviar al lactante de la dolorosa situación de hambre, odio, tensión y temor es la satisfacción de sus deseos por la madre. La temporaria seguridad obtenida al recibir gratificación incrementa grandemente la gratificación en si; de este modo la seguridad se transforma en un importante componente de la satisfacción de recibir amor. Esto se aplica a las formas de amor más simples y a sus manifestaciones elaboradas, tanto al niño como al adulto. Nuestra madre desempeña un papel duradero en nuestra mente porque ella fue la que primero satisfizo todas nuestras necesidades de autopreservación y nuestros deseos sensuales, proporcionándonos seguridad, aunque los diversos modos en que esta influencia actúa y las formas que a veces toma no resulten muy obvios en una etapa ulterior. Por ejemplo: una mujer puede aparentemente haberse apartado de su madre, y sin embargo buscar inconscientemente algunos aspectos de aquel primer vínculo en su relación con el marido o con el hombre que ama. La parte importante que desempeña el padre en la vida emocional del niño influye también en todas las relaciones de amor posteriores y en todas las asociaciones humanas. Pero el primer lazo infantil con él, como figura gratificante, amistosa y protectora, está parcialmente basado en la relación con la madre. El lactante, para quien la madre es primariamente sólo un objeto que satisface todos sus deseos, un pecho bueno (1), pronto comienza a responder a sus gratificaciones y cuidados desarrollando sentimientos de amor hacia ella como persona. Pero este primer amor se encuentra ya perturbado en su raíz por impulsos destructivos. Amor y odio luchan en su mente y, en cierto grado, esta lucha persiste durante toda la vida, pudiendo constituirse en fuente de peligro en las relaciones humanas. Los impulsos y sentimientos del lactante se acompañan de un tipo de actividad mental que considero como la más primitiva: es la elaboración de la fantasía, o más familiarmente, el pensamiento imaginativo. Por ejemplo, el niño que anhela el pecho materno, al no tenerlo imagina que lo tiene, es decir, evoca la satisfacción que deriva de él. Este primitivo fantasear es la forma inicial de una capacidad cuyo desarrollo posterior se observa en los trabajos más elaborados de la imaginación. Las fantasías tempranas que acompañan los sentimientos del lactante son variadas. En la que acabamos de mencionar imagina la gratificación que le falta. Con todo, las fantasías placenteras también coexisten con la satisfacción real, y las destructivas vienen con la frustración y los sentimientos de odio que ésta despierta. Cuando se siente frustrado por el pecho lo ataca en sus fantasías, pero si el pecho lo gratifica lo ama y fantasea agradablemente con él. En sus fantasías agresivas desea morder y destrozar a la madre y a sus pechos, y destruirla también en otras formas. Un rasgo muy importante de la fantasía destructiva, equivalente al deseo de muerte, es el del lactante que cree que sus deseos fantaseados tienen efecto real, es decir, que siente que sus impulsos destructivos han destruido realmente al objeto y seguirán destruyéndolo; esto tiene consecuencias sumamente importantes para su desarrollo mental. Se defiende de tales temores mediante fantasías omnipotentes de tipo reparador, lo que también influye grandemente en su desarrollo. Si en sus fantasías agresivas el niño ha dañado a su madre mordiéndola y destrozándola, pronto puede fantasear que une de nuevo sus pedazos para repararla (2), sin embargo, ello no aplaca del todo su recelo de haber destruido al objeto que, ya lo sabemos, es el que más ama y necesita, del que depende enteramente. En mi opinión estos conflictos básicos actúan profundamente sobre el curso y la fuerza de la vida afectiva de los adultos.   Sentimiento inconsciente de culpa Todos sabemos que al captar en nosotros impulsos de odio hacia la persona amada nos sentimos afligidos y culpables. Como dice Coleridge:

El niño herido que llevamos dentro

El niño herido que llevamos dentro

Cuando uno se encuentra comprometido en un proceso de crecimiento es importante haber clarificado todo lo que sobresale en la infancia, aquello que nos ha marcado dolorosamente. Los sufrimientos del pasado consumen nuestras energías porque estas son necesarias para relegarlos al inconsciente y bloquearlos. Estos sufrimientos enquistados engendran reacciones repetitivas y desproporcionadas que hacen a la persona vivir en desarmonía, siendo un obstáculo para la plena realización de uno mismo.

La necesidad de ser pequeño (a):

Para poder vivir las potencialidades que le habitan y llegar a ser él mismo, el niño necesita recibir un cierto número de cosas de las personas que son importantes para él. Si la recibe, crece como el junquillo en primavera que, recibiendo el sol, el agua, el alimento que necesita, sale de la tierra y se despliega en todo su ser de junquillo. Si el niño no recibe todo lo que necesita, vegeta, o puede experimentar una represión, incluso puede llegar a negar sus necesidades para no sufrir de quienes no las oyen.

Las necesidades no satisfechas, e incluso las necesidades negadas, no por eso están menos vivas. Se despertarán cuando, al llegar a ser joven o adulto, el niño de ayer se encuentre frente a una persona en una relación de ayuda que sea susceptible de responder a ellas. Consciente o inconscientemente, sentirá a esa persona como un padre o una madre, es decir, como un lugar matriz en el que pueda permitirse vivir su necesidad de ser pequeño, es decir, todas esas necesidades que no encontraron entonces una respuesta adecuada.

Es importante dejar que se despierte conscientemente la necesidad de ser pequeño (a) y atreverse a expresar a la persona en cuestión las diversas necesidades que, entonces, están naciendo.

Si esa persona puede acoger esas necesidades sin reírse o burlarse, si las comprende en profundidad y si puede responder a ellas, entonces:

a) se recibe lo que faltó. De ello viene un apaciguamiento , una distensión interior, un
hilillo de vida y, por lo tanto, un crecimiento; y
b) al recibir ese hilillo de vida y ese crecimiento, el sufrimiento de la no-respuesta se
agudizará.