Puesto que no soy sinólogo, una presentación del Libro de las Mutaciones escrita por mí habrá de constituir un testimonio de mi experiencia personal con este libro grande y singular. Se me brinda así, además, una grata oportunidad para rendir homenaje una vez más a la memoria de mi desaparecido amigo Richard Wilhelm. Él mismo tenía honda consciencia de la importancia cultural de su traducción del I Ching, versión sin igual en Occidente.
Si el significado del Libro de las Mutaciones fuese fácil de aprehender, la obra no requeriría de ningún prólogo. Pero sin lugar a dudas no es este el caso, ya que hay tantas cosas que se presentan oscuras en torno de él, que los estudiosos occidentales tendieron a desecharlo, considerándolo un conjunto de “fórmulas mágicas” o bien demasiado abstrusas como para ser inteligibles, o bien carentes de todo valor. La traducción de Legge del I Ching, única versión disponible hasta ahora en inglés, contribuyó poco para hacer accesible la obra a la mentalidad occidental. Wilhelm, en cambio, hizo el máximo esfuerzo para allanar el camino hacia la comprensión del texto. Estaba en condiciones de hacerlo, dado que él mismo había aprendido la filosofía y el uso del I Ching con el venerable sabio Lao Nai Hsüan; además, durante un período de muchos años había puesto en práctica la singular técnica del oráculo. Su captación del significado viviente del texto otorga a su versión del I Ching una profundidad de perspectiva que nunca podría provenir de un conocimiento puramente académico de la filosofía china.
Le estoy muy agradecido a Wilhelm por la luz que él aportó a la comprensión del complicado problema del I Ching, y así mismo por facilitar una profunda introvisión en lo que respecta a su aplicación práctica. A lo largo de más de treinta años me he interesado por esta técnica oracular o método de exploración del inconsciente, ya que me parecía de insólita significación. Ya estaba bastante familiarizado con el I Ching cuando por primera vez me encontré con Wilhelm a comienzos de la década del veinte; me confirmó entonces lo que yo ya sabía y me enseñó muchas cosas más.
El haikú es una forma poética cuyos orígenes se remontan al Japón ancestral, siendo sus cultores conocidos como haijin. En sus inicios derivó de otra forma literaria, el haikai, de contenido humorístico, que solía disponerse en una serie sucesiva de poemas cuya primera estrofa era el hokku. Finalmente, la forma del haikai se ramificó en dos tendencias separadas, manteniéndose los cultores del haikai original, y una segunda forma – el haikú – que independizó la primera estrofa, convirtiéndola en una sola expresión sintética y acabada de una imagen, que bien podía ser del entorno natural, del paisaje anímico o del social.En su forma tradicional, el haikú consta de tres versos en 17 sílabas, las que tienen una composición asimétrica y sin rima que lo impregna de una sensación de libertad y sugerencia. El estilo, independientemente del tema que trate, es siempre sencillo y natural, minimalista, buscando la máxima expresión con el mínimo de recursos, inspirado como está en la estética del budismo zen. Por tanto, el haikú está muy marcado por la observación de la naturaleza y su cambio constante, tanto a través del día como del transcurrir de las estaciones del año. A menudo dentro del poema se encuentra una palabra clave o kigo que indica la estación del año a que alude. La liviandad, la sutileza, y una cierta sensación de incompletitud que nos refiere a lo inmenso, a lo vacío, infinito o a lo eterno, están casi siempre presentes en los poemas. Al menos dejan abierta la puerta a una escala mayor de pertenencia, a lo que ahora-no-es-o-no-está, por contraposición al instante fijado en los versos.
Matsuo Bashô (1644 -1694): El más grande haijin
Bashô es conocido como el mayor cultor del haikú tradicional. Educado como samurai y al servicio de una familia poderosa en su infancia, en 1661 conoció al maestro zen Bucho, quien lo instruyó en la filosofía zen. La comprensión del zen llevó a Bashô a buscar una forma literaria que no expresara sólo belleza, ni que fuera retórica o simplemente descriptiva, encontrando que el haikú servía exactamente para expresar la verdadera realidad, la del momento presente.
El Misterio de la Unidad por la Dualidad está simbolizado por el Uno dentro del Cero. La línea recta dentro del Círculo representa la Unidad; el ángulo de dos líneas distintas que, partiendo de un único punto se alejan y divergen, representa la Dualidad. De esta manera, vemos que la Dualidad tiene su origen en la Unidad.
El punto central en el que las dos líneas se juntan es el séptimo mundo o mundo de la Realidad, mientras que las dos líneas que atraviesan los seis mundos inferiores a la Realidad se llaman mundos de la manifestación o apariencia de la Realidad. Son la sustancia de la Esencia, la forma del ser y la materia en contraposición al Espíritu.
Desde el momento en que la Unidad se bifurca, se convierte en Creación; pero la consciencia de la Unidad, que es el Alma del mundo, se manifiesta en la Dualidad que desciende del séptimo Cielo. Mediante la Dualidad se forman: el Cielo y la Tierra; el bien y el mal; la luz y la sombra; el espíritu y la materia; el Jakin y el Bohaz; el Yang y el Yin; el Sol y la luz; la expansión y la reunión; la necesidad y la libertad; el Padre y la Madre; Adán y Eva, etcétera.
En el mismo cuerpo se manifiesta la Dualidad en todo el organismo; sin embargo, esta Dualidad se concilia en el centro cerebral, en la nariz, la lengua, el ombligo, el falo. La Divinidad Única tiene dos condiciones como base de su manifestación: el Universo y el Hombre. La Unidad de la dualidad, en el cerebro del hombre, es el principio de la Creación; la Unidad de la Dualidad en la base inferior de la médula o en el IO cabalístico, es el regreso a la Divinidad. Desde el momento en el que el Yo Soy junta alrededor de sí a sus vehículos de materia, oscurece su consciencia en su propio plano, pero la comunica a sus vehículos.
Nacimiento de Venus
El plano físico es el inferior, en el cual el ser humano encarna en el cuerpo material. El segundo es el deseo inferior, el cuerpo de los instintos y pasiones, es el cuerpo de atracción o posesión. El tercero es el de la emoción o del deseo superior, que se caracteriza por el deseo de unión. El cuarto es el mental inferior; es el de la memoria que da fijeza a los demás planos superiores. El quinto es el mental superior, sede de las cualidades. El sexto es el plano espiritual, el de la tendencia. El séptimo y último es el plano de la Unidad con el Ser Recóndito; en él no hay diferenciación: Todo es Uno y Uno es Todo.
El hombre es buscador de nacimiento. El no lo sabe. Pero sí lo es. Y la presencia del Maestro evoca en él la búsqueda y la vivifica.
La experiencia misma estaba más allá de toda interpretación ordinaria. Algo se ofrecía a nuestro entendimiento, pero era como despertar en medio de un fenómeno que no podía compararse con los fenómenos habituales, y sentirse como integrado en él, libre de toda preocupación por explicar o describir, era más bien vivir la experiencia como el Maestro nos hacia sentir que la vivía él.
A veces había como iba a decir una complicidad, una inteligencia evidente entre él y nosotros; estábamos juntos, implicados en la experiencia, por un rato, y eso era lo que al fin predominaba.
Pero luego quedaba algo que era la prueba de lo que se había vivido con él, y dejaba muy atrás toda las explicaciones que se pudieran dar.
Había que tratar de revivificar esa experiencia, de revivirla con todo lo que llevaba consigo de falsa satisfacción, y de inútil desaliento. Pero aquí y ahora cómo volver a encontrar esa intensidad?
Eso es lo que sin cesar se propone, y es evidente que después de tantas tentativas infructuosas, algo persiste, invitándonos a probar y probar, una y otra vez, sin hacernos ilusiones y sin esperar a toda costa un resultado.
Pero intentar de veras conservar esa disposición, intentar mantenerse en estado de receptividad, eso es lo que podemos sentir de un trabajo que se hace en nosotros, a condición de no pretender dirigirlo. No somos dueños de ello. no soy yo el Amo, y sin embargo reconozco que se me ofrece a mí
Lo que acaso corresponda a una afirmación de mí mismo más justa, es esta visión. Intentar, intentar la experiencia, sin pretender dominarla, pero así y todo, intentarla. Cultivar esa disposición a vivir la experiencia, entrar en la experiencia y mantenerme en ella.
Gurdjieff insistía en que no debemos hacer nada sin tratar de comprender lo que estamos haciendo. El hombre debe experimentar por sí mismo la verdad de lo que se le enseña.