Esta obra ofrece una excelente introducción al método psicológico del conocido pensador y terapeuta norteamericano. El famoso psicólogo y su discípula Rachel L. Rosenberg explican su punto de vista, basados en su propia experiencia como terapeutas, pero también en su evolucion individual como personas. Trata de la relación entre personas en general, y no sólo entre terapeuta y cliente o entre educador y educando, como centrada, sobre todo, en el intercambio afectivo (sentimientos) y no únicamente en la objetiva y distanciada transmisión de contenidos ideológicos. En consecuencia, la “empatía” se destaca como principal condicionante de la eficacia de la relación en el desarrollo o integración de la persona. Por tratarse de una relación total, se entiende que en ella se transforma no sólo el cliente sino también el mismo psicólogo.
Este modo de ver discrepa del psicoanálisis en su modestia doctrinal o teórica ya que no aspira a construir un sistema. También discrepa del conductismo por la concepción humanística del comportamiento. Por otra parte, se señalan coincidencias con otras corrientes psicológicas (Lilly), antropológicas (Cortaveda) y religiosas (Buber, Zen, etc.)
Cuando sentimos que no tenemos nada que el otro pueda apreciar, estamos cerca de odiarlo
Vauvenargues
Mi mayor temor: la indiferencia. Que me olviden o no se interesen por mí. Todas las ocasiones en que tengo la impresión de ser invisible, transparente para los demás, me siento muerta antes de tiempo. Inexistente. Cuando me siento triste y camino entre la multitud al anochecer, y por supuesto nadie me mira, me siento completamente sola, sobre todo en invierno, cuando todo el mundo se apresura de regreso. Imagino que todos vuelven a casa y alguien les espera, entran en calor, los reciben, los quieren y son importantes para los demás. A quién le importo yo? Vuelvo a casa sola. Sólo los vagabundos son tan desgraciados y están tan solos como yo. A veces me invaden extrañas visiones: me veo como un átomo, una partícula aislada alrededor de la cual giran miles de millones de partículas, vinculadas entre sí por fuerzas invisibles que no me acogen ni me alcanzan jamás.
Además del rechazo, existe un miedo anterior, más discreto, pero también perjudicial para nuestro bienestar y nuestro comportamiento: el miedo a la indiferencia. Qué ocurre en nosotros cuando tenemos la impresión de no contar para los demás?
El deseo de reconocimiento Sentirse ignorado es doloroso, de modo que todos desarrollamos un gran deseo de reconocimiento. Es ésta una maniobra de prevención de eventuales rechazos? Sentir que ocupamos un lugar reconocido y constantemente confirmado junto a otras muchas personas, nos permitiría temer menos el rechazo y, si se presenta, experimentar un sufrimiento menor?
Así pues, ser o sentirse reconocido(a). Pero, qué es el reconocimiento? Es una necesidad diferente a la de aprobación o amor, y que las precede. Es el hecho de que los demás nos consideren seres humanos en el sentido completo del término: por ejemplo, que nos saluden y reciban cuando llegamos a algún lugar, o que nos llamen por nuestro nombre o apellido en función de la familiaridad que nos testimonien nuestros interlocutores. Todas estas manifestaciones son perfectamente sutiles: su presencia no procura necesariamente la felicidad; su ausencia no se percibe de manera ostensible, pero es dolorosamente perjudicial. Es normal que nos tranquilice el hecho de que nos conozcan. Un ejemplo interesante en los ancianos es la relación que mantienen con los comerciantes: ser recibidos y saludados por su nombre en el mercado, saber que conocen sus costumbres, preferencias y ciertos elementos de su existencia. Todos estos detalles son importantes para ellos porque con frecuencia sus vínculos sociales son tenues, vulnerables y cada vez más escasos (sus amigos mueren poco a poco). Quizá de ahí procede el temor de muchos ancianos a morir solos en casa, sin que nadie se de cuenta. Todas esas historias espantosas de vecinos alertados por el olor.
Todo ello proviene del sentimiento de reconocimiento y recuerda la absoluta necesidad que el ser humano tiene de disponer de un capital social a su alrededor. Este hecho explicaría el sentimiento oscuro y primitivo de que las grandes ciudades son contra natura. En todo caso, contra la naturaleza humana. Otro ejemplo de reconocimiento: ser requerido sin pedirlo, es decir, recibir invitaciones, atenciones, tarjetas portales, visitas, un pequeño regalo que indique que han pensado en nosotros sin que hayamos tenido que manifestarnos. Esta es una de las quejas que más a menudo profieren ciertos pacientes depresivos a los que se llama, con razón o equivocadamente, abandonados: Nadie me llama ni piensa en mí. Siempre soy yo quien debo hacerlo todo. Si me dirijo a los demás, me aceptan y reciben, ése no es el problema. Pero si desaparezco, como suele decirse, entonces muero realmente en sus consciencias: se olvidan de mí.
Recuerdo haber encontrado esa necesidad de reconocimiento en un estudio sobre el estrés en los conductores de autobús parisinos de la RAPT: partimos de la idea de que su estrés estaría relacionado con problemas de conducción y circulación, sin embargo la mayoría nos contaron que lo que más les afectaba eran las situaciones de indiferencia social. El hecho de que los viajeros subieran sin saludarlos ni mirarlos (Como si fuésemos robots), les dolía, les hundía, humillaba y entristecía (Cuando me tratan así tengo la impresión de no ser más que una pieza de mi autobús, anónima e intercambiable. Poca cosa).
Sentirse reconocido confiere simplemente un sentimiento de existencia social y de existencia a secas. Por otro lado, el reconocimiento no tiene por qué ser necesariamente positivo. Así, a veces los niños atraen la atención con sus caprichos o tonterías, cuando no se les hace caso en determinado momento, o de manera habitual si su familia no se preocupa por ellos. Algunos de nuestros pacientes, que han cometido delitos menores, nos dicen retrospectivamente: Ahora me doy cuenta de que lo hice para que me hicieran caso. En ciertos narcisistas también se la satisfacción de ser detestados: suscitar la aversión alimenta la necesidad del reconocimiento a su existencia y también de su importancia, que miden en función de la intensidad de la aversión que despiertan y del número de personas que los odian. Tenemos pocas ocasiones de recibir en consulta a estos sujetos (más bien son sus allegados, a quienes hacen sufrir, quienes se someten a terapia). Con frecuencia son poco aptos para entablar relaciones amistosas de igualdad, y sólo actúan en el conflicto y las relaciones de dominio. Se han dado cuenta de que la aversión es una relación y una forma de reconocimiento, al contrario que la indiferencia. En este sentido, el rechazo les importa poco: siempre y cuando se acompañe de emociones fuertes en quienes los rechazan, se trata de un reconocimiento, y por tanto una victoria a sus ojos. De ahí su necesidad de provocar constantemente: el rechazo sosegado y la indiferencia les atemorizan y hacen dudar, como a todo el mundo. Sin duda, una persona con este perfil inventó esta expresión: Amamos u odiamos, pero no permanecemos indiferentes.
Reconocimiento de conformidad o de distinción? Dos modos de aumentar la autoestima a partir del reconocimiento de los demás. Existen dos modos de obtener el reconocimiento (y por tanto, la autoestima): ser como los demás es el reconocimiento por conformidad; diferenciarse es el reconocimiento por distinción.
La búsqueda de un reconocimiento por conformidad se da con mayor fuerza en los extremos de la existencia, en el niño y el anciano. Ser como los demás en su apariencia, gustos y discurso representa un pasaporte, una garantía de aceptación social. Este reconocimiento de conformidad a menudo se relaciona con un sentimiento de relativa vulnerabilidad.
La búsqueda de reconocimiento por distinción es más frecuente en jóvenes y adolescentes porque les sirve para afirmarse y construir su identidad. De ahí la importancia del look, pero también el cuidado de presentar ese look como una elección vital global, y no sólo como una decisión fútil o una sumisión a la moda. Puede divertirnos el hecho de que el reconocimiento por distinción no sea en el fondo sino un reconocimiento por conformidad que funciona sólo en el seno de un reducido grupo al que se ha elegido (o se trata de) pertenecer. En realidad se trata siempre de una necesidad de afiliación: el verdadero reconocimiento por distinción es, de hecho, rarísimo. Existe en verdad?
Por otro lado la existencia de signos de reconocimiento aumenta cuando el grupo se siente minoritario o amenazado. Por ejemplo, el saludo que se cruzan los motoristas y que les procura un sentimiento agradable. Tiende a desaparecer como signo de reconocimiento espontáneo debido sobre todo a la proliferación de vehículos de dos ruedas (es menos necesario en cuanto la comunidad deja de ser minoritaria). En cambio, otro pequeño ritual, específico de los motoristas parisinos (tal vez extensible a otras grandes ciudades, no he indagado): levantar el pie en signo de agradecimiento en la ronda de circunvalación, si uno de ellos deja pasar a otro entre la hilera de coches. Se trata de un signo de reconocimiento a la vez que de agradecimiento, por la atención brindada (vigilar el retrovisor, apartarse para deslizarse entre la fila de coches).
Ser o no ser como los demás es un reto para la autoestima: conformarse con los códigos de la mayoría es, frecuentemente, la elección de las autoestimas débiles. Distinguirse o conformarse con los de una minoría suele ser la elección de autoestimas fuertes y vulnerables. Las autoestimas sólidas optan por no afiliarse a grupo alguno.
Los riesgos y errores de la búsqueda de reconocimiento Para las bajas autoestimas, el primer riesgo de esta búsqueda consistirá en la hiperconformidad, con el riesgo de alienación. Se ocultará todo lo que destaque para tratar de conformarse con la imagen social que creemos nos garantizará la mayor aceptación. Se seguirá la moda a una distancia respetuosa: ni con demasiada antelación para no atraer (o creer que atraemos) las miradas, ni demasiado tarde para no caer en la hortelana. Tan sólo emitiremos nuestras opiniones cuando hayamos comprobado las de los líderes a fin de no correr el riesgo de la contradicción o la burla.
Las autoestimas elevadas y vulnerables que intentan compensar sus dudas mediante la aceptación optarán por una ruptura con la masa, en cuyo anonimato se sienten desaparecer y no se ven reconocidas. De ahí el riesgo de provocaciones gratuitas e inútiles. En loas adolescentes es bastante frecuente encontrar jóvenes que dudan de sí mismos e intentan ser aceptados por otros más violentos que ellos lanzándose a comportamientos delictivos que les franquean la entrada al grupo.
Todos nos enfrentamos a las mismas posibilidades de error:
– Error de no sentirnos reconocidos cuando en realidad lo somos y emprender así una búsqueda de reconocimiento suplementaria y aleatoria, cuando habría bastado con abrir los ojos. – Error de no conceder importancia a las señales de reconocimiento recibidas, no sentirnos valorados por el grupo y las personas que nos reconocen. Dirigiéndose a los poderosos de su época, Sieyes (político que en 1789 se hizo famoso con su panfleto Qué es el Tercer Estado?) escribió durante la Revolución Francesa: Pretendes distinguirte de tus conciudadanos y no que éstos te distingan No aspiras al amor o el aprecio de tus conciudadanos; por el contrario, obedeces a una vanidad hostil contra los hombres, cuya igualdad te molesta. – Error de confundir el deseo de reconocimiento con el deseo de amor y esperar que el primero satisfaga el segundo: hay relaciones sociales que sólo podrán aportarnos reconocimiento, nada más. No hay que denigrarlas por ello, ni pedirles más. Todo el mundo me quiere, pero estoy sola, me contaba una joven paciente. Sin embargo, la proliferación de relaciones normalmente facilita el encuentro con el amor mejorando el bienestar psicológico (y por tanto la apertura a los demás) y desarrollando las aptitudes relacionales. Lo facilita, pero evidentemente no garantiza nada.
Soledad y sentimiento de soledad Lo más doloroso durante mi depresión no era la tristeza o la dificultad para actuar; era esa especie de angustia que me embargaba como un vértigo de soledad. Me sentía completamente sola incluso rodeada de seres queridos. Los miraba y me daba cuenta, estúpidamente, de que no eran yo, que se trataba de personas autónomas de las que apenas conocía lo que me dejaban entrever. Esto despertaba en mí el miedo a la vida. Esa soledad me angustiaba porque no me sentía capaz de sobrevivir sola. De hecho, no se trataba de soledad, sino de la angustia por la soledad, a veces sorda, como un leve rumor, a veces violenta como la amenaza del fin del mundo. Este sentimiento irrumpía y desgarraba el velo de las ilusiones (la ilusión de que somos uno con nuestros seres queridos, a quienes conocemos perfectamente). Siempre he tenido este problema. Me perturbó el momento en que mis hijos crecieron y se convirtieron en seres autónomos, en personas mayores que no me confiaban todos sus secretos. Más tarde comprendí que este sentimiento de soledad era inevitable y que si me daba miedo era porque me sentía incapaz de cuidar de mí misma. En realidad era peor que esto: es como si durante toda mi vida hubiera evitado ocuparme de mí misma. Había vivido en la ilusión de que formaba parte de un todo: familia, grupo.
Hay muchos estudios consagrados al sentimiento de soledad. Sabemos que en psiquiatría la soledad y el aislamiento social son factores de riesgo en materia de depresión, dependencia de las drogas y el alcohol y, más generalmente, vulnerabilidad ante los acontecimientos vitales estresantes. Sin embargo, un punto a tener en cuenta es que no sólo la soledad real afecta a nuestra salud, sino también la percepción de la soledad: el hecho de sentirse solo o sola es una fuente de perturbaciones no sólo psíquicas, sino también corporales, con un especial impacto en la función cardíaca y la tensión arterial. También advertimos que la cantidad de contactos sociales de las personas que se sienten solas con frecuencia es aproximadamente la misma que en aquellas que no se quejan. Con toda probabilidad se trata más de una cuestión cualitativa relacionada con la satisfacción que obtenemos de esos contactos, la actitud social (aprovechamos o no esos contactos sociales, por ejemplo: estamos solos entre los demás?) y la actitud mental (sentirse diferente e incomprendido cierra la puerta a las relaciones o a su capacidad para reconfortarnos).
La única soledad válida es la que elegimos, no la que padecemos. Es perfectamente posible definirse como un solitario sociable: nos gusta estar solos pero también la compañía de los demás. Preferimos ligeramente el primer estado al segundo. Si elegimos y disfrutamos esta soledad es posible celebrarla, como hacía Malraux: Si existe una soledad en la que un solitario es un abandonado, existe otra en la que sólo es solitario porque los demás hombres no se han unido a él. Pero no todos los solitarios tienen sueños de grandeza. Muchos aprecian simplemente la distancia que les confiere la retirada del mundo y consideran la soledad un ejercicio saludable, como escribía Vauvenargues: La soledad es al alma lo que la dieta al cuerpo. Sin embargo, la dieta sólo alcanza sentido si no estamos a punto de morir de hambre. Los que no han elegido, los marginados, los abandonados, los aislados, sólo obtienen sufrimiento y ven en ella una noche interminable de espera y necesidad insatisfecha como animal social.
Porque a fin de cuentas, para la mayoría de nosotros, la soledad no puede ser sino un paréntesis entre dos períodos de intercambio y relaciones. La soledad como pasaje. Muchas veces útil, a veces forzoso. Pasaje y no destino, ya que también podemos perdernos en la soledad, y algunas existencias se parecen a esa imagen de Flaubert, gran solitario pero no siempre por elección: Me parece que atravieso una soledad sin fin para ir no sé adónde, y yo mismo soy a un tiempo el desierto, el viajero y el camello.
La búsqueda de amor, afecto, amistad y simpatía: la búsqueda del aprecio de los demás. Hemos hablado de la necesidad de que reconozcan nuestra existencia. Pero también existen formas cálidas, positivas, de reconocimiento: simpatía, amistad, afecto e incluso amor. Sabemos que esos alimentos afectivos son indispensables para el ser humano: para desarrollarse y sentirse feliz y digno de existir. Por qué meterlas todas en el mismo saco? Acaso no hay diferencia entre la mera simpatía y la relación amorosa? Sí y no. En un sentido amplio, todos estos vínculos afectivos remiten a nuestra necesidad de apego y seguridad, por supuesto heredada de nuestro pasado personal pero también de nuestra biología: las características de la especie humana hacen que vengamos al mundo en estado larval y que sin el amor y el cuidado de los demás madre, padre, miembros de una comunidad- no sobrevivamos. Nuestra memoria emocional lo recuerda y se muestra muy exigente respecto a las pruebas de amor. En cambio, es la cultura la que modela los objetos en los que se vierte el amor: los vínculos con la pareja, con los hijos, no siempre se han ensalzado como modelos de amor perfecto. El hombre siempre ha sentido la necesidad de suscitar simpatía, afecto y amor, así como la pregunta fundamental, oculta tras esa inagotable necesidad de ser amado: cómo existir en el corazón de los demás?
Hasta dónde vamos en la necesidad de ser amados? Pueden darse dependencias extremas a las señales de reconocimiento y apego de los demás. Así, por ejemplo, las personas demasiado amables pueden ahogar al otro con sus ofrecimientos y regalos excesivos: Estoy demasiado preocupada por agradar y me centro mucho en los demás. Siempre tengo la impresión de deberles algo. Me es imposible llegar a algún sitio sin un regalo y, como norma general, el regalo es tanto más grande cuanto más dudo del aprecio que me tienen. Siento una obligación permanente hacia los demás. Nunca se me ocurre la idea de que puedan sentirse obligados conmigo o deberme reconocimiento. Siempre soy yo quien se siente en deuda. Qué decir de la sorpresa de descubrir que me aman y me aprecian, que hace presa de mí desde la infancia? Es una alegría y un alivio. Sin duda, una liberación. Como si en mi fuero interno se ocultara siempre la idea de que no es lícito que me amen sin haber comprado previamente ese amor mediante un regalo u ofreciendo un servicio. Mi marido me llamó la atención sobre esto y me enseñó que no tenía que comprar la atención o el afecto con amabilidad o regalos.
Un paso más y entramos en los perfiles de la personalidad vulnerable, en el registro de lo que los psiquiatras llaman síndrome de abandono o hiperapetencia afectiva.
En el caso de síndrome de abandono, los sujetos reaccionan de forma muy violenta (interiormente, mediante el sufrimiento, exteriormente, con lágrimas y reproches) a todo lo que les parezca una forma de distanciamiento, para gran sorpresa de los miembros no advertidos de su entorno (en general, los amigos, porque la familia lo sabe desde hace tiempo), menos sensibles a la distancia y para los que pasar seis meses sin contacto no disminuye un ápice la amistad o el afecto que sienten. Sin embargo, si su amigo padece el síndrome de abandono, no verá las cosas así.
En el caso de la hiperapetencia afectiva, las personas tratarán de templar la relación haciéndola pasar a un modo afectivo: intimar rápidamente con un nuevo conocido, trabar una relación profunda con un compañero de trabajo recién llegado Como si creyeran que de ese modo acceden a lo esencial: Una relación no tiene sentido sin afecto.
Estos dos tipos de personalidad parecen presentar una necesidad ilimitada de signos de afecto y reconocimiento, como si su propia existencia dependiera de ellos, según el adagio sin amor no somos nada de las canciones populares. Como si hubieran asumido la fórmula de Gide: No quiero que me elijan, deseo que me prefieran, pero sin confesarlo claramente. No reivindican la exclusividad (no hay la autoestima suficiente para ello); esperan que los demás actúen como si sólo ellos existieran.
Cómo se activa la búsqueda de afecto en caso de rechazo social Diversos trabajos, tanto estudios experimentales como llevados a cabo en un medio natural, han estudiado lo que ocurre cuando somos objeto de un fracaso o un rechazo, en resumen, de algo que amenaza el lugar que ocupamos en los demás. Lo más frecuente es que se trate de una cuestión de autoestima: las personas con una autoestima frágil y baja generalmente tienden a mostrarse más amables y agradables tras un rechazo, mientras que los individuos con una autoestima elevada a menudo tienden a mostrarse menos agradables si son cuestionados. Parecen menos dependientes de la necesidad de aprobación social como reparación y consolación. No obstante, existe un riesgo importante para las personas con baja autoestima: como creen vivir un fracaso (real, temido o imaginario) de manera crónica, les tentará comprar a los demás con su amabilidad, como hemos visto. Pero se trata de una estrategia de supervivencia y prevención, y no de una elección libre.
Amor y autoestima Hay tantas preguntas sobre el amor y la autoestima El amor es bueno para la autoestima? La fortalece o la debilita? Y sobre todo, es razonable esperarlo todo de él?
Sorprendentemente, existe un frecuente derroche afectivo en los sujetos con baja autoestima, que presentan una irresistible tendencia a subestimar la mirada positiva que sobre ellos tienen sus compañeros sentimentales. Me ha llevado muchos años bajar la guardia con mi pareja. No es que recelara o no tuviera confianza, sino que me atrapaba un reflejo inconsciente de prudencia, de no creerme demasiado amado para no depender de esa persona. Esto ha provocado muchas crisis porque mi esposa lo percibía. Ella lo tomaba como falta de amor, cuando era más bien un miedo excesivo e incluso, en realidad, una falta de confianza en mí mismo. Qué me ha curado? El tiempo transcurrido. Pero también fortalecer mi confianza: tener éxito en mi trabajo y ganarme la admiración de mis dos hijos. De pronto empecé a ser más sensible y receptivo al amor conyugal y a comprender que mi mujer me quería a mí y no a una imagen de mí o a uno de sus sueños adolescentes.
Los sujetos con baja autoestima tienden asimismo a no recurrir demasiado a su pareja para recuperarse de sus sentimientos de inadaptación e incompetencia, a no confiarse mucho o pedir consejos y atención en los momentos en que lo necesitan.
Las personalidades dependientes experimentan la necesidad de fusión en el amor, como vimos anteriormente: este deseo también se relaciona con problemas de autoestima. La fusión nos fortalece porque nos hace menos visibles, nos expone menos y afianza nuestra posición; con el riesgo de alienación en la pareja y la tentación de desaparecer tras nuestro compañero, de existir socialmente sólo gracias a él, y sentirnos por completo aliviados y anestesiados de la propia identidad. Para un día levantarse con la consciencia de haber ignorado construir la propia personalidad si no es como mujer o marido de, pariente de; y asistir a la pérdida de la autoestima.
Quizá por esto hay tanto sufrimiento y mal de amores y el ámbito de la vida amorosa es uno de los que abordamos con más frecuencia en psicoterapia: entre los miedos de la relación (exigir demasiado, o demasiado poco, o ambas cosas) y los ideales excesivos, no falta el sufrimiento ni el afán por superarlos.
Un Medicamante para la autoestima Recuerdo a una paciente llamémosla Armelle- que acudía a verme intermitentemente para tratar sus complejos y su autoestima. Abandonaba la terapia cada vez que se enamoraba. En esos momentos no le necesito a usted ni a la terapia. En cuanto me siento amada dejo de plantearme preguntas sobre mí misma. Desgraciadamente, sus amores no ejercían un efecto terapéutico perdurable y las dudas volvían poco a poco. Además, extrañamente, volvían a propósito de sus amantes: Al cabo de un tiempo dejo de idealizarlos y veo sus defectos, que hasta entonces ignoraba o minimizaba. Entonces, rápidamente, mis ojos vuelven a contemplar mis propios lastres y vuelvo a dudar de mí misma y acomplejarme. En ese momento corto la relación. Y vuelvo a encontrarme como siempre, con mis inquietudes y mis perpetuas insatisfacciones.
Una de las propiedades que el amor ejerce sobre las heridas de la autoestima es que nos lleva a descentrarnos, cuando es recíproco, evidentemente: dejamos de pensar en nosotros mismos para pensar en el otro. Pasamos de pensar en nuestra persona a pensar en la pareja de enamorados que formamos. El olvido de uno mismo gracias a la obsesión por el otro.
Un día Armelle encontró al hombre de su vida. O más bien conoció a un hombre que poco a poco se convirtió en el hombre de su vida. A pesar de sus defectos Indudablemente realizó un trabajo sobre sí misma para que sus dudas y exigencias de perfección no constituyeran un obstáculo a su felicidad. O quizá tan sólo su compañero demostró ser el buen medicamante.
Christophe André
Ref: Prácticas de Autoestima, Ed. Kier, Barcelona, 2007. Ilustración: La Indiferencia de la Mayoría, de Moisés Hergueta
Este breve volumen ofrece al lector un contenido de denso y, a la vez, resplandeciente humanismo, copiosamente documentado, con juicios críticos tan considerados que merece una lectura atenta. Los puntos de vista expuestos por el profesor Frankl en esta obra constituyen en el campo de la psicoterapia la aportación científica más importante después de Freud, Adler y Jung y, estilísticamente, son de más fácil lectura. En ciertos ambientes científicos está todavía vigente la idea de que el psicoanálisis freudiano continúa siendo la palabra definitiva en cuestiones de psicología profunda, de tal manera que se ignora la evolución de algunos discipulos de Freud y la existencia de escuelas como la de Frankl, quien, reconociendo el mérito extraordinario de Freud, se opone fundamentalmente a muchas de sus ideas. Conoce a fondo los sistemas de Freud y de Adler y pretende superarlos.
Viktor E. Frankl es catedrático de neurología y psiquiatría en la Universidad de Viena, así como profesor de Logoterapia en la Universidad Internacional de San Diego (California). Es el fundador de la Logoterapia o, como diversos autores la denominan, la tercera escuela vienesa de psicoterapia.
Es un hecho conocido por todos que la firma al pie de un documento legal estampada por el autor de un texto basta para certificar su autenticidad. Esto nos indica que unas pocas letras de un autógrafo cualquiera son suficientemente representativas no sólo del nombre, sino aún de la persona que lo escribió.
Si consideramos que el manuscrito es producido por el encadenamiento de movimientos de falanges, muñeca y antebrazo, llamado en su totalidad movimiento escritural, es evidente que este movimiento debe participar también de las características personales atribuidas a la escritura. En consecuencia, la escritura es el resultado concreto y permanente del movimiento gráfico personal.
En la vida cotidiana podemos reconocer a una persona por su escritura, ya que la impresión causada por ésta puede compararse a la de su rostro. Bastará una mirada a un sobre para reconocer al remitente.
Aunque a través del tiempo han aparecido diferentes modelos de caligrafía en relación a las épocas y a la cultura, podemos estar seguros de que siempre tendremos acceso al conocimiento de la personalidad del que escribe por las características personales que deja en cada línea de sus escritos.
Es cierto que la escritura cambia en el curso de largos períodos de tiempo. Nadie escribe igual a los cincuenta que a los veinte años, y a veces es posible que haya un cambio en pocos años. Al investigar estos cambios encontraremos que hay una alta frecuencia que corresponde a ciertas modificaciones de la constitución del carácter que se producen paulatinamente durante toda nuestra existencia, pero que a veces se producen abruptamente en ciertos momentos críticos de la vida interior.
La comunicación escrita u oral es una acción definida por seis aspectos. Escribir es una de las acciones humanas que muestra la propia interioridad. Hay una relación entre las acciones – incluída la de escribir – y el desarrollo personal. Podríamos decir entonces que escribir es expresión del desarrollo de cada cual.
Aspecto psicológico:
Cada acción es expresión de la idea que puede ser llevada a cabo en forma de comunicación verbal o escrita. Cada acción personal representa la respuesta a la vivencia o experiencia de una situación provocada por motivaciones interiores o exteriores.
En la escritura los ajustes iniciales sencillos o complicados nos permiten entender el comportamiento en la comunicación. Variados aspectos de este comportamiento humano pueden apreciarse en las características de la escritura:
l.- La rapidez de ella indica rapidez de actuar y comunicarse. 2.- La presión efectuada al escribir es reflejo de la energía que la persona pone en la comunicación. 3.- La constancia para la efectividad, pero también la coordinación mental, será visible en la escritura ligada, separada o yuxtapuesta. 4.- La forma en la que la persona quiere experimentar su comunicación quedará impresa en las uniones entre rasgos y letras. 5.- La forma de expresión firme se indica en escritura angulosa. 6.- La escritura en guirnalda nos indica una persona conciliadora, así como la reserva en las relaciones con los otros corresponde a uniones en arcos. 7.- La escritura filiforme o de dobles arcos indica facilidad para adaptarse a las situaciones. 8.- Escrituras blandas con excesivos movimientos descubren a personas cuya conducta es de escasa energía, con deficiencia en el freno adecuado y muy habladoras.
Otras escrituras demostrarán firmeza, la que se indica en un grado de mayor rigidez; cuando ésta es extrema, las formas son muy duras, hasta quebradizas. La comunicación con estas personas será obstaculizada por el comportamiento exuberante pero al mismo tiempo desconfiado. La causa será el exceso de cargas restrictivas interiores.
Es claro que los sentimientos de los estados de ánimo duraderos y actuales acompañan a la persona en cada etapa de la vivencia. Si la persona dispone de una vitalidad firme, podría vencer las cargas anímicas de cada situación. Así tendrá la posibilidad de conseguir el desahogo necesario y obtener el equilibrio interior afectivo. Este logro se verá reflejado en el ritmo de la escritura y en la integridad de los rasgos y rayas. Sin embargo, si la depresión se apodera de la persona ésta se verá dominada por el juego de los sentimientos, lo que se manifestará en las oscilaciones continuas de la escritura.
Los sentimientos cognoscitivos transmitirán a la persona la importancia de la situación y la obligarán a decidirse por un enfoque preciso. La firmeza de dicho enfoque se advertirá en la regularidad de la escritura; la irregularidad por el contrario, indicará las fluctuaciones emocionales. La constancia formal en la escritura indicará de algún modo las formas definidas del enfoque elegido y la persistencia de las ideas mismas.
En la escritura, los indicios de exaltación se verán en la altura de la letra, y los de extensión, en el ancho. También existen ciertas características en el contacto, como la tendencia a buscar al otro o a rechazarlo, lo que se observará en los rasgos centrífugos o centrípetos, inclinación hacia la derecha o hacia la izquierda, respectivamente.
La vivencia transmite a la persona una valoración de la situación y la obligación de efectuar la decisión escogida. Para cumplir con estas exigencias, la persona hará uso de sus posibilidades para la organización y de su aprovechamiento de los medios con los que cuenta. En muchos casos las personas desean impresionar a quienes les rodean con formas que no corresponden a su ser real. Se hablará entonces de lo “llamativo”, que en la escritura se revelará por la espaciosidad, que es la distancia entre las líneas, como asimismo por la distancia interior que separa las letras. También se manifiesta en las relaciones espaciales de la altura de las letras en sus tres zonas: superior, media e inferior.
El último sentimiento de la vivencia se refiere a la persona misma; según su desarrollo y su madurez se formará una imagen de sí misma, justificada o falsa. La consciencia personal de sí mismo incluirá el equilibrio interior, el sentimiento del deber, la consciencia del esfuerzo propio, la responsabilidad y sinceridad en la comunicación y en la vida en general. En la escritura se indicará esta madurez y formalidad en el equilibrio del conjunto, en las formas insignificantes pero esenciales, en la monovalía de cada letra, en el paralelismo mantenido y en el ritmo básico.
Una observación especial y muy importante necesitarán las rúbricas y firmas. Podemos concluir entonces que las conductas de las personas en sus comunicaciones nos permiten realmente estudiar la personalidad. La escritura es muy práctica para este objetivo ya que escribir es una acción compleja, de ejecución gradualmente automatizada, según sea el nivel que haya alcanzado la persona en su educación y su quehacer.
Las tres características básicas de la escritura son: movimiento, repartición y formación. En el estado de madurez estos tres elementos constituyen una estructura gráfica, es decir, existe una unión gestáltica de los tres elementos.
Indicaciones básicas para el análisis:
El análisis se basa en tres elementos básicos: ver, interpretar y valorar. Como regla fundamental hay que recordar que “todo es importante. Lo llamativo, muy importante; lo insignificante, esencial.”
En el análisis gráfico, lo llamativo corresponde a aquellos signos que por su formación acaparan la atención del observador. Generalmente se trata de mayúsculas u otras letras con rasgos o adornos excesivos o de tamaño desproporcionado con respecto a las demás. A menudo corresponden a formas imitadas, apropiadas, las que, por su tendencia demostrativa, son menos reveladoras que otros elementos aparentemente nimios pero muy significativos que se producen en forma automatizada o mecanizada.
Dichos elementos son los signos sobrepuestos o acentos, los puntos de las íes, la barra de la te, las uniones en el centro de las palabras, las fluctuaciones en el paralelismo y especialmente las irregularidades. Sin embargo, es necesario indicar que lo llamativo puede corresponder a lo afectivo de la persona, al deseo de producir ciertas impresiones sobre sí mismo en los demás.
Indicaciones para aprender a ver:
Se empieza por examinar lo escrito sin leerlo, sin pensar en su contenido, como un maestro de caligrafía. Algunos autores recomiendan examinarlo al revés para apreciar mejor si el escrito es ordenado y claro o descuidado.
Se observará la alineación (dirección de las líneas), los espacios verticales (distancia entre las líneas) y los espacios horizontales (distancia entre las palabras y letras). Es fundamental examinar las palabras y las letras, imitando con un lápiz la formación de las mismas para reconocer así los impulsos o inhibiciones del movimiento expresivo.
Para reconocer el ángulo de la inclinación, conviene prolongar con un lápiz los gruesos o rayas descendentes, y los perfiles o rayas ascendentes. Para observar la raya o rasgo en sí mismo, se emplea un lente de aumento de hasta seis veces. Las formas redondas y curvas se producen sin interrupción del movimiento, a diferencia de los ángulos y puntos, que significan interrupción. Debe tomarse en cuenta que las formas angulosas retardan la rapidez del movimiento.
Ahora nos referiremos a algunos aspectos de la valoración cualitativa, con el objetivo de precisar un poco más la relación entre esta acción llamada escritura y aspectos de la psicología del autor de ella.
El grado de expresión indica de alguna forma el rango de disciplina. La escritura de apariencia natural corresponde a personas de cierta modestia o autodisciplina. La estilizada o excesivamente adornada manifiesta tendencias artísticas o exhibicionistas.
El grado de legibilidad demuestra tendencia a la consideración personal para con los otros. La ilegibilidad indica impulsos excesivos y adaptación deficiente.
A menudo se observa el predominio de algún movimiento básico. Si predomina el movimiento expresivo, encontraremos una tendencia a la actuación. El movimiento de repartición muestra una tendencia hacia la organización y cierto contacto. Si predomina la formación, nos encontramos frente a alguien que se inclina a actuar según normas definidas y personales.
Una escritura con equilibrio de masas, coherencia y cohesión corresponde a una persona con equilibrio interior. En el caso contrario, hay una deficiente compensación y, por tanto, inestabilidad psicológica.
La regularidad en la escritura corresponde a la expresión de la volición disciplinada. La rigidez escritural manifiesta las actitudes dogmáticas e intransigentes. La irregularidad es muestra de tensiones interiores muy acentuadas y deficiencia en el equilibrio anímico.
La monovalía y forma exclusiva de cada letra es expresión de la actitud personal correcta y de la responsabilidad afectiva. La deficiencia de la monovalía en general nos muestra ambivalencia, tendencia a engañar y rechazo de la responsabilidad personal.
Patricia Zárraga
Más Información: Brünner, Walter.- La Psicología de la Comunicación de la Escritura.- Editorial Universitaria. Gullan-Whur, M.- Manual Práctico de Grafología.- Edaf. Klages, Ludwig.- Escritura y Carácter.- Paidós.
Considere su propia consciencia y ponga atención en su contenido. Probablemente encontrará una mezcla de pensamientos, ideas, sensaciones, fantasías. Las imágenes aparecen y desaparecen, las ideas surgen de manera efímera sólo para desaparecer de nuevo. Sube a la superficie un dolor o un sentimiento, después un deseo.
Cómo vamos a conseguir ese contrato? Le veré de nuevo a él, o a ella? Esto tiene buen sabor. Cómo podré ayudar a esa gente? Aparecen estas y muchas otras ideas e imágenes. Aparece un objeto, uno o más árboles, libros, sillas, personas. Nos damos cuenta que otra gente está pasando próxima a nosotros, a medida que se acercan los percibimos como cuerpos individuales, o como voces que flotan en el aire en torno nuestro.
Nos movemos en un espacio tridimensional y manipulamos de manera activa los objetos que percibimos: podemos dar vuelta las páginas de un libro, sentarnos en una silla, hablar a alguien, escuchar a una persona que da una conferencia. Normalmente, el contenido de nuestra consciencia es una representación de la realidad externa y puede ser una realidad lograda en la medida en que sobrevivimos. Existen logros en todos los niveles. En un nivel puede ser: Conseguiré ese empleo?. En otro nivel más inferior podría ser: Atravesaré la calle sin ser atropellado?
Así, si estamos seguros conformes a nuestra experiencia personal de que nuestro mundo tiene alguna validez, daremos otro pequeño paso. Asumimos de manera inmediata que nuestra propia consciencia personal es el mundo, que de alguna manera una realidad objetiva externa es percibida por nosotros en su totalidad. Al fin y al cabo, hemos sido capaces de cortar un árbol y convertirlo en una mesa, hemos bebido del mismo vino que las demás personas en una cena, hemos conseguido un empleo. La mayoría de las personas no ven ningún problema en todo esto; en lo que concierne a los eventos ordinarios, la realidad que experimentamos transcurre sin cambios.
Muchas personas creen que proyectamos imágenes físicas del mundo en una pantalla ubicada en alguna parte de nuestro cerebro. Pero esta idea ingenua de que en alguna forma nuestra mente refleja directamente el mundo no puede ser verdad. Si existiera en alguna parte una pantalla consciente, quién la vería?, un pequeño hombrecito (o mujercita) dentro de nosotros? Además, a veces experimentamos cosas que no están físicamente presentes. Alucinamos, soñamos despiertos, imaginamos, planificamos y deseamos. Y cada noche, al dormir soñamos que estamos viviendo acontecimientos producidos enteramente por nosotros mismos.
Consideremos también la enorme variedad de energías que contactamos en cada momento de nuestras vidas. El aire mejor dicho, nuestro entorno atmosférico – contiene energía electromagnética: la luz, visible, los rayos X, las ondas de radio, la radiación infrarroja. Por otro lado, el aire vibra mediante las cuerdas vocales, instrumentos musicales, vehículos que pasan, el ruido de nuestras pisadas. Todo ello conlleva energía que se transforma en información sonora. Existe una energía constante que proviene del campo gravitacional: varias presiones sobre nuestro cuerpo, movimiento de la materia gaseosa en el aire, y muchos otros fenómenos allí fuera. También generamos nuestros propios estímulos internos: pensamientos, sensaciones orgánicas, actividad muscular, dolores, emociones, sentimientos y muchos otros.
Y todo esto ocurre simultáneamente, no con la misma claridad con la que lo estamos describiendo, y continúa mientras estemos vivos. Imaginemos que podamos ser conscientes de cada uno de estos procesos en cada momento. Veremos que nuestra consciencia personal nunca puede, ni siquiera por un instante, reflejar la totalidad del mundo externo, y sólo debe contentarse con una fracción muy pequeña de la realidad. Ni siquiera poseemos el equipamiento sensorial para percibir muchas de las energías que nos afectan, como los rayos infrarrojos o los rayos ultravioleta.
Entonces surgen una serie de interrogantes, después que nos hemos dado cuenta de las limitaciones de nuestra consciencia. Por qué está limitada? De qué manera selecciona o excluye los estímulos que llegan a ella? Cómo podemos lograr una mente amplia si lo único que podemos hacer es seleccionar una pequeña parte de lo que está ahí afuera?
Una consciencia individual está en su mayor parte orientada hacia la acción. Evoluciona teniendo como objetivo principal asegurar la supervivencia biológica del individuo, privilegiando la atención al mundo externo como miras a sensibilizarse frente a factores amenazantes y al propio bienestar. Existe un instinto de supervivencia de Yo primero que regula esto. Nuestra herencia biológica determina el hecho que seleccionemos la información sensorial que tiene que recibir el cerebro de entre todas la gran cantidad de información que nos llega. Esta es una tarea delicada y se lleva a cabo mediante una vasta red de filtros y sensores que funcionan en fracciones de segundos. Este proceso de selección inmediata clasifica estímulos relacionados con la supervivencia, a partir de los cuales somos capaces de construir, casi de una manera milagrosa, una representación estable del mundo.
Existe tal cantidad de milagros en este sistema, que el científico queda deslumbrado: una serie de ondas muy cortas en el aire se combinan de alguna manera y producen imágenes en la mente; otras, más largas, se convierten en música; un grupo de moléculas se ajustan correctamente en los receptores del paladar y se convierten en el sabor apetitoso de una comida. Y es dentro de nosotros donde se hace todo, y se hace en cada momento del día.
Si podemos darnos cuenta al principio de que nuestra consciencia ordinaria es algo que tenemos que crear necesariamente para sobrevivir en el mundo, también podemos acreditar, al menos como hipótesis de trabajo, que puedan existir otras maneras de cómo se organice el mundo, si no en nosotros mismos, por lo menos en otros organismos.
Hablemos un poco de la selección sensorial. El proceso inicial del sistema de funcionamiento de la mente capta una parte pequeña y específica del mundo exterior y lo lleva al cerebro. Así, normalmente, consideramos que los sentidos son ventanas del mundo: que vemos con nuestros ojos y oímos con nuestros oídos. Pero aunque dicho punto de vista explica nuestra situación, no es enteramente el caso, ya que la función primaria de los sistemas sensoriales considerados como sistemas completos es el de descartar información que es irrelevante para el organismo, como los rayos X, la radiación infrarroja o las ondas ultrasónicas. Estos sistemas nos protegen de ser sobrepasados y confundidos por esta masa de información. Esto lo hacemos intencionalmente, pero nuestra intención va mucho más lejos.
Los sentidos realizan de manera rutinaria dos milagros. En primer lugar, cada órgano sensorial actúa para transformar una clase particular de energía física las ondas cortas de luz, las moléculas de acidez en diferentes clases de energía. Este es el proceso electroquímico de la excitación neurológica, llamado transducción. Un transductor es un transformador de potencia que se utiliza para ampliar la potencia de una señal o para pasar de una forma a otra de energía. Cada sentido posee receptores especializados que son responsables por la transducción de energía externa en lenguaje cerebral. El ojo transduce luz, el oído transduce ondas de sonido, la nariz transduce moléculas gaseosas. En segundo lugar, en algún punto del sistema cerebral y sensorial se produce otra transformación: los millares de millones de explosiones eléctricas y de secreciones químicas de la excitación neurológica se convierten en árboles y pasteles, peces plateados y risas: todo el mundo consciente de la experiencia humana.
Estos dos milagros ocurren en cada momento de nuestras vidas, y son tan continuos y rutinarios que normalmente no somos conscientes de ellos. Estamos en camino de comprender cómo funciona el primer milagro, pero todo el mundo científico permanece completamente desconcertado por el segundo.
Considere el camino más importante de la experiencia sensorial que es el ojo. Responde a la energía radiante electromagnética en el espectro visible, y nos transmite todo nuestro mundo visual: la riqueza de colores de otoño, la complejidad del cielo invernal, la enorme variedad de los rostros humanos y muchas cosas más. Así, pues, es difícil creer que todo el espectro visible no sea sino una pequeña parte de la amplia banda de energía. Todo el espectro de longitud de ondas abarca desde las que tienen menos de una milésima de millón de un metro hasta las que tienen más de 1.000 metros de longitud. Sin embargo, podemos ver únicamente aquella porción que se halla entre las 400 y 700 milésimas de millón de un metro. La totalidad de este espectro visual es, pues, menor unos 3.000 millones de veces de la totalidad de la energía que llega al ojo en la banda electromagnética. Y además de esta energía, muchas otras llegan también al ojo sin ser invitadas: ondas de presión, materia gaseosa, vibraciones mecánicas del aire, etc. El ojo ignora todo esto deliberadamente.
Probablemente, no seríamos capaces de experimentar el mundo tal como existe realmente. Nos separamos de una gran parte antes que nos llegue o se introduzca en nuestro sistema nervioso. Si no poseemos sistemas nerviosos receptivos a una forma dada de energía, si un objeto queda fuera de nuestro alcance, o es demasiado rápido, nunca penetra en nuestra experiencia. Es casi imposible para nosotros incluso imaginar una forma de energía o un objeto que quede fuera de nuestro alcance. A qué se parece la radiación infrarroja, o un rayo X? Cuál sería el sonido de una nota de un solo ciclo? De una manera aproximada, esto es quizás lo que quiere decir el Zen cuando habla del sonido de una sola mano.
Tenemos que considerar que cada especie animal posee una serie especial de analizadores de las características de los diferentes estímulos con que los bombardea su ambiente, eligiendo los objetos y los acontecimientos que son importantes para su supervivencia. Se ha analizado el cortex visual de ranas, gatos y monos, entre otros. Lo que más nos distingue como organismos diferentes de ellos es el hecho que las vías de sensación se han hecho más complejas y múltiples y que aumenta la flexibilidad debido a la complejidad del cerebro y a los sistemas nerviosos sensoriales. Esta posibilidad de volver a seleccionar es parecida a la de un computador, es decir, la capacidad de ajustar los programas en diferentes entornos.
Usted puede experimentar este nivel superior de selectividad. En una reunión en la que haya varias personas hablando al mismo tiempo, cierre los ojos y escuche hablar a una de ellas; después desconéctese de esa persona y escuche a otra. Tal vez se sorprenda de lo fácil que es seleccionar su atención de esa manera. De hecho, tenemos muy pocas razones para sorprendernos por esta capacidad, puesto que continuamente estamos seleccionando para satisfacer nuestras necesidades y expectativas, pero esta sorpresa se produce porque normalmente no somos conscientes de dicho proceso de autoselección.
El proceso de selección es programable, dentro de los límites sensoriales fijados. Con frecuencia se halla dirigido por la necesidad. Cuando transpiramos en verano preferimos alimentos más salados de lo habitual. No nos hacemos conscientemente el razonamiento de que necesitamos más sal y que tenemos que agregarla a nuestra dieta. Simplemente, preferimos los alimentos que en otra oportunidades consideraríamos demasiado salados. Y la gente también difiere en esto: muchos platos están demasiado salados para algunos mientras que otros les agregan sal. Tiene que ver con la presión arterial, estos últimos adolecen de presión baja.
Los procesos visuales
Una visión ingenua del cerebro y del sistema nervioso ha estimulado investigaciones útiles en psicología. Recuerde que los globos oculares invierten la luz de izquierda a derecha y desde arriba hacia abajo. La idea de que hacia arriba es importante presupone que vemos lo que existe.
Puesto que no vemos una realidad externa, la cuestión no tiene sentido realmente. Todo lo que se requiere para que veamos es una relación constante entre el objeto externo y el patrón de excitación en la retina. En los seres humanos este patrón puede ser radicalmente transformado sin que se produzcan demasiadas dificultades.
Si se invierte el campo visual de un pez de colores mediante una intervención de rotación quirúrgica, éste nunca se adaptará a dicha alteración en la recepción de sus impulsos sensoriales: tal vez incluso muera mientras nada en círculo buscando comida. Por el contrario, si el mundo de un ser humano es alterado de esta manera, con frecuencia se produce una rápida adaptación. Puesto que no hacemos experimentos quirúrgicos con las personas, los estudios se hacen sin distorsionar los glóbulos oculares. Tras un período de ajuste, un hombre puede pedalear en una bicicleta en medio de una ciudad llena de gente, llevando lentes especialmente diseñados para una visión invertida.
La consciencia funciona en un continuo proceso mediante el cual un organismo se adapta al entorno inmediato. La imagen de la retina nunca se vuelve hacia arriba. No necesitamos estos giros o correcciones en una imagen; todo lo que necesitamos para adaptarnos al mundo externo es una información constante. La imagen sobre la retina está de hecho invertida, y es oscurecida constantemente por el pestañeo, puntos ciegos y vasos sanguíneos, y, sin embargo, nos adaptamos a todo ello. Las varillas y conos, los fotorreceptores del ojo, están de hecho detrás de los vasos sanguíneos, y actúan a partir de la luz que llega.
A finales del siglo XIX, el psicólogo George Stratton razonaba que si la consciencia es un proceso de adaptación al entorno, entonces sería posible aprender a adaptarse a un ajuste completamente diferente de la información visual en la medida de que ésta fuera continua. Para verificar esta hipótesis, Stratton llevó en un ojo una lente especial en forma de prisma, de manera que veía todo con una inclinación de 180 grados. El mundo estaba patas arriba: lo de arriba, lo de abajo, lo de la derecha y de la izquierda quedaban invertidos.
Stratton tenía al principio una gran dificultad en hacer cosas simples, como llegar a un sitio o agarrar algo. Cuando caminaba, lo hacía de manera vacilante, y tropezando con todo. Pero luego comenzó a adaptarse. Tan sólo a tres días de llevar la lente invertida, escribió Andar a través de los estrechos espacios entre los muebles requiere de mucho menos arte que hasta ahora. Podía observar mis manos mientras escribía, sin titubeos ni incomodidades de ninguna clase. Hacia el quinto día se quitó la lente y escribió: El orden inverso de cada cosa a la que me había acostumbrado durante la última semana proporcionó al paisaje un desconcierto sorprendente que duró unas cuantas horas. Una vez que Stratton se había adaptado a una nueva relación entre la información y la percepción, le llevó un tiempo desaprenderla.
Stratton escribió en 1896, a partir de los resultados: Las diferentes percepciones sensoriales, cualquiera que sea el curso último de su extensión, se organizan en un sistema espacial armonioso. Se descubre que la armonía consiste en hacer que las experiencias externas satisfagan nuestras expectativas.
Más de sesenta años después, Ivo Kohler llevó a cabo experimentos posteriores sobre el reajuste óptico. Sus observadores usaron lentes distorsionantes durante varias semanas. Al principio, todos ellos tuvieron muchas dificultades para ver el mundo, pero en pocas semanas se habían adaptado. Uno de los experimentadores de Kohler fue capaz de esquiar llevando lentes de distorsión. Las personas pueden también aprender a adaptarse a distorsiones de color. En otra de las demostraciones de Kohler, sus experimentadores llevaron gafas con una lente roja y la otra verde. En pocas horas no percibían ninguna diferencia de color entre la lentes.
La experiencia consciente inmediata
Si uno no piensa en ello, nada parece más simple que experimentar el entorno. En este momento puedo ver hiedra y césped, oír música a distancia y ver fácilmente el cielo azul a lo lejos. Puedo entrar en una habitación y ver a mi amigo Dennis. Puedo hablarle, tal vez preguntarle sobre un proyecto en que está trabajando. Es una experiencia corriente que no merece excesivo análisis, o al menos eso parece.
Pero cuesta mucho trabajo hacer que las cosas sigan siendo simples. Esta experiencia simple y común es, de hecho, el resultado de muchas operaciones difíciles y complejas. Podemos ser conscientes de lo que percibimos, pero no somos normalmente conscientes del proceso mental que se halla detrás de la escena y que hace posible la percepción. Para ver a alguien, por ejemplo a mi amigo Dennis, primero tengo que seleccionar información del entorno. Tan sólo unos pocos de los millones de estímulos que alcanzan los receptores sensoriales proporcionan alguna información sobre Dennis y la habitación. Estas informaciones sensoriales en bruto son seleccionadas y organizadas previamente.
Esa extensión de rojo que vemos la percibimos como el sofá, lo gris es su camisa, la voz lo identifica como Dennis, no como Fred. Esta experiencia implica mucho más de lo que encuentra el ojo y los oídos. Una vez que ha reunido a Dennis, va más allá de esa información inmediata. A continuación asume que es la misma persona que era antes, con los mismos recuerdos, intereses y experiencias. El primer componente de las experiencias conscientes – la percepción – implica escoger información sobre el mundo, organizarla y hacer deducciones sobre el entorno en un ciclo continuo.
Para que nos sirvan, nuestras experiencias deben reflejar con exactitud el mundo a nuestro alrededor. Las personas que se acercan han de ser vistas, si queremos evitar chocar con ellas. Tenemos que ser capaces de identificar los alimentos antes de comerlos. Los sentidos actúan como recolectores de información y selectores de la percepción. Seleccionan información sobre el color, sobre el gusto y el sonido, que son relevantes para nuestra supervivencia. Lo que percibe un organismo depende del entorno. Las características de un entorno son descritas por los psicólogos ecológicos.
Dos de sus rasgos son:
1- Capacidad de dar.- Cada objeto del entorno presenta una rica fuente de información. Un poste proporciona información sobre sus verdaderos ángulos; un tomate la proporciona sobre su redondez, su color y su sabor; un árbol sobre su verdor, el color de su fruta y otros atributos.
2.- Invariabilidad.- El entorno externo contiene muchos diferentes objetos. Cada uno ofrece a la persona que lo percibe ciertos rasgos invariables. Cada objeto ordinario, por ejemplo un poste, presenta información inalterable o invariable – sobre sí cuando nos acercamos a él. Existen patrones que son comunes a todos los objetos: se hacen más pequeños a medida que aumenta la distancia de la persona que los percibe; las líneas convergen en el horizonte; cuando un objeto está más cerca, impide la visión de otro más lejano.
El primer nivel de nuestra consciencia implica un organismo que escoge la información ofrecida por el entorno y la utiliza. Pero la información sensorial es en general tan compleja que debe ser simplificada y organizada. El sistema mental operativo está tan especializado para organizar la información sensorial que intenta organizar las cosas en patrones, incluso cuando no existe ninguno. Miramos una nube y vemos formas en ella: una ballena, una daga.
El arte óptico, que se popularizó en los años 60, jugaba con esta predisposición a organizar. Este arte es al mismo tiempo fascinante y perturbador, porque continuamente estamos intentando organizar ciertas figuras que están diseñadas por el artista para que carezcan de organización. Igual ocurre con el test de Rorschach, donde manchas de tinta producidas al azar son interpretadas como formas, según nuestro trasfondo psicológico.
Las leyes de la organización mental son también las bases del enfoque de la psicología gestáltica. Gestalt es una palabra alemana que no tiene equivalente en otros idiomas, pero que significa aproximadamente crear una forma. Una gestalt es la organización inmediata de la forma de un objeto. Recibimos de manera instantánea estímulos como formas completas, no desconectadas. Vemos las líneas de un dibujo como un cuadrado, por ejemplo. No vemos las cuatro líneas individuales; nos damos cuenta que todas ellas forman ángulos rectos con las demás, consideramos que todas ella tendrían que ser de la misma longitud y decidimos que eso es un cuadrado. De inmediato se percibe el dibujo como una totalidad y no como la suma de sus partes.
Interpretación: ir más allá de la información dada
A pesar del hecho de que existe una gran riqueza de información que nos llega, los datos que recibimos en cualquier momento son con frecuencia incompletos. Tal vez captemos sólo un vislumbre del color de la camisa de nuestro amigo Dennis o escuchemos sólo una o dos palabras pronunciadas por él, pero igualmente le reconocemos. Si miramos nuestra máquina de escribir de frente o cualquier artefacto de uso común suponemos existentes todas aquellas partes de su estructura que no están a nuestra vista y la reconocemos como lo que es. Es muy fuerte la tendencia a completar las lagunas. Eso posibilita la lectura rápida. Algunas personas leen en diagonal, otras barren con su vista el centro de la página. En ambas técnicas completamos las partes faltantes. Generalmente esto se justifica como visión periférica. Es que para actuar con rapidez y seguridad en el mundo, damos por sentada gran parte de la información que falta.
Habitualmente somos inconscientes de las operaciones de nuestra mente. No sentimos ni los estímulos aislados ni las leyes de organización que les son aplicadas. En vez de eso hacemos lo que se llama en psicología inferencias inconscientes. Casi sacamos literalmente conclusiones según las sugerencias y claves que llegan a los sentidos. En el siglo XIX, el científico Hermann Helmholtz comparaba esto con el proceder del astrónomo que está obligado a completar las lagunas de su información.
Un astrónomo llega a conclusiones realmente conscientes del tipo que estamos analizando cuando computa las posiciones de las estrellas en el espacio, sus distancias y otros datos, a partir de las imágenes en perspectivas que ha obtenido de ellas en varios períodos de observación diferentes desde distintos puntos de la tierra. Sus conclusiones se basan en un conocimiento consciente de las leyes de la óptica. En los actos habituales de visión, falta ese conocimiento científico, y, sin embargo, igual existen conclusiones inconscientes en la percepción ordinaria, pudiendo hacerse una cierta distinción entre ellas y las conclusiones llamadas conscientes en el área científica.
El mundo asumido.
Para actuar con rapidez, presuponemos un montón de cosas sobre el mundo que percibimos. Si les digo que Dennis está en una habitación, inmediatamente dan por sentado que esta tiene cuatro paredes, un suelo, un techo, y, probablemente, algunos muebles. Al entrar en la habitación, no la inspeccionamos inmediatamente para determinar si las paredes forman ángulos rectos o si la habitación está todavía donde la dejamos. Si inspeccionásemos constantemente todas las cosas de nuestro entorno, no habría tiempo de hacer nada más. Si gran parte de nuestra experiencia es asumida de antemano, se deduce que si cambian nuestras presuposiciones, también cambiará nuestra conducta.
Otros elementos determinantes de la experiencia son los valores y las necesidades. Cuando se les pide a niños pequeños que dibujen a sus padres, dibujan de mayor tamaño al padre (o madre) que aman más. Se ha estudiado la influencia de los prejuicios en la percepción de partidos de futbol. Los hinchas del equipo perdedor dirán que los contrarios se portaron en forma violenta y agresiva, cometiendo faltas que el árbitro pasó por alto. En cambio, los hinchas del equipo ganador dirán que el juego fue duro, pero correcto y que, en definitiva, ganó el mejor.
Así, pues, la mayoría de nuestras experiencias de lo que existe fuera de nosotros son en realidad transposiciones de diferentes grados de estimulación en el mundo externo. Y esta caracterización de la consciencia es con frecuencia sorprendente para muchas personas: no existen colores en la naturaleza, ni sonidos, ni sabores. Fuera de nosotros existe algo frío, tranquilo y sin color. Somos nosotros quienes creamos los sonidos a partir de las ondas de aire; somos nosotros quienes creamos colores a partir de vibraciones similares, aunque de frecuencia menor; y somos nosotros quienes transformamos moléculas que concuerdan en ajustarse a espacios en nuestra lengua como filete de ternera o salsa boloñesa. Todas estas cosas constituyen dimensiones de la experiencia humana, no dimensiones del mundo externo.
Para concluir: nosotros no experimentamos realmente el mundo externo; sólo captamos una porción muy refinada del mismo, una porción seleccionada para sobrevivir. Esta selección humana de la realidad nos mantiene a salvo de perturbaciones, nos proporciona suficiente información para manejar nuestro cuerpo, para mantenernos saludables y, lo que es más importante, para reproducirnos y sobrevivir.
Robert Ornstein
Traducido y extractado por Carmen Bustos de Nature of Human Consciousness.- Robert Ornstein Viking Press Inc.- USA.
El individuo promedio halla muy difícil dominar lo que nunca logró comprender: el funcionamiento de su propia mente. Cuando usted se pone a pensar en lo que es el ambiente – sea bueno o malo – obtiene un resultado que no es más que una imagen refleja del pensamiento humano, el cual crea sus particulares Cielo o Infierno a través de la acción de su propia mente.
Usted podría preguntarse, con el objeto de captar las motivaciones que se extienden detrás de la conducta destructora del hombre, si los males de la civilización han sido los causantes de la incapacidad humana para salvarse a sí misma, por qué no hemos hecho algo para remediarlo durante todo este largo pasado de la Humanidad? La respuesta es que sí lo hemos hecho, pero sólo a medias.
La existencia de tantas religiones en todo el mundo y a través de los tiempos demuestra, con suficiencia, el esfuerzo humano que trata de influir sobre la conducta social en la verdadera dirección. La religión constituye una forma de disciplina social.
No obstante, el hombre necesita de algo más que de una vaga promesa de inmortalidad para obedecer los Diez Mandamientos. A pesar de su fe en la Potestad Divina el hombre continúa cometiendo crímenes contra la Humanidad. Todos los días podemos constatar este hecho.
Los psiquiatras creen haber hallado la razón de porqué la religión por sí sola ha sido impotente para contener las guerras y mucho menos curar las enfermedades mentales del individuo.
Hasta hace unos ochenta años, conocíamos muy poco acerca del aspecto negativo de la naturaleza humana. El psicoanálisis descubrió que la solución del enigma de la conducta del hombre no consiste en el estudio de lo que éste hace ni tampoco en el esfuerzo para convencerle de que sea bueno, sino en hacerle comprender el porqué de su comportamiento.
Actualmente, la mayoría de nosotros estamos convencidos de que la conducta anormal es una enfermedad de la mente y, por lo tanto, de la personalidad. Y aún más, la religión se está dirigiendo a la psiquiatría con sentido de cooperación. Pastores y sacerdotes han estudiado psicología a fin de aunar esfuerzos con los profesionales, buscando un entendimiento psicológico más profundo de los conflictos emocionales. Esto unido a la necesidad del alivio espiritual a través de los sacramentos.
Necesitamos valorar con propiedad la naturaleza de nuestros Instintos y apetitos básicos con el fin de procurar dominarlos, De acuerdo con Freud, la mente humana se divide en tres compartimentos:
1.- El inconsciente 2.- El subconsciente 3.- La consciencia.
El inconsciente es la despensa de nuestros impulsos primitivos, Generalmente se vale de excusas – problemas económicos, impedimentos físicos, frustraciones matrimoniales – para justificar sus manifestaciones en nosotros. La mayor parte de las tendencias destructivas están encerradas en estos cimientos de nuestra mente, Cuando dejamos escapar alguno de estos impulsos cautivos, la sociedad sufre la consecuencias, Alguien es asesinado, ocurre un robo con violencia, una niña es violada.
Pero no siempre acontecen hechos tan graves. La mayoría de nosotros no es tan temeraria como para permitir que sus impulsos desbocados alcancen manifestaciones tan destructivas. En lugar de ello solemos reprimir los deseos que socialmente son objetables. No obstante, cuando la lucha se hace demasiado grande, hasta el punto que estos impulsos dificultosos amenazan romper el lazo que los sujeta, nos convertimos en enfermos psíquicos. Los síntomas neuróticos – dolores de cabeza, indigestión, insomnio, etc. – vienen a nuestro rescate, actuando como una defensa contra el mal que íbamos a producir. Por ejemplo, he hallado entre mis pacientes que el temor a la locura que mostraban era, realmente, el miedo disfrazado de cometer alguna acción antisocial.
El instinto sexual está representado por el horno, que se halla en los cimientos, Pero la energía sexual, igual que el calor, podemos regularla con un termostato. Algunos sujetos nunca aprenden a regular su termostato sexual (lo que Freud llamaba líbido o hambre sexual) a una temperatura normal. Como resultado de ello, dejan que se apague el fuego y que sobrevenga el frío, o no se sienten cómodos por el excesivo calor, o bien, por descuido o abuso de alguna clase, se arriesgan a una explosión de la caldera. Esto explica a cuánta desdicha puede conducirnos el no saber comprender la naturaleza de nuestros impulsos sexuales.
Las maneras habituales de actuar se adquieren en el transcurso de la vida, con el objeto de aliviar la consciencia del peso de la decisión. Aprendemos a comer, a caminar, a controlar los esfínteres, a bañarnos, vestirnos, etc., todo esto sin someterlo a la dirección de la consciencia. De la misma forma adquirimos los hábitos mentales. Si hemos aprendido a ser amables y corteses, a aceptar los pequeños problemas y trastornos con una sonrisa o un encogimiento de hombros, a mirar el lado brillante de la vida, entonces tenderemos a continuar esta conducta y maneras de pensar a través del curso de nuestra vida.
Si, por otra parte, nos hemos acostumbrado a no soportar ni una brizna de paja sobre nuestros hombros, ofendiéndonos rápidamente, replicando con descortesía, manifestándonos a menudo suspicaces y rudos, dispuestos a engañar y a mentir, entonces nuestras reacciones tenderán a ser las mismas siempre. Para decirlo mejor, tendremos que mantener una lucha constante con el objeto de reaccionar de manera más educada, y así permitir a la consciencia superar al inconsciente. Este conflicto diario no representa, de ningún modo, una pérdida de tiempo. Al contrario, educa la mente de manera que atienda como corresponde los asuntos más importantes de la vida cotidiana.
Frank S. Caprio
Traducido y extractado por Ester Silva de Frank S. Caprio.- How to Avoid a Nervous Breakdown.-
Este artículo fue publicado en el N 17 de la Revista ALCIONE