El aprendizaje se ha convertido en un concepto muy diferente de cómo era antes. Estamos aprendiendo cada vez más sobre el proceso mismo del aprendizaje. Ha sido demostrado que la inteligencia ya no es la entidad fija e inalterable que siempre se creyó. Los diferentes métodos de enseñanza han demostrado la importancia que tiene el estado de relajación en el aprendizaje y cómo él permite una mayor fluidez en su proceso.

Nadie nos obliga a pensar por nuestra propia cuenta o a desarrollar nuestras propias ideas. En asuntos importantes resulta más seguro aceptar ideas ya elaboradas por los demás, porque eso nos ahorra el esfuerzo de pensar por nosotros mismos. Desafortunadamente, la educación no nos ayuda mucho al respecto. La mayor parte de la materia que estudiamos en el colegio dependía de su acumulación en la memoria; nadie nos enseñó acerca del modo de pensar. Tal vez se suponía que era tan simple como respirar o caminar. 0 – a la inversa – se consideraba algo tan complicado que había que dejarlo en manos de los filósofos, quienes se han entretenido durante siglos en este tema.

Tanto la investigación como la experiencia sugieren que el aprendizaje y la enseñanza no son procesos separados sino las dos caras de una misma moneda. Nunca asimilamos mejor un conocimiento que cuando – después de aprenderlo – tenemos que enseñárselo a otros. El esfuerzo de traspasar el conocimiento almacenado en nuestro cerebro a otras personas de modo que lo entiendan, nos obliga a clarificar nuestras ideas sobre el asunto. Además, las preguntas que los otros nos hagan sobre materias que les han parecido poco comprensibles, nos empuja a buscar respuestas a interrogantes que nosotros mismos nunca nos habíamos planteado.

El Coeficiente Intelectual:
Durante mucho tiempo se ha intentado medir la inteligencia gracias al Coeficiente Intelectual. Este resulta confiable como una vara de medición y comparación cuando se aplica a grupos homogéneos que comparten las mismas experiencias y entorno social. Las diferencias entre razas, generaciones y trasfondo cultural influyen en él, tanto como las motivaciones, la escala de valores, los incentivos y las características individuales.